El Departamento de Lengua y Literatura comienza este verano una idea que lleva tiempo gestándose: la publicación de los textos finalistas que se presentan al Certamen de Narración Breve Medina de Haro. De esta forma, quedarán recopilados para las siguientes generaciones.
Gracias a la existencia de nuestro Periódico El Instituto, ya hemos podido disfrutar de la lectura de los relatos ganadores, pero ahora os hacemos llegar una muestra de la calidad de los presentados a concurso. Estamos convencidos de que serán una buena lectura estival.
Presentamos a continuación las narraciones de la XXVIII edición que más gustaron al jurado, aparte de las premiadas:
MODALIDAD A
«¡BANG!» de Raúl Gordillo Vileya.
Era el año 1888, amanecía en Black Rock y las personas empezaban a despertar, aunque había otras que llevaban mucho más tiempo despiertas, este era el caso Raiden. Un hombre de unos treinta años. Raiden no había dormido esa noche. Pasó toda la noche apostando dinero de bar en bar.
Este hombre era alto y poco delgado. Tenía el pelo un poco largo y rubio. Tenía los ojos verdes. Llevaba desde hace muchísimos años viviendo de las apuestas.
Raiden salió del séptimo bar que visitaba, entonces vio, por casualidad del destino, a un señor regordete con un mostacho negro, igual que su pelo, el cual estaba tapado por un bombín. Este señor iba totalmente trajeado y con un gran maletín en la mano derecha. Así que Raiden, se montó en su caballo, colocó su sombrero de vaquero en su cabeza y empezó a seguir al señor.
Mientras lo seguía, manteniendo las distancias, recargó su revólver.
– ¡Qué hace, señor! -dijo Raiden.
El señor del traje se dio la vuelta y vio a un vaquero apuntándole con un revólver.
– ¡Contestadme!
El trajeado empezó a correr, muerto de miedo. Pero Raiden no se quedó atrás, así que se agarró fuerte de su caballo y empezó a galopar cada vez más deprisa. Por mala suerte del señor, nadie se encontraba en la calle en aquellas horas. Raiden logró meter al señor en un callejón sin salida, el vaquero bajó de su caballo y sacó su revólver y disparó. Una bala impactó en la pared rozando al señor trajeado, el cual estaba apoyado en esta.
Raiden se acercó y sacó su navaja, entonces le dijo al señor que le diera su maletín. Este obedeció, entonces, justo antes de que Raiden abriera el maletín, sintió como la punta de una navaja estaba pegada a su espalda.
-Suelta el maletín-dijo la voz de la persona que le estaba amenazando.
Raiden no quería morir, así que le devolvió el maletín al trajeado. Pero entonces sucedió algo que nadie pensó que sucedería. Y que, a la vez, lo cambiaría todo para estos personajes.
El señor trajeado, cogió su maletín, y entonces, sacó un revólver. Raiden se paralizó, vio cómo su plan había fracasado en todos los aspectos. No tenía dinero, no tenía amigos, no tenía un hogar. Y todas sus oportunidades de conseguir estas cosas se iban a pique. En el momento en el que ese señor dispara, él no sería más que un cuerpo, el cual desaparecería, y nadie se acordaría de él.
El hombre que le había amenazado con una navaja, sacó otro revólver y amenazó al trajeado. Pero el trajeado decidió disparar. El hombre de la navaja, empujó a Raiden para que la bala no le diera, pero esto no pasó así. Aunque Raiden tuvo suerte, la bala impactó en su pierna izquierda. Raiden se desmayó, el señor trajeado huyó, y el hombre de la navaja decidió llevarse a Raiden a su casa para curarlo.
Marco Rossi, nació en Italia en el año 1863, en concreto en Roma. Él vivía en una familia normal, le encantaba salir con sus amigos por las calles de su ciudad. Pero un día, al llegar a su casa tras jugar con sus amigos, vio como toda su casa estaba patas arriba y su familia había desaparecido. Entonces descubrió que en el suelo había una carta, escrita por sus padres, en la cual le decían lo siguiente:
Querido Marco:
Sé que no sabes que está sucediendo, tranquilo, todo te lo explicaremos. Si estás leyendo esto, es que no estamos contigo. Sucede que tu padre y yo trabajábamos para la policía. Descubrimos que en Roma hay una gran corrupción. Investigamos e investigamos, descubrimos toda la verdad, y como siempre, los poderosos ganarán. Los topos de la policía nos delataron a la mafia y bueno, creo que ya sabes lo que ha pasado.
Cariño, quiero que sepas que siempre te querremos, vive y ayuda a vivir. Te queremos, tus padres.
Pasaron los años, y Marco buscaba venganza, entró en la policía cuando tenía 23, localizó a los topos, les amenazó con delatarles si no se entregaban. Pero a partir de entonces, la vida de Marco no volvió a ser la misma. Un día, mientras estaba andando por las calles de Roma, un hombre enorme le agarró del cuello, y le dijo que, si no abandonaba el país, ellos lo matarían.
Marco no quiso creerle, hasta que se percató que el hombre grande estaba en todas las partes en las que él estaba. Así que desistió, compró un billete de barco hacia Estados Unidos, Black Rock, y decidió pasar toda su vida allí. Tenía una buena casa, un buen trabajo, y el dinero no era problema, ya que sus padres le habían dejado dinero al morir.
Un día, al volver Marco de su trabajo por la mañana, vio a un hombre de pelo poco largo y rubio en un callejón, amenazando a un señor con traje para que le diera su dinero. Marco, aprovechó que estaba armado para intervenir, y el resto de la historia ya os la sabéis.
Raiden despertó en una casa de madera bastante grande. Tenía la pierna izquierda con una venda y vio al hombre que antes le había amenazado con una navaja.
– ¿Por qué me has curado, me has amenazado y ahora me curas? -preguntó Raiden.
-Tengo un lema, -contestó Marco-vive y ayuda a vivir. Quédate aquí hasta que estés completamente curado.
Raiden pensó que Marco estaba loco, pero él sabía que nadie lo curaría. Podría curarse, y tenía a una persona para hablar.
Pasaron tres días, y Raiden decidió hablar con Marco.
-Oye, Marco era tu nombre, ¿cierto?
-Sí. ¿Pasa algo?
-Me salvaste, ahora estoy en deuda contigo. Pero, ¿qué puedo hacer?
-Háblame, ¿por qué intentaste robar a ese señor?
-Básicamente, si no lo robaba, no podría haber comido, ni haber dormido en una cama…
– ¿A qué se debe eso?
-Estás…dispuesto a escucharme.
Marco asintió.
-Nací en una familia normal, no me faltó ninguna figura paternal. Hasta que, sin saber por qué, se dejaron de hablar. Y un día, mi madre salió, y nunca volvió. Mi padre no reaccionó, parecía que sabía por qué lo había hecho. Yo solo tenía nueve años, y quería saber la respuesta. Nunca la supe hasta que crecí. Mi padre iba de bar en bar, como yo ahora, pero él sólo bebía en los bares. Y volvía borracho, y me gritaba, y lo rompía todo. Todos los días eran así, hasta que un 17 de octubre, me dejó tirado en la calle. Y no volvió.
-Vaya, lo siento-dijo Marco.
-No tienes que disculparte, nada fue culpa tuya-contestó Raiden.
-Claro-dijo Marco-supongo que como no tenías nada, solo podías robar.
-Sí, solo podía robar y apostar.
Así se pasaron hablando toda la noche. Marco le contó su vida a Raiden y también reflexionaron sobre eso.
Sin saber cómo ni por qué, estas dos personas que se habían conocido por casualidad, construyeron una confianza y cariño al cual podrían llamar amistad.
Pasaron los días, la pierna de Raiden ya estaba curada, pero en vez de irse, Marco le invitó a quedarse en su casa.
Raiden buscaba trabajo en Black Rock, pero era muy complicado, ya que este no tenía muchos estudios. Pero Marco le decía que no pasaba nada, que se podía quedar el tiempo que quisiera.
Y así empezaron a vivir durante varias semanas. Pero un día apareció una persona un tanto peculiar.
¿Recordáis al señor trajeado? Pues en el maletín de ese señor no había dinero, no. Había simplemente un trozo de metal. Ese hombre se dedicaba a llevar objetos en concreto a otras personas. Sí, un trabajo totalmente simple, algo tan simple que parece irreal. Pero la persona que le pidió el trozo de metal le dio una gran suma de dinero para que se lo trajera lo más pronto posible. Lo tenía que llevar a las seis y media de la mañana de un día en concreto, el mismo día en el que Raiden le quiso robar el maletín. Así que en vez de entregarle a ese señor el maletín a las seis y media se lo entregó a las siete y cuarto.
El hombre que le pidió el maletín estaba muy nervioso, quería el maletín lo antes posible. Cuando llegó el trajeado a casa del hombre extraño, se disculpó, pero el hombre extraño empezó a gritarle y a gritarle. El hombre trajeado le dijo que le había interrumpido una persona de pelo largo rubio.
¿Cómo era esa persona? -dijo el hombre extraño.
No sé, solo puedo decirte que apareció de un bar de apuestas-dijo el trajeado.
– ¿A qué hora?
-Más o menos a las seis y cuarto.
– ¿Nombre del bar?
-Creo que Mark´s Bar.
-De acuerdo-dijo el hombre extraño mientras se ponía un sombrero-quiero que cuando vuelva ya te hayas ido.
El hombre extraño fue para ese bar, preguntó por un señor de pelo largo rubio, y todo el mundo supo a quién se refería. Hacía tiempo que aparecía por allí. Pero nadie sabía dónde estaba. El hombre extraño fue de casa en casa de todo el barrio cercano. Y entonces llegó a la casa de Marco.
Llamó a la puerta y Marco abrió.
El señor era alto, delgado, pelo negro y tenía unos guantes de piel de serpiente
-Buenos días. ¿Sucede algo? -dijo Marco.
-Sí, está aquí el señor Raiden, ¿verdad?
-Sí, pero ¿por qué quiere verlo?
-Solo quería decirle una cosa, y aprovechando que está usted le puedo decir lo mismo.
El hombre extraño entró en la casa. Raiden estaba en una cama con la pierna izquierda ya curada.
-Buenos días- dijo el hombre extraño- mi nombre es Archer. ¿Usted intentó robar a un señor trajeado?
– ¿A qué viene eso?
– ¡Contéstame!
-Oye-dijo Marco- un poco de respeto.
– ¡No lo entiendes! ¡Si no hubiera tenido ese trozo de metal no podría seguir con mi plan! -dijo Archer.
– ¿Qué plan? ¿De qué hablas? – dijo Marco.
-Solo os pido que no os interpongáis en mi camino. -dijo Archer- Si no, tendré que acabar con vosotros.
– ¿Nos estás amenazando? – dijo Raiden.
-Solo os estoy aconsejando.
– ¡Cállese de una vez!
Raiden se levantó y le dio un puñetazo a Archer. Este le dio una patada en la barriga, entonces, corrió hacia la puerta de la casa y salió.
Marco le siguió para cantarle las cuarenta, fue de calle en calle y vio a Archer entrar en su casa. Pensó en entrar, pero de repente pensó en que Archer había dicho algo sobre un plan.
¿Qué plan? ¿A qué se refería con eso? Tendría que ser algo importante, porque si no, no hubiera ido a su casa para decirles que no se metieran en sus asuntos.
Marco, preso de la curiosidad, buscó una ventana para poder ver dentro de la casa. Y lo qué vio, no lo entendió, nunca había visto algo tan extraño. Dentro de la casa había una máquina cuadrada y grande, hecha de metal, tenía un trozo de tubo de metal que salía por arriba y por abajo.
-Bien-escuchó Marco decir a Archer- si todo sale bien, podré volver a verte. Es una locura, pero he estudiado mucho para esto. Te quiero Martha.
Marco volvió a su casa, un tanto confundido.
– ¿Qué ha pasado? – preguntó Raiden.
-Ese hombre es muy extraño-dijo Marco, aturdido-Le estaba hablando a alguien, pero parecía que la casa estaba sola, y tenía una gran máquina en su casa. Cuadrada y con dos tubos saliendo por arriba y por abajo.
-Mañana iré yo a ver qué sucede. -dijo Raiden.
-Te acompañaré, quiero saber cómo continúa esta historia.
El siguiente día iba normal, Marco salió a trabajar. Raiden paseó y buscó trabajo. Paseó y paseó, y vio un cartel en el cual ponía que buscaban trabajo para ordenar cosas relacionadas con el tren de Black Rock. Raiden fue para allá… de alguna manera u otra, le dieron el trabajo. Raiden salió dando botes del lugar, la vida empezaba a sonreírle, su adicción al juego desaparecía, y tenía a un gran amigo. Era feliz.
Marco llegó a su casa, se sentó, comió junto a Raiden, el cual estaba muy contento. Raiden le dio la noticia, y Marco se alegró tanto como él.
Pasaron las horas y decidieron ir a ver a Archer. Miraron por la ventana, pero no vieron nada. Así que decidieron entrar por la puerta. Pero cuando Marco puso la mano en la puerta, esta se abrió de repente, había sido Archer, el cual tenía un trozo de hierro en la mano, y noqueo a Marco y a Raiden.
Estos se despertaron cuando era de noche. Archer estaba delante de ellos.
-Creo que es el momento para que os hable de mis motivaciones. – dijo Archer mientras cogía una rana con sus guantes de serpiente. – Veis a este animal, una simple rana. Pero si me quito los guantes y la toco…
Así hizo, y de una manera que nadie sabe su por qué. La rana fue transformándose poco a poco en un renacuajo, hasta desaparecer.
-Esto es lo que los monjes que viven cerca de las cataratas de Niágara llaman reinicio. Esos monjes me enseñaron como se hacía cuando fui hacia allá. Lamentablemente, solo se puede hacer con cosas pequeñas, o con humanos. ¡Pero eso acabará! ¡Esa máquina está construida especialmente para que cuando la toque, se reinicie todo el universo!
Raiden y Marco se miraron confusos. Habían visto a Archer «reiniciar´´ a la rana, pero hacerlo con todo el universo era algo más extraño.
-Pero si reinicias el universo, tú también desaparecerás. -dijo Raiden.
-Para eso me meteré en la máquina.
-No le veo el sentido. -susurro Marco.
-Ahora decidme una cosa. Me ayudáis u os mato.
-No tenemos razón para ayudarle- dijo Marco.
Archer, sin decir nada, sacó a Marco y a Raiden afuera. El sol empezaba a salir.
-Pensáis que estoy loco, ¿verdad? Toda vuestra vida era normal y ahora ha aparecido un hombre que dice que quiere reiniciar el universo.
-La verdad es que un poco loco si estás- dijo Raiden.
-Y además quieres que te ayudemos a reiniciar el universo, que ni siquiera sabemos si puedes, y además no tenemos razón para hacerlo. -dijo Marco.
Archer sacó una pistola y apuntó a la cabeza de Raiden. Raiden no sabía que iba a hacer Archer. Hasta que este presionó el gatillo. Marco gritó. Archer sonrió. Y Raiden miró a Marco, y sonrió. Raiden sonrió a la única persona que le había escuchado y que no le había juzgado. Raiden lanzó su última sonrisa a Marco.
-Ya tienes la misma razón que yo para reiniciar el universo- dijo Archer.
Había un niño que quería ser maestro, pero no le dejaban. A los quince le obligaron a trabajar en el campo. El niño no quería, así que decidió huir. Conoció a una chica llamada Martha. A el niño le gustaba Martha, y a Martha le gustaba el niño, pero no se declararon. Así pasaron los años, y el niño se hizo un hombre. El hombre vivía en un pueblecito pequeño, en el cual trabajaba dando clase a los niños. Pasaron más años y el hombre y Martha se casaron, tuvieron juntos un hijo, y eran muy felices.
El hijo del hombre quería ser como su padre y como su madre, les quería mucho.
Un día, el hombre se fue fuera del pueblo para talar unos árboles, ya que el pueblo tenía pocos recursos. Mientras hacía su tarea, el hombre vio a un grupo de personas armadas, y estas personas se estaban dirigiendo al pueblo en el que el hombre vivía. El hombre se puso muy nervioso, y fue corriendo hacia el pueblo. Pero fue muy tarde. Los hombres habían arrasado con todo su pueblo, con la comida, con las casas, con las personas, con Martha, con Tim, con Martha, con Tim, CON MARTHA, CON TIM.
El hombre enloqueció, se armó y empezó a seguir al grupo de personas. Una noche, mientras estas personas dormían, el hombre los ató a todos en una cuerda para que no huyeran. Sacó una foto de su mujer y su hijo y fue preguntando uno a uno si alguien los había matado. Uno dijo que sí. El hombre lo desató y lo llevó a una cabaña. Miró al hombre. Sacó una navaja y se la pegó a la cara.
-Juro que voy a hacerte sufrir todo lo que pueda-dijo el hombre.
El asesino empezó a llorar.
-Por favor, no me mates, tengo una mujer e hijos.
– ¡Yo también tenía hasta que tú los mataste!
-Por favor, yo solo cumplo órdenes. Por favor.
El hombre, un 13 de enero de 1882, mató a una persona la cual mató a su familia.
El hombre, iría con unos monjes, los cuales le enseñaron el arte del reinicio, el cual, el hombre quiso usar para reiniciar el universo. Y así volver con su mujer y su hijo.
Marco estaba llorando, se abalanzó sobre Archer, el cual le dio una patada en la cara. Marco le dio un puñetazo y una patada. No pararon de golpearse hasta que ambos quedaron rendidos en el suelo. El primero en levantarse fue Archer el cual se dirigió a su casa para activar ya la máquina. Pero Marco le siguió. Archer entró corriendo a su casa, seguido de Marco. Archer activó su máquina y usó su poder de reinicio. La máquina aumentaba el poder de Archer a un nivel universal. Pero llegó Marco con un revólver y disparó en la pierna al Archer. Segundos antes de que la máquina empezara a funcionar, Marco sacó de la máquina. De repente, todo se volvió blanco, el universo se había reiniciado, y Marco y Archer no sobrevivieron.
El mundo reiniciado siguió su curso. Los dinosaurios, el inicio de la humanidad y demás. En el año 1888, en Black Rock se podía ver a un hombre de unos treinta años y de pelo largo rubio hablando con su amigo de Italia. Sus nombres eran Mark y Fabrizio.
En un pequeño pueblo, un hombre llamado Alexander tuvo un hijo llamado Jimmy. Este hombre estaba casado con una mujer llamada Nelly.
El reinicio hizo un mundo tal y como lo conocemos, y creó a equivalentes del mundo individual. Pero no tenían los mismos recuerdos, no tenían que tener las mismas experiencias, pero si esa amistad era muy fuerte en el mundo original. En el mundo reiniciado se volverían a encontrar.
MODALIDAD B
«TIEMPO DE SUDADERA» de Jorge Moreno Romero.
“Si nada nos salva de la muerte, que sea el amor lo que nos salve de la vida”. Pablo Neruda
Hace poco estuve teniendo una discusión amistosa con personas de mi confianza acerca del amor y de “ser amado”. Un tema bastante recurrente tanto en la prosa como en la lírica, pero aún siendo un tema tan usado, sigue dominando las noches y los días de la mayoría de seres humanos.
¿Que es el amor y por que es más necesario de lo que parece? Es algo que los antiguos se preguntaban hace milenios y que, pensando desde otro ángulo, sigue siendo una gran incógnita para nuestra especie…
***
Era un nublado día de otoño. Las hojas revoloteaban con el viento que jugueteaba por el cielo haciendo bucles de aire. Aún así las nubes cubrían a un sol que intentaba salir por los agujeros de los prominentes algodones que cubrían el cielo y despertaba cierta incertidumbre acerca de la probabilidad de precipitación más adelante en el día. El día no era el más apetecible para estar en el instituto y poco a poco se tornaba todo de un gris más intenso.
Los pasillos de mi instituto estaban desiertos y una melancolía se cernía ese día por toda la ciudad.
El tiempo también afectaba a las personas
En clase, la gente estaba alicaída, abatida, sin ganas de nada, después de todo, no había un sol el cuál mirar para recordar que la luz existe.
Nuestro protagonista llegó a clase con varios minutos de retraso, otra vez se le habían quedado pegadas las sábanas. No le gustaba levantarse porque estaba mejor en sus sueños y disfrutaba más de ellos aunque fueran simples espejismos de su mente. Se podría decir que nunca era feliz y que siempre miraba el lado negativo de la vida, haciendo así de su existencia un dolor.
Cuando salió de su casa empezó a correr calle abajo, notando el crujido de las hojas bajo sus pies notando su acelerada respiración mientras que pensaba en sus cosas. El movimiento de sus pies sincronizaba con el jadeo interminable de sus pulmones que estaban impactados al ver tan repentino movimiento.
Cuando llegó al aula el profesor todavía no había llegado así que se dispuso a realizar su ritual diario: Cogió sus auriculares y se los colocó por debajo de su sudadera para que no se vieran y seguido se dispuso a esperar.
El día concurrió sin novedades para él, deseando llegar a su casa y desfallecer en su cama.
Hasta la última hora.
Tenía educación física, y el día estaba cada vez peor. Tenía que jugar al fútbol, un deporte que detestaba. Sobre todo con tanto gallito creyéndose superior y tanto que se sobre valora el deporte. Cuando empezaron a jugar, comenzaron los empujones y las patadas. A él no le importaba donde fuera la pelota, estaba más bien en su mundo y todo iba así hasta que uno de los grandullones descerebrados se lanzó encima suya sin ninguna razón aparente. Se levantó y ni siquiera hizo ademán de disculparse, solo le dedicó una sonrisa de asco y se largó. Eso le encendió y parece que eso acababa de empezar. Usaban la excusa de su estúpido deporte para lanzarse encima suya y dedicarme empujones que lo que hacía era calentarle más hasta el punto de que se lanzó a uno de ellos de rebote le dio un empujón de vuelta.
Nunca ha sido un chico alto ni tampoco muy bajito, pero la altura de algunas personas es exagerada hasta el punto de que ese chaval, que había tenido la mala suerte de retar, le podría haber sacado perfectamente dos cabezas. Aun así, él no pensaba con claridad, metiéndome en una pelea que ya había perdido de antemano y se ganó un golpe en las costillas y un parte en consejería. Cuando salió del instituto ya sí que no tenía ganas de nada y menos de ir a su casa y soportar las broncas de sus padres, así que decidió tomar un camino alternativo y se fue a una parcela que había cerca del instituto. Esta tenía muros a medio derruir y daba a las vías de un tren que antaño hubiera servido para transportar mercancía, pero que ahora descansaba en el museo de la ciudad hecho pedazos.
Recorrí con la mirada una piedra y al final decidí sentarme en ella. Miraba el cielo y se preguntaba qué sentido tenía seguir aguantando tanta miseria. Pudo estar allí horas, pero alguien lo evitó.
Miro en la lejanía y vio una pequeña bicicleta que era montada por una muchacha. No había visto nunca a esa chica por la ciudad, pero era muy bella.
No era un chico muy enamoradizo, de hecho, puede decirse que él no creía en el amor, pero aquella que montaba en un biciclo en la lejanía era de una casta diferente.
Tenía un pelo color castaño que ondeaba al viento y una sudadera violeta que se movía fantasmagóricamente al son de las pedaladas de su bicicleta. Sus ojos de un color verdoso eran casi fantasmales y el tamaño de los mismos lo hacían parecer estrellas en el firmamento. La chica se acercaba cada vez más y él optó por hacer como si no la hubiera visto. La muchacha se acercó a él y se sentó a su lado sin avisar. Le resultó bastante incómodo que una chica desconocida se sentara al lado suya sin siquiera saludar. Ella le miró un rato y luego se dispuso a imitarle, se puso a mirar el cielo como estaba haciendo el chico, que extrañado se estaba empezando a molestar.
– ¿Tienes frío?- Preguntó ella, dándose cuenta nuestro protagonista de repente que se había dejado la sudadera en clase cuando hacían educación física, y que ahora que lo decía, le entraba un repelús que recorrió toda la espalda. Sin esperar una respuesta aparente, ella le cogió las manos y la metió dentro de las mangas de sus sudadera
– Están congeladas- Añadió ante la incredulidad del chico que miraba desconfiado esta escena – Si sigues así te vas a resfriar-
El chico siguió mirándola, pensando que no estaba bien de la cabeza y mirando a sus lados por si tenía un arma o algo, porque no era normal que se le acercara una chica en un lugar prácticamente desierto y se pusiera a calentarle la manos con su su sudadera, pero a su vez sentía que le gustaba y no quería separarse de ella. Seguía mirándole atentamente.
Tenía unos ojos preciosos
Estuvieron varios minutos que a él le parecieron segundos y de repente ella se separó ante la sorpresa de él. Se levantó y cogió su bicicleta. Se despidió y se marchó. El muchacho estaba petrificado ante la sorpresa aún y le costó asimilar tantas cosas a la vez. Ahora sí quería ir a su casa, le daba igual la bronca de sus padres, el instituto al día siguiente o que hiciera tiempo de sudadera…
***
No podía parar de dedicarle pensamientos a la misteriosa chica del encuentro anterior, y es que por unos momentos, había conseguido ser feliz y su vida había recobrado un nuevo sentido, ver de nuevo aquella aparición de la que se había enamorado. Le costó admitirse este sentimiento a sus interiores, pero era algo que no podía controlar y que tuvo que acabar aceptando.
Justo cuando acabó el instituto salió corriendo hacía la parcela. El cielo seguía muy encapotado, pero eso ya le daba igual.
Cuando llegó, la buscó desesperadamente y la vio sentada en la piedra, de espaldas a él. De repente, se le ocurrió una idea. Se quitó su sudadera y la dejó fuera de la parcela con su mochila, así podría calentarse de nuevo con aquella chica, de la que se había enamorado sin control.
Avanzó lentamente y se sentó a su lado, esta vez más cerca de ella que el día anterior.
Ella se percató de que se había sentado y le miró. Frunció un poco el ceño al verle sin sudadera.
– La próxima vez que quieras que te coja de la mano no tienes por qué quitarte la sudadera y dejarla fuera- dijo en un tono burlón. Él se sonrojó y ella le agarró las manos de nuevo y las metió por los agujeros de su sudadera. El chico no tardó en hacerle la primera pregunta, haciendo referencia a su nombre, pero ella no respondió, y el chico lanzó la siguiente pregunta:
– ¿Por qué haces esto?- La chica le miró atentamente y le respondió. – Ayer necesitabas a alguien que te calentara las manos y yo lo hice- Siguió mirándole. Pocos segundos después continuó
– ¿O prefieres que no lo hubiera hecho?. Rápidamente el chico respondió apelándole a que hizo bien, que necesitaba a alguien que le calentara las manos. Y así empezó todo
El chico no sacó más el tema de su primera aparición y día a día fue normalizando la situación.
-¿No crees que la gente está loca?- Dijo un día el chico, después de volver a quitarse la sudadera y dejarla en la entrada de la parcela, ya que aunque la chica le dijo que se la pusiera y que siempre que se la quitaba se quejaba que algún día se resfriaría, él tenía miedo de que algún día la chica no le agarrara de las manos como a él tanto le gustaba.
– No sé, solo sé que las hay locas y sensatas y no podemos juzgar a la gente por lo que hagan sus vecinos- La respuesta que la chica ató a la pregunta que él había dejado en el aire le dejó pensando. Él quería seguir preguntando acerca de su origen y sus razones para acercarse a él, pero no se atrevía porque le daba miedo que la chica se molestase.
– ¿Eres de por aquí?, me refiero, ¿A que instituto vas?, es que nunca te he visto por aquí.
– Soy de aquí, pero no conoces el instituto y si te digo mi calle te perderías porque eres muy torpe.
– ¿Tienes al menos Instagram o algo?- Le dijo el chico buscando una manera de contactar con ella fuera de sus quedadas pos-instituto. Ella se quedó callada y le miró con sus ojos oscuros pero penetrantes.
Seguían siendo preciosos
Acto seguido se levantó y se marchó con su bicicleta de nuevo. El chico ya la había intentado seguir, pero siempre se esfumaba o la perdía de vista, así que desistió y simplemente siguió yendo todos los días a ver a su compañera secreta.
***
Mientras tanto, perdía todas las tardes y sus padres no sabían qué pasaba y porqué siempre desaparecía, pero como estaba más feliz sus padres no se preocuparon hasta que empezaron a llegarles las calificaciones de clase y las quejas de los maestro que decían que su hijo no prestaba atención en clase y que siempre estaba distraído. Sus padres, preocupados, decidieron hablar con él acerca de este tema, pero él no ponía culpa a nada respecto a sus notas y nunca decía nada en cuestión de sus escapadas después del instituto. Eso no afectó en nada a su relación con su chica especial, pues en su mente no había lugar para otra cosa y la felicidad reinaba su vida. Solo había una espina clavada en su corazón, y eso era sus sentimientos hacía la muchacha que no tenía nombre y necesitaba declararlo, pero tenía miedo a lo que podía llegar a pasar con su amistad.
Mientras su mente se debatía, sus sentimientos y sus padres se preocupaban cada vez más sobre cómo su hijo estaba reduciendo drásticamente el poco contacto humano con el que antes contaba y su nivel académico caía sin control en un mar de incertidumbre. La chica y nuestro protagonista seguían teniendo encuentros clandestinos después de clases y manteniendo sus largas conversaciones reflexionando acerca de las cosas de la vida:
– ¿Tú crees en el amor?- le preguntó un día, que hacía especial frío, pero seguía en mangas cortas.
– Depende ¿Qué crees tú por amor?- Dijo ella, reflexiva, mirando a las nubes, que presagiaban una tormenta.
– Yo supongo que el amor se siente cuando hay alguien especial en tu vida, y que no te deja dormir, ni comer, ni pensar- Esto último lo dijo tartamudeando, hacía un viento helador, pero él seguía en mangas cortas.
El calor de las manos de la chica se estaba perdiendo poco a poco. El chico continuó.
– Ya sabes, cuando tienes muchas cosas en común con alguien, sientes amor por esa persona; cuando necesitas a ese alguien a todas horas del día, sientes amor por esa persona, cuando no puedes parar de pensar en ella, sientes amor por esa persona-
Su voz se fue apagando poco a poco.
Estaba empezando a caer pequeñas gotas del cielo, comenzando así la lluvia tan esperada durante varias semanas.
Ella seguía callada. Había perdido el color de sus mejillas, solo miraba al suelo.
Sus manos no la soltaron
Él la miraba, ella le evadía.
– ¿Sabes?, dijo él, aún no sé tu nombre-
Esta vez sí respondió
– Yo me llamo como tú quieras, después de todo, tú fuiste el que me creaste.
El chico la miró. Estaba lloviendo muy fuerte
– Es verdad- se percató él. Él sabía que por eso nunca habría nadie como ella
Ella le cogió de las manos por última vez y se levantó. Se quedó mirando al horizonte y cogió su bicicleta. Acto seguido se marchó ante la atenta mirada de nuestro protagonista, quien se volvió a sentar y mirando al horizonte, se congeló ante la intemperie, mientras las gotas de lluvia caían a través de sus hombros.
«No es miedo a los trenes», de Iván Garrido Romero.
14 de febrero de 2023. Había quedado con su pareja para pasar el día de San Valentín como se debe. Para empezar, esperaron hasta que el instituto se acabase, lo cual fue más largo de lo normal. Es lo típico: cuando quieres hacer algo al terminar las obligaciones, no paras de pensar en ello hasta que finalmente tienes la oportunidad de hacerlo. Ni siquiera había sonado el timbre y ya estaban saliendo de su clase para encontrarse en la entrada, donde sonriendo se tomaron de las manos para empezar a caminar hacia su primera parada, que sería un restaurante simple. No era un restaurante demasiado transcurrido porque no destacaba por su comida o servicio, pero justamente eso hacía que fuese aún mejor, pues precisamente la tranquilidad del ambiente fue lo que se tuvo en cuenta a la hora de elegir un lugar para almorzar. Cuando estás con esa persona a la que quieres, no quieres que nada o nadie te moleste, ¿verdad? El restaurante estaba de fondo, casi borroso, porque cuando se miraban sólo eran capaces de verse, y no de ver su alrededor. ¿Por qué querrían mirar alrededor, pudiendo mirarse? Pero, aunque eran una pareja muy unida, tenían gustos diferentes. No importan realmente los gustos de la otra persona cuando la quieres, ¿a que no? Se sirvieron dos platos: uno de los platos era de arroz con pollo, acompañado de un vaso con Coca-Cola, y el otro era una ensalada ligera, acompañada de un vaso de simple agua. Estuvieron hablando, riendo, y haciendo cosas que las parejas hacen mientras comen durante San Valentín. Antes de darse cuenta, el tiempo del almuerzo había acabado; los platos estaban vacíos y era hora de pagar la cuenta. Pagaron la cuenta a medias, como habían decidido desde un principio. Una vez que salieron del restaurante, sin despedirse de quienes les habían servido o de las demás personas que estaban allí, se pusieron los guantes para evitar que sus manos sufrieran por el frío que hacía en la calle. Un fastidio, en realidad, porque no podrían estar dándose la mano todo el camino como habían pensado antes.
Ahora tocaba pasear, y eso hicieron. Estuvieron andando por la ciudad mientras hablaban de cosas triviales, como qué canciones habían estado escuchando últimamente, qué series habían estado viendo, cuáles eran sus objetivos después de terminar con sus respectivos estudios y otras cosas aburridas. Eso durante un tiempo muy largo. Pero, cuando pasas tiempo con la persona que quieres, no importa cuánto tiempo estás hablando o paseando, ¿verdad? Llegaron al parque donde se habían dado su primer beso, ¡qué bonito! Hacer algo tan íntimo con la persona que quieres es genial. Decidieron con una sola mirada ir a sentarse a uno de los bancos que estaban allí. Todavía no era tarde, así que no iba a afectar a su plan en absoluto el hecho de descansar un rato las piernas. Una vez que se sentaron, se tumbó descansando su cabeza sobre su regazo, a lo que respondió acariciando su cabeza con suavidad sin poder evitar esbozar una sonrisa. Decidió dejar que durmiese y no molestar. ¿No es precioso que la persona que quieres confíe en ti lo suficiente como para dormir sobre ti? ¡Cuánta confianza! Con un bostezo delicado, se sentó y estiró hacia arriba sus brazos a la vez que sentía los músculos de su cuerpo activarse, dándole ese placer que tienes nada más despertar por la mañana y estirarte sin pensar tan característico.
Tenían planeadas más actividades, pero para ello debían moverse bastante; a la otra punta de la ciudad. Aprovechando que hacía frío, se pegó más y abrazó su brazo, compartiendo un momento cálido literal y figuradamente. Y así estuvieron hasta que llegaron al centro comercial donde cenarían y verían una película. Cuando estaban ahí recordaron que no habían podido ponerse de acuerdo a la hora de decidir dónde cenarían en concreto, lo cual generó una discusión. La discusión no sólo duró poco, sino que también fue muy leve. No hay nada mejor que el sentimiento reconfortante que obtienes después de haber tenido un pequeño contratiempo con la persona que quieres, ¿o sí lo hay? Terminaron por ir a cenar a uno de los sitios de comida rápida del centro comercial; a un Burger King, vaya. Pidieron una hamburguesa y un refresco para acompañar compartiendo a su vez una bolsa de patatas. Una vez más, pagaron la cuenta a medias.
Entonces, gracias al tiempo que habían estado en el parque, no hacía falta esperar más para entrar a la sala del cine. En la película aparecían todo tipo de escenas: escenas de amor, comedia, misterio, suspenso, terror… Era una película muy completa. Mientras comían palomitas, sus manos estaban juntas, al igual que ellos. En algún punto durante la película, sus ojos se encontraron y empezaron a reducir la distancia que había entre sus rostros, a punto de darse un beso. Pero se detuvieron, se detuvieron porque un bebé empezó a llorar, lo cual hizo que volviesen a pensar en la situación en la que estaban. Una vez que la película terminó y era hora de ir a una de sus casas para terminar con el plan, salieron del cine y del centro comercial con el objetivo de empezar a caminar hacia dicho lugar. Sin embargo, se le ocurrió que sería mejor, más romántico, si volvían por las vías del tren. Tenía miedo, pero, ¿por qué negarías una idea de la persona que quieres?
Empezaron a caminar sobre las vías, haciendo equilibrio sobre estas de vez en cuando. El miedo se fue y habían empezado a haber sonrisas y risas a medida que volvía la comodidad, y con ello una conversación fluida que parecía que podía seguir para siempre. El camino iba a ser largo, por lo cual no se tenían que preocupar por cómo de larga iba a ser su charla o cuánto tiempo iban a estar desperdiciando al volver por ese camino hecho por las vías que, además de más romántico, era más largo. Cada quien con sus atajos. Las vías empezaron a vibrar de una forma muy leve, y no lo notaron. Era de noche, pero algunas luces leves iluminaban las vías y un poco hacia los árboles de alrededor, que a veces parecían ser personas o animales debido a la falta de visión y el exceso de imaginación.
Una luz más potente empezó a hacerse visible desde detrás, lo cual notó y avisó a su pareja para que tuviese cuidado. Sabían que el tren estaba en funcionamiento, e incluso lo habían usado, pero no sabían que por la noche también se movía. El gusano de metal gigante seguía avanzando, pues no los veía, ya que el conductor estaba revisando el suelo de la cabina tras derramar un poco de agua en esta. Gritó mientras que se apartaba de las vías, lo que alteró aún más a su pareja, causando que cayese y su pie se atascase entre la vía y el suelo. Se juntaron el miedo y las prisas, y la angustia terminó por sumarse con la desesperación al ver al gusano cada vez más y más cerca. Los gritos se escuchaban más fuerte aún, aunque no lo suficiente como para llegar al maquinista. No sólo eso, sino que tampoco tenía ya tiempo para frenar las toneladas de peso que estaba conduciendo. Se empezaba a imaginar lo que iba a pasar en los próximos segundos, y sólo sentía más y más miedo. Veía el tren moverse en cámara lenta y apenas podía escuchar los gritos de su pareja. Estaba hiperventilando y no conseguía pensar con claridad. Entonces empezó a ver su vida pasar ante sus ojos, como había visto en películas, como había leído en libros, como había escuchado de otras personas. Nunca se imaginó que su final sería así, y ni siquiera podía pensar en eso. Lo único que hacía era mirar las cegadoras luces del tren que poco a poco acortaban distancia con su cuerpo. Su pareja, por desesperación, se subió a las vías y tiró de su pareja hacia el extremo más alejado para sacar el pie atascado de forma más fácil, terminando por caer hacia atrás cuando quedaban apenas dos segundos para que el choque matara a la pareja. Estaban hiperventilando, mirando a sitios distintos. Miraba a su pareja mientras trataba de procesar lo que acababa de pasar y la sensación de alivio empezaba a surgir efecto en su adrenalina. Su pareja, sin embargo, miraba a la nada. No estaba pensando, su adrenalina no bajaba y su respiración no se controlaba. No estaba en condiciones. Un abrazó se formó, aunque sólo desde una parte de la relación, puesto que la otra estaba ausente.
Largos, pero muy largos minutos pasaron hasta que se calmó y pudo procesar lo pasado, aún estando muy lejos de encontrarse bien. Caminaron hasta la casa, donde, en la puerta, se despidieron.
– ¿Te vas? ¡Pero si hoy íbamos a..!
– Lo sé, pero no me encuentro bien.
– ¡Llevamos mucho pensando en esto! ¡Por fin me he decidido a hacerlo! No puedes dejar que lo que ha pasado te afecte tanto, hemos salido ilesos. – Ya… No me siento bien, de verdad.
Su ceño se frunció, mostrando que estaba en desacuerdo con lo que estaba pasando, mostrando que se enfadaba.
– ¿Y para eso me hiciste ir ayer a comprar a la farmacia?
– No “te hice” ir, te dije que-
– ¡Me dijiste que te daba vergüenza! ¡¿Te crees que a mí no me dio vergüenza?! ¡La farmacéutica es amiga de mi madre!
– De verdad que no quiero discutir contigo ahora…
– ¡Normal, después de la que me has liado en las vías! ¡Podrías haberte movido, ¿sabes?!
– No podía…
– ¿Que no podías? ¿Que no..? ¡¿A ti qué cojones te pasa?! ¡¿Te va a arrollar un tren y te quedas quieto?! ¡¿Es que no tienes sentido común?! ¡¿No tienes instinto de supervivencia?!
– Sólo… me bloqueé…
– ¿Que te bloqueaste? ¡Pues vale, que sepas que ahora mi casa está bloqueada para ti!
– Pe-
– ¡Que te vayas!
Se fue, dejando a su pareja en su casa, mirando al suelo mientras andaba y pensando en la discusión. Levantó su cabeza y pudo ver las nubes aún siendo de noche. Las nubes nunca habían parecido tan… falsas. ¿Es porque no está con la persona que quiere? No parecía real. Se miró las manos, se sentían falsas. Se llevó su mano a su pecho, estaba experimentando una sensación que jamás había experimentado. ¿Miedo? No, era más profundo. Nada se sentía real, más bien, todo se sentía falso. Falso… Falso, falso, ¡falso! ¡Falso! ¡FALSO! ¡FALSO! Falso…
Estaba en el suelo, con la ropa arrugada y recuperando el aire. Se había hecho daño al caerse, sus rodillas estaban raspadas y su mano tenía la señal de un golpe fuerte, tal vez por haber tratado de detener la caída por instinto. Tenía a una persona enfrente, que le preguntó si estaba bien. No podía responder. No sabía que estaba pasando y definitivamente podía sentir que no estaba bien. No era sólo miedo, era también impotencia y angustia. Se había dado cuenta de lo fácil que es morir, de lo frágil que es la vida, de lo aleatorio que es el mundo… No sabía si podía seguir después de experimentar ese miedo. Era tarde, pero no tenía sueño. Era tarde, en la madrugada, pero… ¿Por qué estaba esa persona ahí? Sola, en la madrugada…
– Sólo quería dar un paseo y despejarme, sólo descansar un poco porque no me estaba sintiendo bien.
– …
– Ya lo sé, y está bien.
– …
– Es normal, trata de respirar lenta y profundamente. Concéntrate sólo en respirar.
– …
– Eso es. ¿Mejor?
– …
– Un poco más. Inspira… expira…
– Muchas… Muchas gracias…
– No hay de qué.
– Hoy no ha sido un buen día, quiero decir, ha sido un día genial. Estaba con mi pareja y todo estaba saliendo bien, pero… Pero quiso ir por las vías, y luego el tren apareció y, y yo… Tengo miedo.
– Y eso está bien. Tener miedo nos hace fuertes.
– Pero me siento débil.
– Porque es tu forma de ver la que hace que lo percibas de esa forma. Las personas fuertes no son más que personas valientes, y para ser valiente hay que superar el miedo. Tienes que tener miedo y sacarle provecho, que sea una motivación, no un obstáculo.
– Haces que suene fácil.
– Y aún así no he dicho que lo sea.
– …
– ¿Sin palabras? No pasa nada, está bien. Todo va a estar bien.
Se permitió llorar. No era llorar como cuando su primera pareja cortó la relación o como cuando perdió a su mascota en su infancia. Tampoco como cuando se hacía daño y tenían que desinfectar su herida. Era un llanto que lo dejaba vulnerable, pero todo iba a estar bien.
Empezaron a hablar y, posteriormente, a quedar. No quería hablar con su pareja, si es que todavía podía llamar así a esa persona. Es… Claro, eso es. La persona a la que quieres. Quieres. Querer. ¿Querer? ¿Sólo eso? ¿No era amar? ¿Amaba a su pareja? ¿Se amaban? Oh… Claro… Se terminó ahí, pues hablar no resultó. No iba a ser la pareja de… eso… Hablando con más gente se dio cuenta; se dio cuenta de que podía hablar con más gente, conocer a más gente, escuchar a más gente, o más ideas, más opiniones. Ahora tenía más perspectivas, pero…
El sonido del tren acercándose, la sensación de las vías y el suelo vibrando, la luz cegadora de los faros. El recuerdo y las emociones atadas a este estaban al acecho, atacando por la noche, cuando estaba sin nadie alrededor, a punto de dormir. No durmió bien, ni ese día, ni ese mes. Pasaron otros tres, siendo cuatro, y seguía así. Pensaba rendirse. ¿Por qué no rendirse? No tienes a una persona que te quiera y a la que quieras, ¿no? ¿Qué te ata? Tiene miedo. No puede rendirse, porque le da miedo también. Es una paradoja. Esto continuaba y continuaba como
si no fuese a terminar nunca, y se sentía justo de la misma forma. Tampoco quería comentárselo a amigos, ¿por qué lo haría? No tiene razones, ¿no?
– Es normal tener miedo a morirse, sólo las personas con un trastorno o algo así pueden vivir sin ese miedo.
– ¿Tú tienes algún trastorno?
– Yo no.
– Pero no tienes miedo.
– Claro que tengo miedo. Tal vez tengo más miedo que tú, pero no lo muestro. – ¿Lo ocultas?
– No tengo tanto miedo como tú.
– ¿Lo has aceptado?
– Tuve que hacerlo.
– Tiene sentido…
Empezó a pensar en que no merecía la pena tener miedo. Por supuesto, eso no bastaba para superarlo, pero estaba más cerca. Su parte lógica sabía qué tenía que hacer, su parte emocional no sabía cómo. Era un lío, y daba vueltas entre estar bien y mal. Uouououo. Mareaba. Intentaba pensar en que era joven y le quedaba mucho tiempo para vivir y experimentar, y disfrutar o tal vez sufrir un poco más, pero también recordaba que algunos no tienen esa suerte, y que no puede decidir cuánto vivir, sino intentar vivir más, que es distinto. Se alegraba, aunque fuese un poco, de no haber nacido con problemas y de no tenerlos ahora.
Trató de pensar en su miedo, un poco más profundo. Más, más profundo. Encontró algo, y no era bonito, aunque tal vez esperanzador, depende de quien lo encuentre y cómo lo vea. No tenía miedo a morir, sino a no estar consciente. Tenía miedo a dejar de existir. De existir vida tras la muerte, no tendría miedo, aunque seguiría intentando vivir una vida larga.
Entonces pensó y pensó en la consciencia. ¿Cuándo ganó consciencia? ¿Cómo se gana consciencia? ¿Cuándo se pierde? ¿Cómo se pierde? ¿La pierde cada vez que duerme y vuelve a despertar? ¿Cómo? Si se apaga su consciencia y luego vuelve, ¿es la misma consciencia? No era la misma que cuando era un niño, no será la misma que cuando sea mayor. ¿Qué es la consciencia? Reacciones químicas. ¿Qué? Ah, perdona, te dejo seguir escribiendo. Bueno, tienes razón, son reacciones químicas. Qué raro. Pensaba y pensaba y no encontraba respuesta por más que lo hacía, ¿respuesta a qué? Entonces pensó en que tal vez no era la misma consciencia, y que en realidad creía serlo porque tenía los recuerdos de la anterior. Entonces, ¿se iría a dormir para siempre dando paso a otra consciencia? Fue algo… liberador. Se sintió aliviado. No tenía que preocuparse por mañana, sólo por
hoy, por hacer las cosas bien hoy. Tenía todavía algunas horas, así que decidió escribir.
– «No sé si mi teoría es verdad y no hay forma de comprobar si es así, pero quiero dejarte un mensaje pensando que somos distintas consciencias. Cumpliré mi cometido hoy, y dormiré temprano, pues cuando despiertes, quiero que te sientas descansado. Mañana te tocará a ti hacerlo, y también deberías de hacer ejercicio y estudiar. No tengo mucho más que decir por hoy, buenas noches, Yo».
Después de eso, se fue a dormir, guardando lo que había escrito en la nube. Una vez que despertó, si es que lo hizo, fue a clases, hizo los deberes, hizo algo de ejercicio y terminó por dormir, comiendo de forma organizada también entre tarea y tarea. Así pasó una semana, y luego un mes, seguido de otro. Entonces se sintió con fuerzas y feliz, y fue a visitar a la segunda persona que más había ayudado.
Era su primera vez haciendo algo como eso y estaba un poco inquieto, pero también feliz y muy agradecido. Le contó cómo había logrado superar de cierto modo su miedo y que, aunque todavía le quedaba proceso por delante, ahora sentía que tenía el control de su vida otra vez. Estuvo hablando un rato hasta que terminó de decir lo que quería. Entonces, finalmente se despidió. Colocó unas flores sobre la tumba y se levantó quitándose el polvo y tierrilla de sus rodillas. Después, mientras se disponía a visitar a la persona que más ayudó, se topó con un bar de lo más normal, que le vino muy bien, pues tenía sed.
Entró y se acercó a la barra para pedir un vaso de agua y sólo eso. Lo bebió de forma tranquila, ya que no tenía prisa. Una vez que terminó el vaso, se fue del bar despidiéndose de quien le había servido el agua y de las pocas personas que allí había.
Finalmente fue a su casa y, frente a un espejo, se miró a sí mismo, miró lo que había conseguido consumado en la sonrisa que se reflejaba en el cristal. Sus ojos se humedecieron aunque no llegó a llorar. Había conseguido superar el miedo que tenía o, al menos, había podido retomar el control de su vida. Escribió todo lo que había hecho, pero no se fue a dormir. Ahora le había cogido el gustillo a la escritura, y empezó a escribir una historia de una idea extraña que se le ocurrió. La historia empieza:
– 14 de febrero de 2023…
«Para ocultar la verdad» de Claudia Pavón Moreno.
-No tienes que ocultarme nada, al contrario, estamos aquí para que te abras y sinceres tus problemas conmigo.- La señora detrás del cristal mostraba confianza en su sonrisa, sin embargo, lo único que quería hacer en ese instante era volver a recostarme en la esquina de mi maltratada habitación, y volver a dormir hasta que no tenga más remedio que levantarme y volver a repetir los mismos momentos en mi cabeza.
-Mm, puedo intentarlo.-Esbocé una pequeña sonrisa.- Empezaré con mi parte favorita.
* *
-No puedo creer que hicieras eso.- Mi hermano reía a carcajada suelta. Yo iba a su lado, con la sudadera pegada al torso, mi cabello corto desprendiendo gotas de agua, y los pantalones y zapatos empapados. Era lo más incómodo de mi vida, lo juro. Cosmo a mi lado abrazaba su peluche de Homer, el padre de la familia Simpson, pegado al pecho, mientras iluminaba mi día con su sonrisa.
Se le había caído desde el muelle al mar, debido al empujón apresurado de uno de los pesqueros que pasaban por allí. Empezó a llorar en cuanto lo vio hundirse, y a mí no me quedó más remedio que lanzarme a buscarlo. Tuve que sumergirme a recogerlo y en cuanto se lo devolví, me abrazó las rodillas, y puedo jurar que ese fué el mayor regalo que podrían haberme dado.
Ahora íbamos de camino a casa, esperando que al llegar, papá, nos recibiera con alguna comida deliciosa de las que él hacía. Al llegar, Cosmo salió disparado al baño a secar su peluche, yo, por otro lado, me dirigí a la sala, buscando a mi padre. No lo encontré en ningún lado, ni en la cocina, ni en su cuarto, ni tampoco en el jardín. Iba hacia mi móvil, para lograr localizarlo, cuando vi la escena que todavía atormentaría mi mente.
Cosmo estaba recostado en su cama, a su lado, nuestro padre, inerte en el colchón, y reteniendo un frasco vacío en su mano. El pequeño le contaba sobre su día.
Me acerqué hacía él, y le pedí que fuera a lavarse las manos para cenar. Cuando desapareció de la habitación, me acerqué al cuerpo que yacía sobre la cama. Empecé primeramente, por tomarle el pulso, luego inspeccioné el frasco de pastillas; Paroxetine. Mi padre se había suicidado. Cientos de preguntas inundaron mi mente, culpándome por el mínimo gesto que hubiera hecho para que esto terminara así…
Caí sentado en la cama, mientras lágrimas se derramaban sobre mis mejillas. Me abracé a su cuerpo, aferrándome a la idea de que me rodeara con sus brazos, pero eso nunca pasó. Cuando oí golpes en la puerta.
-Ya me he lavado las manos.- Mi pequeño hermano de cuatro años estaba apoyado en el marco de la puerta, mientras que con su pequeña mano se frotaba el rostro. Eran cerca de las ocho de la tarde, y seguramente estaría hambriento y con ganas de dormir.
-Perfecto. Ve a tu habitación a jugar mientras yo hago una llamada, ¿Vale?.- El asintió.- Lamento que tengas que esperar para cenar. Dile adiós a papá.
Asintió, y movió su manita en forma de despedida. Salió nuevamente de mi visión. Me levanté y marqué el número de emergencias.
-112, ¿Cuál es su emergencia?
-Mi padre ha fallecido. No pude hacer nada, ha sido un suicidio. Calle Lirio Número 12.- Se me quebró la voz.
-Acabamos de enviar una ambulancia para asegurarnos, estaremos allí en 2 minutos, no se mueva de su domicilio.- Asentí, cayendo en cuenta de que no podrían verme.
Le llevé la cena a Cosmo, y me senté en el sillón de la sala a esperar. No me percaté de cuanto tiempo transcurrió cuando toques apresurados empezaron a sonar en la puerta de la entrada. Me levanté a abrir, y una mujer alta y delgada apareció en mi campo de visión. No escuchaba nada, era como si todo transcurriera en tercera persona.
**
-Lo siguiente que recuerdo, fue como tres médicos igual vestidos atravesaban la casa hasta llegar a la habitación principal, en la cuál se hospedaba mi padre.- Sonreí cínicamente al ver la cara de mi acompañante. Tenía los ojos abiertos como platos, sus labios estaban levemente separados, y su cuerpo estaba en una clarísima posición de asombro.
-¿Qué pasó con tu hermano y contigo?- Mi sonrisa se borró. No me agradaba ese tema. Me levanté de la silla en la que estaba sentado, y me acerqué hacia el ventanal que daba con la chica.
-Vamos, Doctora…-
-Smith.- Completó mi frase.
-Smith, bonito apellido. ¿De parte de madre o de padre?.- Giró los ojos, lo que hizo que apretara mis manos, moviéndolas contra mis piernas ansiosamente.
-No cambie de tema.
-No vuelva a girar sus ojos, es una gran falta de respeto.- Me miró extrañada.- No vuelva a hacerlo.-
-Lo lamento. Volvamos al tema principal.- Giré mis ojos. Algo hipócrita, lo sé.
Volví a recordar…
**
Mi hermano lloraba, y yo intentaba con todas mis fuerzas separarme del policía. El adulto pegaba mi espalda a su pecho, sus brazos rodeaban mi abdomen, haciendo que me flexionara. Intentaba pegarle codazos, patadas, e incluso tirarlo hacia atrás. Pero claramente, tenía mucha más fuerza. Cosmo logró soltarse de donde estaba retenido, y vino corriendo hacia mí. El hombre me soltó, sintiendo compasión. Me arrodillé y abracé a mi pequeño con toda la fuerza del mundo, intentando transmitirle todo el amor y protección que pudiera.
Esto se debía a que nos llevarían a orfanatos distintos. A el lo llevarían a »Arkápolis», donde vivían solo niños desde los tres años hasta los diez. A mí, me llevarían a »Vormir». Tendría que hospedarme allí hasta los dieciocho. En total, 4 años.
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-Debió ser difícil.- Me miraba con compasión, intentando demostrar que sentía pena por mí.
-No necesito su pena. Tampoco su compasión. Así que si tiene alguna pregunta, hágala y no finja que le importa algo de lo que le digo.- Se quedó en silencio.
-¿Qué pasó con tu hermano? ¿siguieron en contacto?- Su pregunta me descolocó. Me esperaba algo parecido a; ¿Cómo lo pasaste? ¿Sufriste mucho?. Es lo típico que me dicen todos, no prestan atención a mi hermano.
-Nosotros…- Intenté pensar alguna excusa para cambiar de tema, pero sus ojos puestos en mí hacían que dijera la verdad.- Quizá todo habría sido mejor si no me hubiera levantado esa mañana.-
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15 de Septiembre.
Habían pasado tres años desde esa trágica noche. Las pesadillas seguían sin abandonar mis sueños, y mis recuerdos sin abandonar mi mente. Todos los viernes al amanecer, me concedían el permiso de enviar una carta a mi hermano, pero no estaba seguro de que las recibiera. En todos esos años, ninguna carta fue respondida, y seguramente tampoco leída. Ese martes 15, era su séptimo cumpleaños, y en lo único en lo que podía pensar era en visitarlo. Claramente, eso no era posible.
María, mi cuidadora, llamaba a mi puerta, avisándome de que tendría que estar en el comedor. Abrí la puerta, y me dirigí seguido por María hacia la más grande sala de todo el recinto. Me senté en la segunda mesa, al lado de dos de mis compañeros a los que no conocía.
A las 8:15, estábamos todos distribuidos por su sitio, cada uno en su clase correspondiente. Dos horas después, en clase de idiomas, una monitora apareció robando mi tiempo. Salimos al pasillo, y ella empezó a explicarme.
-Sabemos que hoy es el cumpleaños de su hermano menor.- Asentí.- Le dejaremos visitarlo.- Fruncí el ceño. No estaba permitido.- En cuanto termine sus clases, tendrá que ir a la puerta principal, le estarán esperando para llevarle a Arkápolis.- Mis ojos se llenaron de lágrimas, pero no deje derramar ni una sola gota. Una de las pocas cosas que había aprendido aquí era a no mostrar nunca mis sentimientos. Te hacen ver débil.
-Señora, con todo el respeto del mundo. ¿Por qué me permiten visitarlo?. Sé que está prohibido a menos de que sea algo grave.- Me miró con la misma expresión que ya conocía de memoria.
-Necesito que esté calmado para lo que voy a decirle.- Las ganas de llorar aumentaban.- Le detectaron hace unos meses una enfermedad difícil de tratar. Tiene leucemia.- Sentí mi pecho ser presionado fuertemente. Me quedé petrificado en mi sitio, mientras sentía mi mundo desmoronarse en pedazos. Una lágrima fue derramada, y esa fue la señal que consideré adecuada para salir del pasillo. Me dirigí rápidamente hacia mi habitación. Me acerqué a la pequeña mesa que estaba al lado de mi cama, y comencé a sacar todo. Cuando di con lo que buscaba, me dejé caer de rodillas al suelo, sollozando y sintiendo miles de cuchillos atravesar mi coraza.
El peluche de mi hermano se empapaba de mis lágrimas, y yo simplemente esperaba a que llegara la hora de ir a visitarlo sentado en el suelo, desahogando todo lo que no solté en su momento.
A las 14:45 estaba parado junto a la cerca de hierro. Un coche negro e imponente se paró a mi lado. Subí a la parte trasera, y este se puso en marcha. Llevábamos cerca de media hora cuando estacionamos al lado de un gran edificio. »Hospital» estaba escrito en la puerta, y el sentimiento de desolación volvió a aparecer. Entramos y subimos hasta la planta 16, habitación 9. Vi a Cosmo sentado de espalda a la puerta en la cama del hospital, y me recordé que tenía que ser fuerte.
Una enfermera se acercó a mí, y me concedió permiso para entrar. Al llegar a su lado, toqué su hombro y él se sobresaltó. Me miró con los ojos cristalizados, y se me colgó al cuello. Caímos de rodillas abrazándonos, mientras se escuchaban sollozos en la habitación. Me separé un centímetro de él, para observar lo crecido que estaba, y volví a pegarlo a mi torso.
**
-Murió meses después. Yo sufrí un desmayo y tuve una contusión.- Mis ojos estaban clavados en el jugueteo ansioso de mis manos.
-Yo…- Se veía intimidada.- Siento mucho que tuvieras que pasar por todo eso tu solo.- Apreté las manos en puños y rodé los ojos.-
– Se lo vuelvo a repetir, no sienta pena por mí.- Miraba fijamente el suelo.-Siguiente pregunta.
-¿Qué hay de su madre?- Me levanté de la silla con brusquedad, haciendo que cayera en el proceso. Pegué un golpe al cristal que nos separaba, y mi mano comenzó a sangrar.
-No pasó nada fuera de lo normal, solo murió.- Intenté relajar mi tono de voz.
-Aquí me han comentado que no os llevabais muy bien.- Me tensé. Ella lo sabe, y sabe que yo lo sé…
«Parón» de Carlos Romero Claros.
Lentamente, de formas que no podía explicar, se había ido instalando. No era algo nuevo; ya lo sabía estar ahí desde hacía ya bastante, pero de su presencia discreta y sutil no se había percatado hasta hacía más bien poco. Tampoco sabría explicar cómo ocurrió aquello, qué, exactamente, fue lo que le abrió los ojos. No había razón concreta, y a las suposiciones las invadía una capa de misterio imbatible. No era desagradable, siquiera molesto o enojoso, ciertamente no por ahí habría podido darse cuenta. El ruido, la molestia, distaba tanto de ser un chirrido… No, era más bien un murmullo, apagado, ahogado, un murmullo que ni siquiera era capaz de incordiar. Ahora, lo que tenía era más bien un quejido débil, una protesta calma, somnolienta, incapaz de inspirar nada más que un suspiro agudamente resignado, que apenas podía tomarse ya en serio, olvidado fácilmente por la memoria frágil, descompuesta y efímera. El fuego, si a eso podía llamársele, apenas nacía pasaba por la muerte que era el agua tibia del olvido. Llamitas de cerillas, chispitas, eran lo único que podía arder ya en ese mundo casi por entero incombustible.
Una respiración pausada y lenta, calma. El aire, casi como por voluntad propia, entraba en sus pulmones, delicadamente, como en acto de cuidado extremo, y de ellos salía también de la misma manera, apenas calentado un ápice por su estancia interior: ya estaba demasiado templado. Así, como en un pesado ritmo que no daba visos nunca de querer acabar, de querer dejar de gotear hasta las profundidades talásicas. Porque de milésimas, lagrimitas de su gotera, se hizo su laguillo insípidamente salado. Su cuerpo, tumbado boca arriba, se veía impregnado por la más entibiada agua que bajo cielo, este gris, hubiese. Una mancha homogénea de nada leucofea recubría las alturas, en una composición que no daba pie a discernir si acaso era una nube que se hubiera apoderado del manto entero o si acaso el trapo se había descolorido hasta la ceniza. El suave mecer de las aguas, insignificante, apenas lo sentía en sus carnes, todo parecía tan quieto e inmóvil como la más sólida superficie. En este mar parecían las olas olvidadas, no mentadas ni en el recuerdo del viento, emborronado este hasta el más insípido de los silencios, conticinio de noche clara, acaso ya eterna. Pero de lo que no oía, aún en su memoria, fragmentándose a cada rato, quedaba una imagen, antaño grabada en el más ardiente de los incendios, fuego vivaz. Ya, época de calma, de cenizas, silencio tras la tempestad, no quedaba el más mínimo crepitar de las llamas, ni tan solo un fulgurar de su aura caliente. Solo una luz gris, claridad tenue, quedaba sobre la faz. Tuvo quizá en otros tiempos, noches otras, sentimientos por ella, fuerza promotora de sus navegares. Sí, aún algo quedaba en la memoria; parecía poder acercarse a tocar con la mano su calor pasado.
Brava la mar, confabulada la tormenta, bramante y rugiente, con rayos y torrentes del andrajo sucio de la nubarrada, surcaba en dos la mar su metal pulido, su barcazo querido.
de robusta coraza. El corazón en un puño, el valor a flor de piel, hermanado al miedo; componían juntos la armonía de una gallarda y adictiva sensación. El mundo, pequeño, servilleta de seda: todo a su barquito parecíale poco. La aventura, deliciosa, se había instalado en su corazón: no hacía más que quererla y ansiarla, ya por instinto. Corría magma por sus venas, su pulso, totalmente ido, corría en la busca incesante y vesánica, descabezada, de una potencia mayor. Era el placer, su tesoro, aquel buscar sin fin un ápice de vida más, descontrolado ya el desvío, extravagante y enfermizo, de cualquier camino, regla, orden o destino. La locura se le subió hasta el germen de la razón, que quedó infectado, pútrido en la búsqueda de baldías mayores excitaciones. Llegó entonces la ola, castigo a la imprudencia. El monstruo, rugiente y sanguinario, de pulso firme, vino a poner en su sitio a aquellos locos ingenuos. Oh, si creyeron, tan solo fuera un segundo, haber podido con la mar, dueños sentirse… Ella, desairada y vengativa, de carácter sulfúrico, de un solo golpe desató toda la rabia y furia de sus aguas infinitas. Entonces, su metal, invicto todavía, se quebró en dos y en mil, y su cabo, gobernante y tripulante, en las gélidas aguas traicioneras vio morir su llama ardiente hasta la triste hipotermia, hasta el más profundo y oscuro abismo que guardaron los salados licores en su lecho. Los gritos, ya entonces sordos del esfuerzo, hicieron desgarrar su voz hasta un murmullo mudo.
Hoy, el recuerdo, desatado, sin cadenas, iba liberado alejándose hasta el errar eterno de los vaivenes estériles del mar. Y rescoldos, eso tenía. Su sentimiento, pensaba, dónde habría acaso ido. Su llama, muerta hasta la ceniza, era lo único que le quedaba: yerma, infértil. ¿Dónde había ido la emoción, dónde el sentimiento? Y trataba de alcanzar siquiera una misérrima parte del calor que sintió, trataba el ánimo y emoción de sus tiempos pasados; nada, nada quedaba, nada se movía más por ese corazón trasnochado. Olas veía difusas, dibujadas en la mente, su mano en pecho, su barco, su vigor… Nada, no; no brotaba, qué crecía ya si no un árido sosiego mustio, serenidad insensible de cuerpo y alma vacías. Trataba, en vano, de levantar algo su sentir; sobre la mar erigía efímeros castillos de agua: sus pretendidos sentimientos nunca llegaban a nada más que la decepción hueca de la insipidez, calma cansada de la nada constante.
¿Dónde había ido la vida, dónde la pasión? No lo sabía, no, en su fondo solo quedaba un socarrón recuerdo pasado por agua de lo que era. Y gritaba, trataba de gritar, en protesta, pero solo era un susurro ahogado lo que acudía a su garganta en aquella cárcel de calma anestesiada y pasiones muertas. Como acaso un moribundo, se arrastraban por el suelo, impotentes, desangrándose en su ya grave anemia, muy faltas ya de sangre, hasta que, en un suspiro, ceden de nuevo a la resignación, cayendo muertas a la indiferencia.
MODALIDAD C:
«El paciente» de Dominic Martínez Ferrón.
Lunes, 10 de febrero. Primera sesión.
El sonido del motor del coche interrumpe en el silencio del campo abierto, desde la ventanilla ella ve como se acercan a un edificio a las afueras de la ciudad. Es relativamente nuevo, fue de las primeras edificaciones de la nueva zona que comenzó hace diez años. Sin embargo, parece que la falta de recursos ha pausado las obras y lo más cercano es un hospital a unos cinco kilómetros de distancia, lo cual es preocupante si tenemos en cuenta que se trata de un psiquiátrico.
A sus ojos, más bien, es su nuevo lugar de trabajo.
Baja del coche con una sonrisa y ese típico entusiasmo de estudiante recién graduado. Después de tantos años con dolores de cabeza y noches en vela, parece que algo de lo que ha hecho tiene sentido por fin. Los estudios a veces parecen infinitos, sobre todo en los últimos años de carrera, cuando tienes la sensación de que vas a terminar en algún momento, pero nunca es así; y más aún cuando después de esa carrera tienes que continuar con un máster. De todas formas ya no es momento para pensar en eso, ha acabado con todo y ha sido transferida a uno de estos psiquiátricos de segunda donde, cuando ellos ingresan a un paciente, no tienen intención de volver a soltarlo.
Destaca por encima de los demás un chico, ahora hombre, que ha pasado ya parte de su infancia en ese sitio, hasta ahora que está ya bien entrado en los veinte. No está segura de cómo ayudar a una persona así, ¿de verdad le espera algo fuera? No tiene estudios y tampoco familia, fue abandonado al ingresar, pero no podía estar en un reformatorio y mucho menos en un orfanato. Es como su casa ahora, ¿y qué intención tiene alguien como él de escapar de su casa?
En el fondo le da pena, pero no quiere darle muchas vueltas. Debe ser profesional, o eso pretende.
Ha estado caminando inconscientemente hacia el edificio hasta que casi tropieza con el escalón de la entrada. Sin a penas presentarse la dirigen a una oficina, el contrato ya estaba más que discutido y solo quedaba una firma. Se trataba de un acuerdo donde ella estaría en un corto periodo de pruebas de cinco días con este paciente. Si no tenían problemas, la harían fija en el psiquiátrico. En el fondo no está presionada, sabe que están desesperados por personal con estudios, la experiencia ya no importa, así que el periodo de prueba es solo una tapadera para esconder esta misma desesperación.
La charla se alarga un poco e intenta parecer amable, solo quiere que la deriven de una vez con el paciente. Firma en cuanto le dan vía libre para hacerlo y recibe un informe con el diagnóstico actual… “Víctor”, sin más, parece que su familia se desvinculó por completo de él, y es comprensible. Su diagnóstico va desde una ansiedad común hasta trastornos de la personalidad del Clúster A, precisamente de los más complicados de tratar para ella. Ya no puede echarse atrás a esas alturas, todo está firmado y necesita esa experiencia para pasar a unas mejores instalaciones en un futuro.
Finalmente agradece la oportunidad y es acompañada a la habitación de Víctor. Por esa pequeña ventana no puede ver mucho, solo unas paredes acolchadas y completamente
blancas, siempre pensó que esas paredes eran solo de las películas. Abre la puerta y al fondo de la sala encuentra una cama y una figura encorvada. Su pelo negro da un contraste curioso con su piel tan blanca, y sobre todo con el blanco de toda la habitación.
Intenta no hacer mucho ruido, pero al cerrar la puerta nota su mirada sobre ella. Tiene unos ojos cansados pero muy inquietantes, parece que la está juzgando y ni siquiera ha dicho su nombre todavía. Intenta no pensar en eso y sonríe.
ーBuenos días Víctor, voy a acompañarte durante unos días para poder aprender un poco de ti. Me llamo Victoria, es gracioso, ¿verdad?ー habla de la forma más dulce que puede, pero sus ojos todavía no le dicen nada nuevo.
ーPara aprender, pero nunca para ayudarme, como todos.
ーSi aprendo de ti podré ayudar a otros compañeros a ayudarte, ¿no? ー¿Y por qué no me ayudas tú?
ーTienes razón, yo te voy a ayudar una vez que pase el periodo de pruebaー eso parece tranquilizarlo, no cree que le gusten las visitas.
Lo ve encogerse en la cama, ahora el flequillo le tapa los ojos. Nota entonces que ha encendido la luz sin pensar.
ー¿Por qué no levantas las persianas? Está un poco oscuroー dice Victoria mientras intenta acercarse a la ventana.
ーNo lo hagas.
ーEstá bienー no quiere obligarlo, no le gustaría ponerlo en su contra cuando a penas es la presentaciónー. ¿Por qué no me dices el motivo de que estés aquí? No lo han puesto en tu informe.
ーNo lo ponen para que no te niegues a venir.
ーNo seas tan pesimista, todos necesitamos ayuda en algún momento. Tú la necesitaste al entrar aquí y la necesitarás para salirー le sonríe en un intento de parecer amable, mientras toma asiento.
ー¿Y estás segura de que no entro por conveniencia y salgo por el mismo motivo? ーNo te entiendo…ー nota que la conversación no le gusta, quizás está yendo muy rápidoーNo importa, ¿cómo estás?
Esa pregunta parece haberle gustado más, porque una pequeña sonrisa se forma en sus labios, sus facciones se relajan y ya no parece estar a la defensiva. No lo conoce de nada, pero ahora todo lo anterior parece un intento de ponerse una coraza que no es capaz de mantener por más de cinco minutos. Está necesitado de afecto y no puede ser ella quien se lo dé. Ya le avisaron antes de entrar de que este hombre tenía tendencia a volverse dependiente emocionalmente de las personas que se acercaban a él.
Apenas pasó una media hora en la que no pudo hablar muy bien con él, pues solo sabía darle vueltas a lo aburrido y solo que estaba.
ーTe traeré un regalo mañana si limpias la habitación un poco…ー dice Victoria.
Víctor asiente contento, de repente le recuerda a un cachorrito. Se despide de él y la primera sesión termina. Solo cuatro más, no es difícil.
Martes, 11 de febrero. Segunda sesión.
Otra vez por la mañana, han pasado veinticuatro horas, parecen minutos. A decir verdad está muy contenta con el paciente que tiene. Poco problemático y obediente, ¿qué más podría pedir? Empieza a pensar que han exagerado un poco con su diagnóstico o que quizás es un pobre hombre que sufre en silencio, sin dañar a quienes le rodean. Un poco idealista, puede ser.
Entra al edificio y se dirige a la habitación de Víctor, lleva una pequeña bolsa en la mano porque ha cumplido con su parte del trato, aunque ha tenido que enseñar el regalo en la recepción. Les ha costado aceptarlo porque podía ser peligroso, pero finalmente lo han dejado pasar. Solo quedaba comprobar si él estaba cumpliendo con su parte.
Abre la puerta, el cuarto sigue oliendo a cerrado, pero esta vez las cosas están en su sitio y la cama está hecha, incluso él parece que se ha bañado por primera vez en mucho tiempo. Al verla sonríe, ha entrado en confianza muy rápido, pese a parecer asustado todavía. Sus manos tiemblan cuando ella se acerca y se fija en la bolsa que trae, está ansioso por saber lo que tiene dentro.
ーHe recogido la habitación y me he portado bien. Si lo hago así podrás quedarte más tiempo, ¿verdad? Podrás quedarte para siempreー dice Víctor con una sonrisa ーPuede ser… Hasta que salgas.
ーPero no quiero salir, quiero estar aquí contigo.
La forma en que lo dijo la empieza a incomodar un poco, es obvio que no van a estar juntos para siempre porque apenas se conocieron ayer, ni siquiera sabe si va a verlo por más de una semana, solo trabajará allí desde el lunes hasta el mismo viernes, donde se decidirá todo. Le extiende la bolsa intentando cambiar el tema de conversación y parece que funciona. Emocionado se asoma dentro y saca un cuaderno junto con un lápiz.
ー¿Te han permitido traerme esto?ー mira a Victoria confuso, pero emocionado. ーSí, no creo que sea un problema. Quiero que uses ese cuaderno para dibujar lo que sientas. Puedes empezar ahora.
No le gusta mucho dibujar, pero decide obedecer. Todavía no sabe nada de ella, con suerte conoce su nombre y aún así hará todo lo que ella le diga con tal de que sea feliz y se quede con él. No se puede permitir perder a la única persona con la que habla. En el fondo le da miedo estar solo.
Pasa el rato y no consigue concentrarse. La sesión ha vuelto a terminar, esta vez mucho menos productiva que la anterior. Sin embargo, Victoria no ha querido presionarlo, para cualquiera la lentitud de estos procesos podría ser desesperante, pero sabe que es la única forma de avanzar con este tipo de personas. Al final, decide dejarlo como tarea para el siguiente día.
Víctor no está muy contento, piensa que la ha decepcionado por su falta de imaginación, así que para calmarlo le da una pequeña caricia en la cabeza acompañada de una sonrisa, y abandona la sala hasta el siguiente día. Puede que esté siendo demasiado blanda, no puede culparse si pronto es catorce de febrero.
Miércoles, 12 de febrero. Tercera sesión.
Esta vez Víctor no ha dormido nada, ha pasado la noche dibujando a su psiquiatra en diferentes posiciones. Cree que está empezando a obsesionarse, pero eso le importa más bien poco. Lo único que quiere es tenerla cerca y en unas pocas horas podrá conseguirlo. La imagina en su cabeza, para él es como un ángel, la mujer más hermosa que ha conocido nunca, o puede ser que sea la única que se le ha acercado. Sabe que solo está trabajando, eso no impide que en su cabeza ya haya conseguido tener una especie de vínculo con ella en los dos días que la ha tenido cerca. Puede que esté enfermo, eso no le importa. Agarra una de las hojas de la libreta y la arranca, en ella hay un retrato mal hecho de Victoria, uno de todos los que ha estado dibujando. Se acuesta en la cama abrazando esa hoja y cierra los ojos.
Sin embargo, su mente es un caos en ese momento. Sabe que jamás podrá estar con ella. Si se quedan en el psiquiátrico, no podrán tener una relación más que formal, pero si salen está seguro de que ella no lo terminaría aceptando nunca porque no tiene estudios ni forma de ganarse la vida, además de sus aparentes problemas. Estuvo llorando lo poco que quedaba de esa noche por una mujer que ni conocía. Un poco ridículo, puede ser.
La puerta se abre al cabo de una hora o dos, Víctor ya no está en la cama y la habitación se encuentra completamente oscura. Solo entra un poco de luz por los pequeños huecos de la persiana, que se proyectan en la pared y el suelo. Cuando Victoria pone el primer pie en la habitación, nota que alguien se le tira encima. Su paciente está sobre ella e intenta atacar con el lápiz que le regaló. Por suerte es capaz de reducirlo. Es un hombre muy delgado y ella ha aprendido un poco de defensa personal para esos casos. Le quita el lápiz silenciosamente.
ー¿Qué es esto?ー es lo primero que le sale preguntar mientras lo sujeta, aunque Víctor no pone resistencia.
ーQuería matarte.
ーPuede ser que estés teniendo un brote psicótico, pero todo va a estar bien, ¿vale? Tengo unas pastillas en el bolsillo, te voy a dar una botella de agua y te las vas a tomar. ーClaro que no, tú no sabes lo que es un brote psicóticoー responde victor un poco enfadado con la situaciónー. Quiero matarte porque yo me voy a matar después, y así podremos estar juntos para siempre como te dije ayer. Este mundo es demasiado para nosotros, no tenemos posibilidad aquí, tenemos que pasar al siguiente plano…
No entiende nada de lo que está diciendo, todo es demasiado intenso y no ha hablado con él más de tres días. Saca las pastillas de su bolsillo e intenta que se las tome con un poco de agua de la mesita de noche. No se queja y no se mueve, así que lo levanta del suelo y lo acuesta en la cama. ¿A quién se le ocurre intentar matar a alguien con un lápiz?
En ese momento es cuando nota que la sala está llena de papeles. Ha destrozado la libreta.
Al menos ha dibujado como se siente, o eso piensa, pero al ver las hojas se encuentra a sí misma incontables veces, en diferentes posiciones e incluso estados. En
algunas aparece muerta y en otras feliz. Parece que todo lo ha hecho un niño trastornado, el problema es que se trata de un hombre que no sabe cómo gestionar sus emociones.
Se sienta en la cama junto a él, parece que ya está casi dormido, la dosis ha sido muy alta. Quizás se pasó por el susto, todavía nota sus errores de estudiante sin experiencia. Acaricia un poco su cabeza en un intento de darle un poco de apoyo, parece que ese día tampoco iba a poder hablar mucho con él.
Jueves, 13 de febrero. Cuarta sesión.
Victoria no pudo dormir nada, sabe que ese tipo de sucesos son normales en una clínica, pero no está acostumbrada. Durante la carrera no le hablaron de eso en ningún momento, quizás porque el tema sigue siendo un poco tabú incluso para los profesores.
Empieza a sentirse culpable, sabe que Victor ha sido abandonado por su familia y por diversos especialistas, además de que no se relaciona con el resto de internos en el psiquiátrico. Sabe también que es su única forma de relacionarse con otro humano y quizás está siendo demasiado distante. Empieza a dudar de que le guste el trabajo que ha escogido…
Aquello a lo que se iba a dedicar siempre fue algo importante desde su infancia,la sociedad está hecha para que todos aporten algo al colectivo, porque el individuo a fin de cuentas no vale nada por sí mismo. Pero ahora, después de haber estudiado tanto y hacer lo que se suponía que debía para ser feliz, ¿por qué no lo es? Tan solo son los primeros días de su vida trabajando y no está segura de si quiere seguir así por el tiempo que le queda. Ese sentimiento de culpabilidad la va a acompañar siempre y acostumbrarse solo significa endurecerse. Volverse más cruel servirá para encubrir su malestar.
Replanteando su vida entera, vuelve a entrar al edificio esta vez con la mirada perdida. Si por ella fuera, abandonada ahí mismo, no podía imaginar el cansancio psicológico que tendría a lo largo de un mes si ya estaba así en cuatro días. Sin embargo, abandonar ahora a Víctor sería muy egoísta de su parte después de las promesas.
Con un poco de miedo, se adentra en la habitación. Ahora es mucho menos tétrica que la del día anterior, su paciente parece una persona normal otra vez, aunque está segura de que le han vuelto a dar pastillas después del incidente de ayer. Se tambalea sentado en la cama y sonríe cuando la ve, aunque esa sonrisa ahora solo la inquieta.
ーHola otra vezー empieza él la conversación por primera vez, esta un poco adormilado.
ー¿Te han vuelto a medicar?
ーPor tu seguridad. ¿Estás contenta?ー se deja caer en la cama quedándose tumbado.
ーVíctor… ¿de qué te habría gustado trabajar si hubieses podido salir de aquí antes? Aunque todavía no es tarde, hay muchas personas que estudian a esta edad. ー¿Cómo puedo saber lo que me gusta si no conozco nada? con suerte sé escribir sin faltas de ortografía. Solo hay dos cosas que estoy seguro de que me gustan, son el silencio y tú.
Es obvio, no le sorprende. Le gustaba solo aquello que había conocido. De todas formas ya no le ve esperanzas fuera de esas cuatro paredes, es un hombre que no ha aprendido a relacionarse y le costará mucho tener una vida normal. Sufrirá muchísimo antes de poder encajar, eso está claro. ¿Es justo que viva esto por pura negligencia? Negligencia de la sociedad, son todos contra él, todos han aportado a su sufrimiento, al menos eso es lo que piensa ella.
ーTienes razón. Además, ellos no tienen derecho a intentar sacarte de aquí después de permitir que te abandonaranー dice Victoria para sorpresa de Victor. ー¿Qué?
ーNo sé por qué estás aquí, pero yo tampoco quiero estarlo, créeme… Mañana tendremos una conversación más tranquila, porque ahora no me estás entendiendo. Yo voy a ayudarte dentro y fuera de aquí, cuenta conmigo.
Viernes, 14 de febrero. Quinta sesión.
No sabe qué hacer, se siente culpable pero ya ha tomado una decisión. Quizás le habría ido mejor como una simple psicóloga, el trabajo de un psiquiatra es siempre más intenso. Se dirige a la habitación como de costumbre y ve en la puerta a varias personas que están hablando sobre algo, parece un poco alteradas pero no parece que estén presenciando algo nuevo. Se acerca e intenta asomarse, pero no le dejan.
Cuando consigue hacerse un hueco entre todas las personas, ve a su paciente tumbado en la cama. Su cara está más pálida que de costumbre y sus ojos cerrados, pero sonríe. Se acerca a él y sus compañeros no la detienen, de todas formas eso también se considera experiencia en un psiquiátrico. Le toma el pulso desde la muñeca. Está muerto.
Por alguna razón no le sorprende, incluso siente una especie de alivio inexplicable. Siendo egoísta, se ha ido la única razón por la que se estaba replanteando su vida laboral entera, pero por otro lado, sabe que también ha sido lo mejor para él. No tenía ningún tipo de futuro… Puede que se parezca más a ella de lo que le gustaría admitir.
Sale de la habitación y se encierra en un baño. Se mira al espejo, se ve exactamente igual que antes de aceptar ese trabajo. No entiende cómo es posible que una persona caiga tan al fondo en tan pocos días, y cómo es posible que el contenido sea tan caótico y, aún así, el recipiente se mantenga indiferente.
Saca un frasco de pastillas de su bolsillo y abre el grifo. Si lo mejor es que Víctor muera porque no tiene escapatoria, entonces ella también debe hacerlo. ¿No son al final la misma persona? Recuerda la primera conversación que tuvo con él, ahora está entendiendo muchas cosas.
Se mete las pastillas en la boca y las traga con ayuda del agua. Ya solo queda dejar que pase el tiempo hasta que su cuerpo responda a la sobredosis.
Puede que ella sea la del brote psicótico.
¿Dónde está Sam? de Naiara Robles Espejo
Te presento a Patrick. Patrick es un padre soltero. Vive con su hijo Sam, de seis
años, en una pequeña villa situada en una pradera lejos del pueblo. A Patrick le
gusta la soledad, el bosque y el silencio. Algunas veces, recorre un largo camino
hasta “la superficie habitada”, que es como él llama al pueblo, para hacer la compra
o ir al hospital. A Patrick le gusta tocar la guitarra, leer y coleccionar setas. Patrick y
Sam pasan mucho tiempo juntos; juegan, cantan, viven locas aventuras y exploran
nuevos lugares. Este es Patrick, un hombre con una dedicación: su hijo.
Era una fría mañana de invierno. Los copos de nieve se abrazaban unos a otros
para aglomerarse en las esquinas de las ventanas. El aire era tan fuerte que hacía
volar todo lo que se encontrase por el camino. Sam se encontraba acurrucado cerca
de la chimenea, envuelto en una manta de lana que parecía estar tejida a mano
(aunque no muy bien hecha). Miraba cómo el fuego bailaba alegremente al son de
la música clásica que resonaba dando eco en las débiles y temblorosas paredes,
salida de un viejo radio cassette de los años setenta. Las llamas consumían
ferozmente la leña dejando un rastro de humo y cenizas. Se escuchaban pasos a lo
lejos, como un crujir de madera vieja pisada por pesadas botas de buen cuero.
Patrick, bajaba las escaleras mientras tarareaba al ritmo de la música. – ¡Buenos
días! ¿A quién le apetece salir a buscar setas venenosas? – El pequeño Sam no
respondía, simplemente seguía mirando el fuego naranja. – Está bien… ¿Qué te
parece si cantamos nuestra canción? ¿Eh? – El niño seguía sin decir ni una sola
palabra. – ¡Ya sé! Tengo algo que te va a gustar… Espera aquí, no te muevas. – La
sombra de Patrick desapareció detrás de la tenue luz de la chimenea y se escuchó
un leve ruido de libros y muebles golpeándose entre sí. – Mira, un cuento nuevo.
Sam miró a su padre interesado, lo cuál él tomó como una señal de afirmación. – “La
pequeña familia de Bing y Bong”. ¿Te apetece? – Sam asintió con la cabeza. – Bien,
empecemos. ‘Bing y Bong viven en una cabaña. Bong es el papá de Bing. Bing y
Bong son una pequeña familia. Bing y Bong son felices juntos.’ – – ¡Eh! ¡Como
nosotros! – Una sonrisa apareció en el rostro de Sam. Patrick continuó. – ‘Bing y
Bong pasean por el parque. Bing y Bong ven una paloma. “¿Qué sonido hace la
paloma?” Le pregunta Bong a Bing. “¡Purr, purr!” Le dice Bing. “¡Muy bien, Bing!”’
¿Cómo hace la paloma, Sam? – – ¡Purr, purr! – – ¡Muy bien! ‘Bing y Bong ven un
gato. “¿Qué sonido hace al gato, Bing?” “¡Miau, miau!” “¡Excelente, Bing!”’ ¿Cómo
hace el gato, Sam? – – ¡Miau, miau! – – Excelente. ‘Bing y Bong van a casa. En la
casa hay una pelota. La pelota es roja. “¿De qué color es la pelota?” Le pregunta
Bong a Bing. “Azul”. “¡No, Bing! La pelota es roja.”’ ¿De qué color es la pelota, Sam?
- – Roja. – – ¡Qué hijo tan inteligente tengo! ‘En la casa también hay un oso de
peluche marrón. “¿De qué color es el oso de peluche?” “Marrón.” “¡Muy bien, Bing!”’ - – Oso marrón. – – Eso es Sam, oso marrón. Oye, esto es un poco aburrido, ¿no
crees? ¿Qué te parece si jugamos a un juego? – Sam asintió con la cabeza. – ¿Te
apetece? ¡Perfecto! El juego consiste en lo siguiente… A partir de ahora, haremos
todo lo que hagan Bing y Bong. Tú eres Bing y yo soy… – – ¡Bong! – – ¡Eso es! Lo
has pillado. Solo hay una norma… Debemos seguir todas sus acciones, no vale
echarse atrás. ¿De acuerdo? – – ¡De acuerdo! – – ¡Bien! ¿Cuándo empezamos? – –
¡Ya! ¡Ya! – – ¿Ahora mismo? ¿Quieres empezar ahora? – – ¡Sí! ¡Sí! – – De acuerdo,
empezaremos ya. Está bien… Veamos… ‘Bing y Bong juegan a las cartas.’ ¡Mira
esto! Ya tenemos nuestra primera acción. Iré a por ellas. – Sam soltó una leve risa
expresando ilusión. Después de un par de minutos, Patrick volvió con una baraja de
cartas que parecía tener cincuenta años. – Aquí las tengo. ¿Jugamos? – – ¡Sí! – –
Está bien, pero… hagámoslo más divertido. El que pierda, tendrá que superar un
reto que será impuesto por el ganador. ¿Te parece? – – Vale. – Sam miró a su padre
de forma competitiva y comenzaron a jugar. Una vez terminaron, se determinó el
ganador. – ¡He ganado, he ganado! – Canturreaba Sam recreándose en su victoria. – - Oh… Está bien, está bien. Un trato es un trato. ¿Qué tengo que hacer? – – Mmm…
- – Tómate tu tiempo para pensarlo. – – ¡Ya sé! Tienes que… ¡Hacer el pino! – –
¿Hacer el pino? Pero, ¡yo no sé hacer el pino! – Sam se encogió de hombros. – –
Vaaale… Lo intentaré… – – ¡Bien! Ahí. – Señaló una pequeña esquina del salón. –
¡Hecho! No era tan difícil. Vamos a jugar otra vez. Quiero la revancha. – – Vale. – Las
horas pasaban y Patrick y el pequeño Sam seguían jugando, pasándoselo como
nunca. – ¡He ganado! Te toca hacer un reto. – Sam miró a Patrick algo
decepcionado. – No te preocupes, será divertido. Tienes que… dar tres vueltas
alrededor de la mesa sin que se te caiga el huevo. – – ¿Qué huevo? – Patrick colocó
su mano detrás de la oreja de Sam y, tras un majestuoso gesto, apareció un huevo
de entre sus dedos. Sam quedó atónito. – Este huevo. – – ¡Ala! ¿Cómo lo has hecho? - – Es magia, hijo. No puedo decírtelo… – Siguieron jugando y riendo hasta que llegó
la hora de dormir. – ¡Pero mira qué hora es! Tienes que irte a dormir ya. - ¡No! ¡Quiero seguir jugando contigo, papá! – – Papá también tiene que ir a dormir.
Mañana seguiremos jugando. – – Vaaale… – – Pero antes… ¡guerra de cosquillas! –
Sam intentó huir pero, finalmente, cayó en brazos de su padre. – ¡Soy un monstruo!
¡Te voy a comer! ¡Grrr! – Continuaba Patrick jugando con su hijo mientras este reía.
Ambos fueron a dormir.
La mañana siguiente amaneció menos fría que la anterior. Un rayo de sol intentaba
escapar de entre las nubes y se reflejaba en la ventana de la habitación de Sam. La
nieve desaparecía poco a poco convirtiendo los hermosos copos en charcos de
agua y barro. Las nubes grises lloraban levemente de vez en cuando, dejando caer
sus gotas gentilmente sobre el suelo ya húmedo. Sam despertó con la voz de su
padre que le llamaba entusiasmado. – Sam, Sam, ¡despierta! – Susurraba Patrick a
su oído. Sam solo balbuceaba y emitía sonidos aún medio dormido. – Vamos, Sam,
despierta, tengo algo muy emocionante para ti. Vamos… ¡arriba! – Patrick agarró a
Sam de los tobillos y lo cargó como a un saco de patatas a su espalda. Lo llevó
hasta el oscuro salón de la casa, siempre iluminado únicamente por la tenue luz de
la chimenea y una lamparita de noche situada en la mesa principal. – ¿Qué pasa,
papá? – – ¡Vamos a seguir jugando! ¿Leemos Bing y Bong? – – Vale, está bien. – –
¡Perfecto! Veamos qué aventuras nos esperan hoy. Comencemos. ‘Bing y Bong van
de excursión al bosque.’ ¡Vaya! Parece que nos toca salir. Ponte tus botas y tu
abrigo, nos llevaremos el libro. – – Pero, papi, hace frío… y está lloviendo… No
quiero salir. – – ¿Recuerdas las normas, Sam? Debemos hacer todo lo que hacen
Bing y Bong. Tú eres Bing y yo soy… – – Bong. Ya lo sé. – – ¿Has visto? Ya sabía yo
que te apuntarías. ¡Vamos! ¡Manos a la obra! – Sam, a regañadientes, se dispuso a
salir por la puerta junto a su padre. La lluvia cada vez era más intensa, aunque no
demasiado por el momento. – ¡Vamos, Sam! ¡No te quedes atrás! – – ¡Vas muy
rápido! ¡Espera! – Llegaron a una zona del bosque que Sam no reconocía. Estaba
oscuro debido a las nubes y alrededor solo había árboles y más árboles, apenas se
veía la casa y el sendero había desaparecido por completo. La hierba le llegaba al
pequeño Sam hasta las rodillas. – Está bien, paremos. Sigamos leyendo. – – Papi…
tengo miedo… – – ¡Shh! Calla, hijo. Verás como enseguida se te pasa. A ver qué
dice aquí… ‘Bing y Bong ven una ardilla.’ ¿Hay alguna ardilla por aquí? ¡Vamos a
buscarla! – – ¡Ahí, papá! ¡Ahí hay una! – El animalillo correteaba entre las ramas de
un enorme árbol buscando refugio. – Perfecto… Veamos cómo sigue… ‘Bong mata a
la ardilla.’ – – ¿Qué? – – ¡Uy! Pero mira esto… Bueno, Sam, ya conoces las normas. –
- Pero yo no quiero que mates a esa ardilla, papi… – – Si no lo hago, estaré
desobedeciendo las reglas. ¿Sabes lo que pasa cuando se desobedecen las
reglas? – – ¿Qué pasa? – Patrick, que continuaba con una sonrisa en el rostro, soltó
una carcajada. – No quieras saberlo, hijo… No quieras saberlo. – Hizo una breve
pausa mientras miraba a un punto fijo. – ¡Es broma! – Reía. – ¡Es broma, solo es una
broma! – Reía cada vez más fuerte. – Solo estaba bromeando… Bueno, y ahora,
vamos a acabar con la vida de esa pequeña. – Patrick sacó del bolsillo un revólver
que parecía haber robado del atrezo de una película del oeste. – ¿Qué es eso,
papá? – Esto… Esto es un juguete muuuy divertido… Mira lo que hace. Pones el ojo
aquí… Luego colocas aquí tu dedo… Apuntas y… – Se escuchó un fuerte estallido.
Sam dio un pequeño brinco, y pegó un grito asustado. – ¡Plof! – La ardilla cayó de
aquel árbol y en cuestión de segundos, dejó de moverse. Sam, aterrorizado por
aquella sangrienta escena, hizo amago de ponerse a llorar. – ¡Nooo! No, no, no,
no… ¡Shh! No llores… Tenía que hacerlo, hijo. El juego es así, no podemos cambiar
las normas. Lo sé… lo sé… A mi también me duele… ¡Oye! ¿Qué te parece si
volvemos a casa y jugamos a las cartas? Quizás así te animes un poco.
Sam asintió. Ambos recorrieron el camino de vuelta a casa, dejando atrás la escena
del crImen. – ¡Ya estamos! Hogar, dulce hogar… Bueno, ¿empezamos? – – Papá… – - ¿Sí, hijo? – – Tengo hambre. – – No. – Respondió Patrick con el rostro
completamente serio. Sus ojos parecían salir de sus órbitas por un momento. – –
¿Qué? – – ¡Es broma! – El rostro de Patrick volvió a su sonrisa original y comenzó a
reírse. – No tenemos tiempo. Ya comerás luego. ¿Vale? – – ¡Pero yo tengo hambre
ahora! – – ¡¡¡HE DICHO QUE NO!!! ¡¡¡CIERRA EL PICO PEDAZO DE CARNE!!! –
Sam quedó boquiabierto ante la respuesta de su padre. Patrick, volvió a sonreír
amablemente cambiando de forma radical su comportamiento. – Vamos a empezar. –
Dijo con un tono agradable. – Yo reparto, tú empiezas. Veamos quién gana. – La
partida fue larga y pesada, hasta que, por fin, Patrick se declaró campeón. – ¡Ja!
He… ganado. – Su sonrisa, cada vez más macabra, no desaparecía de su pálido
rostro. Tienes que hacer lo que yo te diga. Veamos… ¿Qué reto podría ponerte
hoy? ¡Ah! ¡Ya sé! ¡Hoy dormirás en el sótano! – – ¿Qué? ¡Yo no quiero dormir en el
sótano! ¡El sótano me da miedo! – – Pero… yo he ganado… Y tú no. Yo gané. Tú
perdiste. Yo pongo un reto. Tú… lo cumples. – Llegó la hora de dormir. Patrick llevó
a su hijo hasta la estrecha puerta que conducía al sótano. La puerta se abrió con un
chirrido. – – Papi… está oscuro… tengo miedo… – – ¿Miedo? ¿Tienes miedo? Así
que eso es lo que eres, ¿no? Un cobarde. – – ¡Yo soy valiente! – – Pues entra. – –
Pero… – – Entra. – Sam bajó despacio las escaleras seguido por su padre. En el
fondo, había un sofá-cama. La manta de Sam se encontraba superpuesta en aquel
sofá. – Acuéstate. – – Papá… – – Acuéstate. – El pequeño obedeció. Resbaló bajo la
manta y se acurrucó. – ¿Puedo dejar la luz encendida? – – No. Dormirás a oscuras.
Como los niños valientes. Buenas noches, cariño. – Le dio un beso en la frente.
Después de una larga y fatídica noche, el cielo comenzaba a esclarecer. El sonido
de los árboles chocando sus ramas entre sí despertó al pequeño. La tormenta no
cesaba. De vez en cuando, se escuchaba un trueno a lo lejos. La puerta del sótano
se abrió, lo que asustó a Sam. – ¡Buenos días, Sam! ¿Cómo has dormido? ¿Bien?
¡Seguro que sí! Mira lo que he traído… – Patrick sujetaba el decrépito libro de Bing y
Bong. – No quiero leer más el cuento, papi… – – Veamos qué dice aquí… – Patrick
hacía caso omiso a las voces de su hijo. – ¡Ajá! Aquí está. Bing y Bong desayunan
huevos con hormigas. ¡Qué casualidad! ¡Ya lo tengo preparado! Vamos arriba. –
Patrick llevó a su hijo de vuelta al salón y lo sentó en la mesa en contra de su
voluntad. Luego se sentó él. – Vamos, come. – Sam lo miró desaprobación y asco,
tras lo cuál alejó el plato negando con la cabeza. – Come. – Patrick volvió a ponerse
serio. El niño, cumpliendo la orden, cogió el tenedor que se encontraba colocado
junto a su plato vagamente envuelto en una servilleta de papel, y se dispuso a llevar
un bocado de la comida a su boca. Patrick miraba a su hijo con los ojos como platos
y una enorme sonrisa que recorría todo su tenso rostro. Le observaba mientras este
intentaba introducir el tenedor en su diminuta boca con dificultad. Finalmente, el niño
tragó. – Eso es… muy bien, Sam… – Patrick continuaba con aquella tenebrosa
sonrisa. – Continúa. – – No quiero más, papi… – – He dicho… CONTINÚA. – Alzó la
voz y su rostro, ahora circunspecto, mostraba ira. Casi inmediatamente, volvió a su
estado natural, sonriente. El niño siguió comiendo, con los ojos llorosos. –
TERMINATELO. TODO. – – ¡No quiero más! – – ¡¡¡HE DICHO QUE LO TERMINES!!!
Patrick dio un fuerte golpe en la mesa, que causó que uno de los platos que se
encontraban en la superficie se rompiera. Esto provocó un corte en la mano de
Patrick, que comenzó a sangrar. Hubo unos segundos de silencio sepulcral. – ¡UY!
Pero mira esto… Sangre… Voy a por un trapo. Y cuando vuelva, más vale que
hayas terminado… todo… el… plato. – Patrick volvió en cuestión de un par de
minutos, con la mano envuelta en un trapo sucio. Se encontró con la grata sorpresa
de un plato vacío y un hijo a punto de vomitar. – Muy bien. Estupendo. Y ahora,
seguiremos leyendo. – – ¡Papá, no quiero leer más! – – ¿Te he hecho alguna
pregunta, hijo? Seguiremos leyendo. Siguiente página. ‘Bing y Bong están en la
cocina.’ – Patrick mantenía su sonrisa de ojos desorbitados, comenzó a sudar
mientras soltaba una carcajada de vez en cuando. – Papá, estás muy raro… – – ‘Bing
y Bong han acabado de desayunar. Bong coge un cuchillo…’ – – Papi, ¿qué te pasa?
- – ‘Bong le corta el dedo a Bing.’ – – ¿¡QUÉ!? ¡NO PONE ESO! ¡NO LO PONE! –
Dejó caer el libro al suelo. Sam pudo ver una serie de tachones y letras manuscritas
en rojo encima de las impresas en el libro. – Bong le corta el dedo a Bing. Vamos,
hijo, tú eres Bing y yo soy… – – ¡NO! ¡NO QUIERO! ¡NO QUIERO SEGUIR
JUGANDO! ¡POR FAVOR! – – Bong. – Se podían escuchar los gritos de Sam desde
las profundidades del bosque. Los animales huían del ruido y se escondían entre las
sombras. Pasaron las horas, el sol se ponía. El color dorado bañaba la casa de
Patrick. Sam se encontraba sentado en el sofá, con la mano derecha envuelta en un
chapucero vendaje. Ya no gritaba, ya no lloraba. Miraba a la nada con los ojos aún
enrojecidos y el rostro hinchado. – ¿Cómo estás, pequeño? – Sam no decía nada. –
¿Te duele? – Patrick quiso tocarle la mano, y Sam, la apartó con miedo. – Shh, sh,
sh, sh… no voy a hacerte daño. ¡Mira! La siguiente página te va a gustar. – Sam
negó con la cabeza, se inclinó atrás con lágrimas en los ojos y una horrible
expresión de terror. – ‘Bing y Bong ven la tele’ – Sam, aunque aún desconfiado, se
calmó. – ¿Has visto? Te dije que no pasaba nada. Vamos a ver la tele. – Patrick la
encendió y colocó un CD en un antiguo reproductor. – Esta película te va a encantar.
Se llama.. ¡No! ¡Mejor adivínalo tú! – Patrick rió cariñosamente. Las imágenes
comenzaron a reproducirse. Al principio, parecía una película normal, infantil y
divertida. Pero diO un giro inesperado. Pasaron unos minutos y en aquella pantalla
comenzaron a aparecer otro tipo de imágenes. – Y entonces ahora… ¡CHAS! –
Patrick soltó una carcajada. Sam, pegó un grito y apartó la mirada. – Dime, ¿cómo
crees que se llama? – Las imágenes eran cada vez más y más sobrecogedoras.
Toda clase de torturas, asesinatos, sangre, muerte y obscenidades se reflejaban en
la televisión. Sam rogaba a su padre que parase. – No quiero verlo, papi. ¡No quiero
mirar! – – Ya hemos hablado de esto, Sam… Bing y Bong ven la tele… Bing y
Bong… Bing… Bong… – Patrick mantenía los ojos muy abiertos mientras susurraba
y se balanceaba hacia delante y hacia atrás. – Bing y Bong… ¡¡¡MIRA!!! – Pegó un
golpe en la mesita del salón. Sam gritó también. – Está bien… No quieres mirar
¿eh? – Patrick se levantó y salió del salón. Sam escuchó golpes y ruidos. El
pequeño, con la incertidumbre de cuál sería su próxima acción, intentó esconderse
en un pequeño armario aprovechando la ausencia de su padre. Se escucharon
pasos y Patrick comenzó a reír muy fuerte. – Así que te apetece jugar al escondite…
¿no? Está bien… veamos… Estás… ¿Aquí? – Sam oyó una patada en uno de los
muebles. – Me lo vas a poner difícil, ¿eh? Vale… probemos con esto… ¡Te pillé! –
Tampoco estaba detrás de las cortinas. – ¿Dónde está Sam…? – La respiración de
Sam aumentaba y su corazón parecía latir tan fuerte que en cualquier momento
podría salir de su pecho. – Te encontraré, Sam. Y cuando lo haga, terminarás la
película y jugaremos un poco más… ¿Frío o caliente? – Patrick reía. Sam sintió los
pasos de las pesadas botas de cuero acercarse. Más… y más… cada vez más
cerca… – ¡¡¡AQUÍ ESTÁS!!! – Derribó la pequeña puerta del armario donde se
encontraba el niño. Los ojos amarillentos de Patrick parecían a punto de salir y
comenzar a caminar por su cuenta. Su color de piel pasó de blanco pálido a rojo.
Las venas de su cuello y frente palpitaban con más fuerza que nunca. Agarró al niño
del brazo. Sam se percató de que en su mano izquierda, su padre sujetaba dos
pinzas de metal y un rollo de cinta aislante. Patrick colocó al niño en el sofá. Le ató
las manos y los pies, le tapó la boca con la cinta, y le sujetó los párpados con las
pinzas, que a su vez, iban atadas a unas cuerdas que tiraban de ellas hacia atrás,
de manera que Sam no era capaz de cerrar los ojos, ni pestañear, ni siquiera
moverse. El dolor era insoportable. Patrick estaba disfrutando aquello en gran
manera. Sam lloraba, sus lágrimas caían y humedecían sus ojos, los cuáles
desearía no haber tenido en ese momento. El pequeño intentaba gritar, escapar,
pero no podía. La película terminó. Sam estaba aturdido. El dolor no le permitía ser
plenamente consciente de su entorno. Las imágenes traumáticas se repetían en su
memoria una y otra vez. Sam ya no era él. – Está bien, como estás cansado, iremos
a dormir. Pero antes… ¡guerra de cosquillas! – Sam intentó escapar, pero finalmente
cayó en los brazos de su padre. – ¿Quién tiene cosquillas? – Patrick comenzó. El
niño se retorcía. Patrick siguió. Sam lloraba. Continuó. Su hijo rogaba que le soltase.
Siguió. Y siguió. Siguió durante lo que parecieron horas. Patrick consiguió hacer de
algo divertido una completa tortura. Después del juego, le proporcionó a Sam un
vaso con un líquido de un extraño color, para “calmar el dolor”, decía él. Sam estaba
agotado. Veía borroso, escuchaba sonidos que no existían, y no escuchaba algunos
que sí lo hacían. – Está bien. Como veo que estás cansado, te dejaré dormir.
Buenas noches, amor mío. – Le dio un beso en la frente y apagó la luz.
A la mañana siguiente, Sam no sentía dolor, de hecho, no sentía nada. No
comprendía qué pasaba, por qué su padre hacía lo que hacía. Sam no se levantó
ese día. No era capaz de abrir los ojos. – Buenos dÍiiaassss… – Sam solo era capaz
de balbucear. – Oh… pobrecito… No pasa nada, pequeño, yo te ayudaré. – Patrick
cogió al niño en brazos. Éste, intentaba ver con claridad, pero solo distinguía
formas. Pudo abrir los ojos y vislumbró el rostro de su padre. Tenía una enorme
sonrisa y estaba pálido como la nieve, con gotas de sudor cayendo por su frente y
sus mejillas. Sam volvió a su estado de aturdimiento. No podía ver, oír ni sentir
nada. De pronto, abrió de nuevo los ojos. Se encontraba completamente a oscuras,
encerrado horizontalmente en lo que parecía ser una pequeña caja de madera. El
niño gritó y gritó, golpeaba la caja intentando escapar, pedía auxilio, su voz
resonaba por todas partes. De pronto, calló. Patrick se encontraba en la ventana de
la cocina con una taza de té, cuando susurró: – ¿Dónde está Sam…? ¿Te has
escondido, hijo…? Yo sé dónde estás… Estás con tus amigos… Tranquilo, no estás
solo… No… – Aquel jardín estaba lleno de pequeñas cajas, algunas más grandes
que otras, enterradas bajo la hierba y el barro, cuyas cubiertas se dejaban ver
levemente sobre la superficie a causa de la lluvia. Había decenas de ellas. Patrick
repetía: – ¿Dónde está Sam…? ¿Dónde está…? ¿Sam…?
Y esta, hijo, es la historia de cómo Patrick acabó con la vida de su hijo de seis años.
Bueno… ¿Jugamos a un juego?
«Todo lo que necesitaba de ti, no eras tú» de Noor Rodríguez Cárdenas.
Corro hacia mi habitación y cierro la puerta con fuerza, voy dejando caer mi cuerpo levemente, poco
a poco hasta llegar a situarme de cuclillas, meto mi cabeza entre las piernas, así tapando mis orejas
con ellas y cerrando los ojos con una fuerza tan grande que cualquiera pensaría que iban a
desaparecer.
̈Solo es una pesadilla, en unos minutos cesará ̈, me repito a mi misma constantemente, suena un
portazo acompañado de un alarido que haría salir hasta al mismísimo monstruo de dentro de mi
armario, escucho fuertes pisadas hacia mi cuarto y decido correr hacia mi cama y hacerme la dormida
̈así todo será más rápido ̈.
-¿Ves?, la niña está dormida, no se ha enterado de nada, que eres una exagerada
Dijo con un tono indiferente y seco, su voz era profunda, igual que el dolor que sentía en ese momento,
podía escuchar los sollozos intentando ser contenidos por mi madre.
-No podemos seguir así…m…m…me.. ¡Niego! no quiero que la niña escuche estas cosas, ¡Quiero
que..q…que…t…t…te marches de esta casa!
Su voz se entrecortaba mientras dejaba salir estas palabras apretando sus labios
Él soltó una leve risa, así acercándose poco a poco hacia ella, arrinconándola contra la pared y
pasando cerca de su cuello, mientras aumentaba la respiración de manera sutil
-¿De verdad te crees que eres alguien para decirme qué hacer?
Dijo de manera arrogante, como si nadie mandara más en el mundo, como si fuera el dueño de todo
lo que estuviese en la casa, aunque, para él sí que era así, no teníamos identidad, éramos su propiedad,
no era una niña, era la niña de él, no era una mujer, era la mujer de él, sin él, no éramos nada.
Se alejó de ella, repentinamente, como si todo hubiese acabado, pero no, comenzaron las vueltas por
la habitación y a soltar sus delirios en alto
-¡¿Quién coño te piensas que eres para mandarme?! ¡Sin mí no existiría, si no fuera por mí ni tú ni ella
tendríais nada, incluso a veces me dais pena pero la veo a ella y es que te veo a ti, a ti, desagradecida,
que por tu culpa la odio como a ti!
Gritó así acercándose a ella, dio un golpe con el puño cerrado a centímetros de su cara y la cogió del
cuello, hasta el punto de que sus pies no tocaran el suelo, su rostro poco a poco iba tornándose de
color púrpura dejándola sin respiración.
Me asusté, pensaba que la mataba, ahí mismo, delante de mí, casi veo morir a mi madre a manos de
mi padre y no podía permitirlo, no podía dejar que la persona que consigue que odie mi existencia,
mate a lo único que me da las ganas de vivir.
Decidí destaparme poco a poco y agarrar la lámpara de mi mesilla de noche, fui avanzando poco a
poco sin hacer el mínimo ruido para que no se girara, vi en los ojos de mi madre el verdadero terror,
mientras él no paraba de repetir:
-¡Tienes lo que te mereces, nunca valoras nada de lo que hago por ti, por vosotras, sin mí no serías
nadie, solo sabes desafiarme y sacar la peor parte de mí!
Supuse que no sería capaz de escucharme, estaba tan concentrado en arrancarle la vida con sus
propias manos, que no era consciente de lo que ocurría a su al rededor, hasta yo misma pienso a día
de hoy que era el monstruo de los que te cuentan para que te portes bien, con los que te amenazan
para que te termines el plato o recojas tu cuarto, viviendo en el cuerpo de mi supuesto padre.
De una manera determinante estrellé mi lámpara de noche en su cabeza, acto que consiguió que
soltara bruscamente a mi madre del cuello, yo, ingenua, pensé que lo había conseguido, pero solo
conseguí enfurecerlo más, tiro a mi madre hacia el suelo y me cogió del pelo alzándome contra la
pared, haciendo levitar a centímetros del suelo, ardía, mis ideas iban a salir de mi cabeza junto a mi
alma, de mis ojos brotaban lágrimas de sangre y dolor, quería desaparecer en aquel momento.
-¡Todo menos a la niña, no te lo permito, no, antes mátame a mí!.
Gritó mi madre entre sollozos y pegándole puñetazos en la espalda, con el último aliento que tenía,
pero para él esto eran cosquillas, ni lo sentía.
Podía ver en sus ojos el odio, el odio hacia mí, el odio de no ser lo que el deseo, la frustración de no
poder ser el controlador absoluto de mí, de ella, de nosotras y de que si esto no era así, se encargaría
de acabar con nuestra vida. Todo se torna borroso, noto como mi respiración se escapa de mis
pulmones, como un gorrión cuando se alza en el aire y es la primera vez que vuela, como un potro
cuando consigue levantarse nada más nacer y solo quiere experimentar esta nueva sensación, veo
negro…
Noto sacudidas en mi, no puedo abrir los ojos hasta que pasan varios minutos, miro hacia todos lados
aterrorizada, pero estoy entre sus brazos, entre los brazos de mi madre, en los de mi hogar seguro.
-Cariño, ¿Otra vez la misma pesadilla de siempre?.
Dijo con tono tranquilizador, mirándome con ternura y amor, como siempre.
Rompí a llorar desconsoladamente, tan solo tengo 16 años y no sé porque en mi mente se recrea
siempre la misma pesadilla, los mismos recuerdos sobre aquella noche, la noche más terrorífica de
mi vida.
-Tranquila mamá, solo han pasado unas semanas, supongo que es normal.
Dije entre sollozos como pude.
-Tranquilízate, el no va a volver, te lo juro, me prometí que jamás volvería a tocarnos, sigue durmiendo
que aún te quedan 2 horas para despertarte para ir a clase, yo estoy en el salón trabajando, ¿Vale? .
Asentí desviando la mirada hacia el cuello de mi madre, tenía cicatrices de agresiones anteriores y la
zona aún amoratada, tragué saliva levemente y la miré a los ojos haciendo media sonrisa, me levanté
de la cama sin decir nada y fui al baño. Me miré al espejo y las vi ahí, las marcas de mi cuello que solía
tapar con maquillaje, entrecerré mis ojos y lo volví a sentir, con la misma intensidad, ese dolor infernal
que salía de mi cabeza cuando me tiró del pelo aquella vez, me senté en el baño y me quedé absorta
en mis recuerdos, mirando a un punto fijo durante una hora, hasta que la voz de mi madre me liberó
de la jaula de mis pensamientos.
Mi madre siempre ha sido una mujer fuerte, eso me ha demostrado toda mi vida, el ser, era el que nos
mantenía, desde que tengo 10 años inhabilitó a mi madre a hacer lo que fuera, no podía trabajar, solo
debía cuidarme a mí, a la casa y a él.
Tuvo que volver a buscar trabajo después de esto, por suerte ha conseguido uno en el que puede
trabajar desde casa, sin tener que separarnos, a parte mi madre tiene una obsesión enfermiza con
que no baje al sótano desde hace una semana y le da pánico aunque intenta ocultarlo con normalidad,
pero se le da fatal mentir, tiene la manía de no querer dejarme nunca sola, en fin, cosas de madres,
¿No?.
Muchas veces me pregunto el porqué, ¿Por qué una persona llena de luz atrajo a un vacío negro?, ¿Qué
cambió en él para que todo se tornara así?, ¿Qué culpa tengo de tener un ̈padre ̈ así?, ¿Qué culpa tiene
ella de haber decidido tener a lo que más quiere con la persona que casi le arrebata la vida en varias
ocasiones?¿Siempre fuiste así o te convertiste en el demonio con el tiempo? , ¿Me enamoraré de
alguien al que le pase lo mismo el día de mañana?, son tantas preguntas que jamás tendrán una
respuesta de él…
Sinceramente aquel día, ahora que lo pienso no sé que pasó con él, solo sé que hemos desaparecido
de esa casa y que llevamos en la nueva 2 semanas, que esa misma noche nos fuimos en su furgoneta,
en la de su trabajo, tengo este recuerdo algo borroso porque perdí la consciencia y me desperté en la
furgoneta durante unos minutos y volví a perderla, después pase 2 días en el hospital, querían ver si
tenía algo roto o algún tipo de conmoción.
-¡Cariño vas a llegar tarde, va a venir el autobús en 20 minutos y tengo que irme a hacer recados en
un rato! , escuché a lo lejos. Sinceramente no tenía ganas de salir de ese cuarto de baño, pero me
levanté como pude, no sentía la parte superior de las piernas de lo frío que estaba el suelo, me lavé la
cara y me aseé lo más rápido posible, me vestí y bajé, empecé a notar un olor muy extraño en la cocina.
-Mamá, ¿Qué es ese olor?, dios mío, huele que dan ganas de vomitar.
-Cariño es la carne del otro día, no huele tan fuerte, ¿Te acuerdas? como salimos a cenar se me olvidó
tirarla, ahora después me deshago de ella, no te preocupes.
Pude notar en su voz un leve nerviosismo, no entiendo el porqué, mi mirada se desvió hacia la puerta
del sótano e hice una mueca de extrañeza cuando ella no me miraba, es como si el olor viniera de
ahí.
-Mamá, ¿Podrías ir a la tienda de aquí al lado a por mi bocadillo para el recreo? yo aún no me he
acabado el café que me habías hecho y me quedan menos de 5 minutos para que llegue el autobús.
Le dije intentando distraerla a ver si conseguía ver que había en el sótano, me miro algo extrañada
pero al segundo asintió .
-De acuerdo, yo voy a eso y tu vete terminando el café, que hoy no puedo llevarte hoy a clase, ¿Vale?.
-¿Tienes que hacer muchas cosas hoy o qué? .
Dije después de dar un sorbo a mi taza de café caliente
-Si, tengo que ordenar las cosas de esta casa, que aún desde que hemos llegado no he hecho nada,
tengo que deshacerme de un montón de trastos.
Alcé la ceja y asentí sin decir nada, después de esto se dio media vuelta para dirigirse a la puerta y
saliendo por ella, tiré medio café al fregadero y le di con agua, con rapidez fui hacia el sótano, pero
este estaba cerrado con llave, llave que había dejado en un pequeño mueble que se situaba al lado
izquierdo de la puerta.
Abrí la puerta y el olor me golpeó como un puñetazo en la cara, era horroroso, ese olor no podían
desprenderlo unos simples filetes de pollo en mal estado. Comencé a bajar las escaleras y encendí la
luz, vi varias bolsas de basura a lo lejos, ¿Qué cojones es eso?, ¿Viene el olor de ahí?, bajé los últimos
escalones con rapidez, me atemorizaba que me pillara aquí, si creo que hay lo que pienso que es.
Me dirijo hacia las bolsas y el olor aumenta por instantes, me tiemblan las manos, comienzo a abrirlas
poco a poco y se cierra de manera instantánea la puerta del sótano de un portazo, me sobresalto y
giro sobre mí misma, veo una sombra arriba del todo de las escaleras, la ignoro porque tengo que ver
qué hay dentro de la bolsa.
-¡No mires lo que hay dentro, por favor cariño, no!,
Dijo mi madre mientras bajaba rápidamente las escaleras.
Abro por completo las bolsas y solo hay… ¿Regalos?, de repente el olor desaparece por completo.
Rompo a llorar y doy un grito que destroza todo el ápice que tenía de esperanza, de temor, de espanto
y a la vez desesperación, me pensaba que él estaría ahí, que su cuerpo sin vida estaba ahí.
-¡¿Porqué, porqué no lo hiciste?!, ¡Tendrías que haberle matado, como él nos hizo a nosotras durante
todos estos años poco a poco, no se merece vivir, va a volver a por nosotras, mamá nos va a matar!
comencé a dar vueltas mientras gritaba.
-¡¿En serio piensas que no va a venir cuando mejor estamos?! ¡Aún noto como sus manos están en mi
cuello, aún veo como casi te arrebata la vida delante mía, aún escucho las cosas que te decía cada día,
como te trataba, puedo notar su saliva en mi rostro después de escupirme y el dolor de su bofetada
cuando te ibas a comprar y no hacía lo que me pedía!
Dije entre sollozos y gritos, pegué un puñetazo a la pared y empecé a sentir como mi corazón se iba
haciendo más pequeño, como la ansiedad inundaba todo mi cuerpo por completo, el monstruo volvía
a entrar por mi piel hasta tocar mi alma, esa sensación de que me ahogaba, de que mi cuerpo estaba
levitando en una nube de humo denso. Podía notar como si mis pulmones dejaran de funcionar, mi
respiración cada vez iba más rápida, noté como mi madre colocaba su mano sobre mi pecho con ojos
de terror y preocupación.
-Tranquila, cariño, por favor, él no va a volver, ¿De acuerdo?, mírame y relájate, escucha solo mi voz,
ven.
Abrió sus brazos y me fui hacia ella, con las pocas fuerzas que me quedaban dejé caer mi peso en
ellos, me sentía protegida, es la única sensación que me hace sentir viva a día de hoy, somos ella y yo,
contra la vida, contra el mundo, es mi madre, es la razón de mi respirar y la música de mi vida.
Nos sentamos en el suelo apoyadas contra una de las columnas del sótano, me puso entre sus piernas
y me pegó a su pecho, dejando su barbilla apoyada en mi cabeza y acariciando levemente mi rostro
de una manera continua y delicada.
-Cariño, quiero que sepas que él jamás volverá, nunca te conté lo que pasó porque no lo vi necesario,
solo debías saber que desapareció, se marchó. Yo tenía muchas pruebas para que le llevaran a la cárcel
y huyó, fue un cobarde. Con los pocos ahorros que tenía decidí alquilar esta casa e ir a un sitio donde
jamás nos pudiera encontrar, tu estabas inconsciente en el viaje pero fueron dos horas de viaje, sé
que no eres consciente de todo pero ya llevamos aquí tres meses, no he querido que hiciéramos vida
fuera, también por miedo a que él apareciera…
Suspiré y fruncí mi ceño al escuchar esto último.
-¿En tres meses no he ido a clases? dije con un tono de confusión.
-¿Por qué tengo la sensación de que solo han pasado 2 semanas?.
-Has perdido la noción del tiempo cariño, cuando nuestro cerebro se somete a situaciones tan fuertes
como estas, bloquea los recuerdos y hasta llega a borrarlos, la psicóloga me comentó que si esto
ocurría era por la amnesia disociativa, este trastorno se desarrolla por estrés postraumático, sobre
todo cuando uno se da cuenta de los acontecimientos traumáticos o estresantes que desencadenaron
su amnesia.
La miré extrañada, no podía creer que se hubiese metido dentro de mi cabeza de esta manera, volví a
quedarme ausente durante unos minutos pero mi madre volvió a hacer que reaccionara.
-Cariño, quédate hoy en casa ¿Vale?, hacemos lo que quieras, vemos películas, te hago tu comida
favorita, pero quiero que si en algún momento me necesitas, por alguna pesadilla, recuerdo o
sentimiento feo que tengas, me lo digas, ¿De acuerdo?.
Volvieron a brotar lágrimas de mis ojos, amor de ella, es la paz que necesito en mi vida, es el hogar
que prendió llamas un día y volvió a resurgir de ellas, es la que luchó contra el monstruo que me la
arrebató durante años, ella sola, teniéndome que cuidar, se ocupó de todo, se ocupó de darme una
vida, de protegerme todo lo que pudo, de ponerse en el fuego y quemarse viva para que yo no lo
hiciera.
-¿Podemos quedarnos abrazadas en la cama y después ver películas? Es lo único que necesito hoy
mamá.
-Claro que sí cielo,
Me respondió sonriendo sin que la viera, pero noté su sonrisa sincera en aquella respuesta
-¿Todo el tiempo que quiera?
-Como si tengo que agotar todo el tiempo del mundo para dártelo.
Y ahí entendí, que el dolor no estaba en mi o en ella, el dolor que teníamos era el que nos había dejado
él, comprendí que verdaderamente aquí estaban todas las respuestas a mis preguntas, a que nosotras
no teníamos la culpa de que el lobo llamara a nuestra puerta y mucho menos a ser engañadas, si no
hubiésemos sido nosotras, habrían sido otras, porque la naturaleza de una bestia, no puede ser
cambiada.
Al final entendí, que nunca le necesité, que el ver a todos los niños con sus padres jugar en el parque
solo era un estereotipo, que no todas las familias deben o son iguales, que en ella se encontraba el
amor de cinco familias unidas, que nadie jamás en la tierra podría quererme con la intensidad que
ella lo haría, que ni una manada está tan unida como ella y yo lo estamos.
Porque sé con certeza que si ella no hubiese sido valiente, de mí no saldría ni un ápice de oxígeno, al
igual que de ella, sé que si no hubiese hecho de tripas corazón, no estaríamos aquí las dos.
Le estoy totalmente agradecida a mi madre de ser la mujer que es y que gracias a ello me esté
convirtiendo en una niña que el día de mañana será una mujer ejemplar, sé que no coincidiré con otra
serpiente porque ya tendré un radar para ellas, gracias a mi madre sé lo que quiero y lo que no, como
ser y como afrontar.
-Mamá…
-Dime cariño
Dijo mientras agarraba mis manos para levantarme del suelo y mirándome.
-¿No vamos a tener miedo nunca más, me lo prometes?
Agaché la cabeza levemente, con miedo a la respuesta
Sonrió levemente y alzó mi cabeza, dobló levemente su espalda para mirarme a los ojos cerca y dijo:
-Te prometo que jamás tendremos que tener miedo y si el miedo vuelve le metemos una patada,
juntas.
Sonreí y la abracé, no hay nadie en el mundo que pudiera estar tan rota por dentro y generarme esa
confianza, esperanza y amor como lo hace ella, la quiero tan fuerte que me duele, pero, dolor bueno, no del malo
Muchas gracias, amantes de la palabra escrita, Don Antonio estaría orgulloso.