«Habían pasado ya dos semanas y seguía lloviendo sin parar. Todo iba sucediendo tal como Él se lo había dicho. El castigo llegaría inexorable, tal como Él lo había establecido. Tanto insulto, tanta burla hacia él y su familia acabarían con el Gran Diluvio que se llevaría a toda una humanidad malvada. Él lo había previsto todo, todo estaba en su diseño del mundo futuro y él y los suyos serían parte de ese nuevo porvenir esplendoroso, puro y sin maldad. Aún le quedaban algunos detalles por terminar, pronto estaría listo el Barco. Sus hijos y su mujer, junto a él, no habían dejado, ni por un momento, de trabajar en lo que Él les ordenó. Tanta impiedad quería borrada de la faz de la tierra y todos aquellos que le hicieron daño a él y a los suyos serían castigados, tal como Él le prometió.
Habían seleccionado muy concienzudamente a los que debían de formar parte del Barco, solo serían los elegidos, no otros, solo los que él había decidido salvar. El resto perecería, se lo merecían, tal como estaba escrito por Él.
Llegó el día de la partida, las aguas inundaban los campos de los valles y solo los montes quedaban como refugio. Comenzaron a conducir a los animales al Barco, una tras otra las parejas de diferentes especies entraban en los compartimentos que habían construido en la enorme bodega. Sus hijos llevaban la cuenta escrupulosamente mientras él observa la colina cercana donde se hacinaban los malvados, hombres, mujeres, niños y ancianos. Todos merecían el final que él había decidido
Sin embargo, cuando las aguas llegaban ya a los tobillos y la poca tierra seca solo tocaba la base del Barco, su mujer le preguntó: “ ¿Y Él te habló solo de los animales?”. Asintió con seguridad plena mirándola a los ojos. La colina cercana, donde se hacinaban los réprobos, ya había casi desaparecido. Era ya la hora de partir. Todas las provisiones estaban cargadas para el tiempo que Él le había dicho que estarían navegando. Todo estaba en la profecía, todo se había hecho tal como estaba escrito por Él. De nuevo, su mujer se acercó, esta vez con la tez pálida, y le dijo. “Sabes que Él es el Justiciero y a la vez el Misericordioso. El castigo es justo y debemos acatarlo, pero…pero…esposo mío, hay inocentes que no deben morir. No solamente los animales, inocencia de la Creación, sino también parte de esa Humanidad que tú, sí tú, esposo mío, has condenado, y no Él, a la muerte.” Empapados por una lluvia cada vez más densa, marido y mujer permanecieron en silencio.
Sus hijos les gritaron que subieran desde la cubierta. “Ha llegado la hora, esposa”. En el rostro de ella, lágrimas y agua se mezclaban por igual. El marido la cogió del brazo y la llevó por la pasarela y al mirar lo que dejaban vio flotar algo, algo que se movía, algo que se agitaba, algo que gemía. Era un bebé que lloraba desconsolado dentro de algo parecido a un capazo. Ella, presta, se acercó a recogerlo. Acogió al bebé entre sus brazos con una fuerza sobrehumana y corrió por la pasarela hasta dentro del barco. Él la siguió y no miró atrás.«
Caía ya la tarde en Nippur y la luz era insuficiente para seguir rasgando la tablilla. El escriba estaba ya cansado y debía dejar secar el barro. Pero no llegaría nunca a secarse, ya que el Éufrates se desbordó esa noche e inundó la ciudad, incluido el templo de Enlil, el dios de la creación y del cielo. Llovía hace ya dos semanas en las tierras altas y seguía lloviendo sin parar.