Muchos jóvenes, ante la sola mención de la palabra “poesía”, automáticamente piensan en algo aburrido, complicado o que no van a entender. ¿Eres tú unos de esos jóvenes? No estás solo. A muchos les da cierto “miedo” la poesía. Les parece lejana, como si solo fuera cosa de profesores, libros antiguos o gente con un talento especial para hablar “raro”. Pero ¿y si te dijéramos que la poesía es mucho más que eso?, ¿ y si parafraseando a Bécquer en sus célebres versos te dijéramos que poesía eres tú? ¡Está en ti, en todos nosotros! Solo se trata de explorar y encontrar el resorte que nos permita acercarnos a ella con otra mirada.
Creednos cuando os decimos que el rechazo hacia la poesía no surge porque sea inalcanzable o demasiado compleja, sino porque, con demasiada frecuencia, la vinculamos a las clases y a la teoría de la literatura: rimas, versos, recursos métricos…: ¡Acercaos a ella solo por el placer de leer! Os invitamos a sentirla, a vivirla. Dejaos tocar por ella. Ya habrá momentos para su análisis. Atreveos.
En clase de Literatura Universal, algunos alumnos de 1º de Bachillerato se atrevieron a escribir sus propios poemas. Y lo que surgió fue sorprendente: versos sinceros, intensos, a veces tímidos, pero siempre auténticos. Había tristeza, rabia, amor, dudas, sueños… Y lo más importante: había verdad. Porque cuando un joven escribe un poema, no está tratando de parecer culto. Está tratando de entender lo que siente.
La poesía no está hecha para entenderse como si fuera una ecuación. Está hecha para tocarnos, para removernos por dentro. A veces no sabremos qué quiso decir exactamente el poeta, pero sentiremos que hay algo ahí, algo que nos conmueve. Algo que no sabíamos que también podíamos expresar.
¿Y qué pasa si no obtenemos el resultado que esperábamos? ¿Si no es perfecta? Da igual. Lo importante es lanzarse. Escribir poesía no es cosa de expertos. Es cosa de valientes. De los que se atreven a mirar hacia dentro y ponerle palabras a lo que duele, emociona o simplemente existe.
Así que la próxima vez que escuches la palabra «poesía», no pongas cara de “qué rollo”. Piensa que puede ser tu oportunidad para decir lo que nunca has dicho. Para descubrir que tú también tienes algo que contar. Para darte cuenta de que no estás solo en lo que sientes.
Y si todavía dudas, te invitamos a leer los poemas que han escrito tus compañeros. No están en libros caros ni en editoriales famosas. Están aquí, cerca, escritos en libretas normales por gente como tú. Y eso, créenos, es lo que hace que valgan la pena.
¿Te animas a escribir el tuyo?
«Mar plata y tinta de pasión en escamas de cartón», de Aitor Sillero.
Pececillo de cartón
te sumerges entre la niebla de mi corazón,
helado te bañas en la taza de té
azul de color casi de nieve,
en la que mueve sus aletas el pececillo de cartón.
Niebla de mi corazón
dice que pintas las escamas de rojo pasión,
la del joven escritor que toma su té,
azul de color, agua de la mar plata.
Azul color, ojitos que me miran.
Mar que pinta su línea el joven escritor
té que se derrama en la mar plata,
la soga del muerto, del vivo, la de mi corazón.
“Lamentos que no llegaron a ti” de Lola García Morente.
Apenas luz, en la noche fría,
con lágrimas ardiendo y dedos temblorosos,
mis pensamientos bajaron al pecho
cruzando entre cuchillas oxidadas,
abriéndose paso hasta los bordes descosidos
de mis entrañas.
No sabía si hablaba contigo o
con los restos de mi que dejaste atrás,
pero la tinta, esa laguna oscura, espesa,
como tu silencio,
negada a imaginar alguna vez una vida compartida.
No te dije “te echo de menos”
porque “echar de menos” son palabras delicadas, cobardes,
es una cuerda demasiado delgada para sostener
la brecha que abriste en mi.
Te hablé, si, pero como se le habla a un muro,
con rabia, coraje, con el corazón lleno de escombros
esperando que algo respondiera desde el otro lado
de aquel trozo de piedra.
Tus ojos aún me vigilan en la oscuridad,
y cada vez que intento olvidarte,
es una punzada, lenta y fija, como si
olvidar fuera también una forma de morir.
La carta era mi cuerpo inerte en borrador.
Una mota de polvo de lo que fuimos,
una bajada intensa hacia la tierra,
escrita con la estúpida esperanza
de que el dolor, en el papel,
se volviera más soportable.
Pero no la envié.
Porque no quería imaginarte sosteniendo mis restos,
con tu indiferencia tan vacía, tan intacta,
como si nunca te hubieras refugiado en mí,
como si no supieras que,
lo que causas en mí duele,
y que mi amor no se fue,
se pudre, lento, pero se queda.
Sueños vívidos, alma deshilachada, de Naima Mateo Tomillo.
Sueños vívidos, alma deshilachada
Mar seca y cosecha salada.
Cristal sombrío de espejo fragmentado,
corazón crítico y enjaulado,
que busca la libertad misma.
En una realidad distinta,
en una guerra tranquila,
en un llanto desconsolado,
en un moretón desgarrado.
Quiere salir, correr, desaparecer,
quiere brillar sin llorar.
Tener libertad.
«Motor de carne«, de Lucía Morales Leal.
Nació entre chispas de óxido y sirenas,
bajo un techo de hojalata viva,
cuando el tren gritó su primer alarido
y el metal le enseñó a caminar.
Sus sueños eran engranajes sin aceite,
girando en fábricas que no dormían.
Comía relámpagos viejos,
bebía humo,
vivía en la velocidad del fracaso.
Amó con circuitos rotos
y murió en silencio:
una máquina más que ya no hacía ruido.
El mundo rugía.
Él ya no estaba.
Motor.
«No es ruido, es refugio», de Nuria García Vázquez.
Dicen que me aíslo del mundo,
pero la tranquilidad que me trae me salva.
Con ella todo suena como debería.
El ruido estresante del exterior baja
y los pensamientos se calman.
Sólo queda la melodía,
el sentimiento que esta acompaña
y cierro mis ojos.
Algunas consiguen que mis dientes vean la luz,
otras logran hacer que mis ojos desencadenen ríos.
Me dicen que me distraigo,
que no presto atención,
pero nadie escucha
lo que pasa en mis oídos.
No es ruido
es mi refugio.
Carmen Prados García, Profesora del Departamento de Lengua y Literatura.