En  la anterior entrega sobre la obra novelística de Mario Vargas Llosa en el siglo XXI nos centramos en la producción “histórica”. Toca en esta ocasión referirnos a las que podemos considerar sus “novelas peruanas”. Centradas en su país natal, nos hacen testigos del particular cortejo amoroso que el autor despliega ante su patria. Hay una demostración de amor por el paisaje y el paisanaje peruano y una vuelta a los orígenes de un escritor eminentemente cosmopolita. Recordemos que el autor tiene además de la nacionalidad peruana, la española y la dominicana.

La primera de estas novelas es Travesuras de la niña mala (2006),  en la cual se narra el amor incondicional del protagonista, Ricardo Somocurcio, por Lily “la chilenita”; una pasión que recorre el tiempo y el espacio: del París intelectual y revolucionario al puerto limeño de El Callao, pasando por el Lejano Oriente. En palabras del autor fue “su primera novela de amor”. Las décadas del último tercio del siglo XX transcurren en una novela donde hay oculto a la vista de lecturas apresuradas, otro amor apasionado. Y me refiero al amor por el Perú, es más, tras varias lecturas he pensado que el verdadero tema de la obra es ese amor intenso, pero a la vez no correspondido, entre Vargas Llosa y el Perú. Para ello recurre a materiales autobiográficos, especialmente con su derrota en las elecciones presidenciales  ante Alberto Fujimori en 1990. Podemos vislumbrar entre sus páginas la herida que quedó en Vargas Llosa, que intenta sanar tomando justa venganza, cual Conde de Montecristo, en el personaje del “malvado” de la novela, un japonés que concentra todos los males posibles y que es un trasunto de Fujimori. En esta “novela de amor”, a veces, solo a veces, sobrevuela la sombra de “Amor en tiempos del cólera” del que fuera su amigo, hasta que la política los separó, Gabriel García Márquez.

En 2013 se publicó El héroe discreto. Sus protagonistas son dos “randoms”, como se dice ahora, dos tipos normales cuyas circunstancias los hacen tomar acciones heroicas. Vargas Llosa logra transmitirnos una carga épica (otra palabra muy de ahora) en unos tipos comunes como son Felícito Yanaqué, dueño de una pequeña empresa de transportes en la ciudad norteña de Piura, y un empresario limeño del ramo de los seguros, Ismael Carrera. La novela nos cuenta la lucha de gente corriente frente a las injusticias y las adversidades, haciéndonos partícipes de la gran aventura de la cotidianidad. No falta el elemento sobrenatural (quizás un coletazo de “realismo mágico”) con la aparición del propio Lucifer.

Tres años después, en 2016, apareció Cinco esquinas. El título se refiere al nombre de un elegante barrio limeño, donde viven las parejas protagonistas. Es una novela con una fuerte carga de erotismo y sexualidad, donde el autor vuelve a temas que ya había tratado de otra forma en su famosa “Pantaleón y las visitadoras”. Nos encontramos a un Vargas Llosa, que con 80 años, nos muestra su lado más desinhibido y liberal, en el sentido amplio de la palabra. Eran los años en los que saltó al “mundo rosa”  por su relación con una famosa de ya largo recorrido. Pero, como ocurre en la anterior novela, hay una preocupación principal: el Perú. En concreto es una denuncia al régimen iliberal de Alberto Fujimori de los años 90, dominado por la corrupción y por el terror organizado por el hombre fuerte del presidente, Vladimiro Montesinos, jefe del servicio de inteligencia. Además, en esta obra poliédrica cobra una especial importancia el periodismo, al que trata en una doble perspectiva: tanto en su papel esencial de denunciar  los atropellos del poder, como  su degeneración en el amarillismo y el chantaje a los famosos. Así, hay personajes magníficos como Rolando Garro, director de una periódico sensacionalista, y sobre todo “La Retaquita”, una mujer que no se olvida fácilmente.

Por último, llegamos al último libro publicado en vida y que tiene un título premonitorio: Te dedico mi silencio (2023). Si las anteriores novelas estaban insertas en un mundo burgués, aquí nos encontramos la novela más popular en tipos y escenarios y, a la vez, la que más amor desprende por su patria. Un amor que representa el protagonista, Toño Azpilcueta, un profesor pobre del extrarradio de Lima que a duras penas puede mantener a su familia. Sin embargo, es el mayor especialista en el vals peruano, la música popular peruana por antonomasia.  Al comenzar a estudiar la vida y obra de un malogrado y enigmático joven guitarrista, Lalo Malfino,  Toño  va tomando conciencia de la necesidad de escribir una magna obra sobre la música popular peruana.  En tan titánica tarea para  sus cortos medios, nos demuestra la fuerza del idealismo injertado en el hombre común. Como un quijote, nos descubre el apasionante mundo de la huachafería o esa cultura popular peruana de la cual nace una música que vertebra a todo un país: a blanquitos, cholos , africanos, asiáticos… En tan cervantina aventura vivirá, como Alonso Quijano, el acceso de la locura y el amor platónico por su particular Dulcinea que toma cuerpo en una famosa cantante.  En esos momentos finales de su vida y ya alejado del mundo del famoseo,  Vargas Llosa parece reencontrarse con esa nación que le dio lo más preciado de su carrera: sus palabras, su idioma, su ser verdadero.

Estas cuatro novelas, exceptuando la primera, no alcanzan quizá la altura de otras anteriores, sin embargo, en ellas no vemos signos de ocaso, en todo caso de una melancolía que se recrea en quijotes y mujeres bravas  que hacen del respeto a cualesquiera de las formas de amar, la libertad individual y la resistencia a cualquier forma de opresión una forma de llevar la vida. Este creo que podría ser el legado de estas obras, que situó en Perú pero que es consustancial a cualquier lugar del mundo.

Como conclusión a estas dos entregas sobre Mario Vargas Llosa, podemos vislumbrar cómo las mentiras verosímiles que nos proporcionan sus ficciones nos ayudan a  comprender la compleja, diversa y caótica realidad. Y esto se logra a partir de los personajes de ficción, que aunque nunca han existido, los reconocemos como reales, ya que están hechos con los materiales que la literatura obtiene de la propia realidad. Las novelas nos inoculan, según el autor, “un apetito de irrealidad” que nos aportan perspectivas que quizás nunca  se nos hubiesen planteado si un día, tal como hoy, no hubiéramos abierto una de ellas.

Pablo Romero Gabella

Profesor de Geografía e Historia

IES Cristóbal de Monroy