Traje claro, camisa verde pistacho, corbata fucsia con pañuelo a juego y mocasines verde oliva. Se miró al espejo, la perilla no le convencía pero Yoli le insistió que le hacía más joven. En su mente, Paco lo tradujo en “estoy guapo, eh”. “Un tío guapo y con estilo, listo pa’ la feria”, dijo frente al espejo y se marcó algo parecido a unos pasos de sevillanas.
Salió sonriente de su casa. Tenía el tiempo justo para recoger a Yoli, hacer unos recados y llegar a tiempo a la caseta. Con la misma sonrisa que le regaló el espejo, arrancó su nuevo coche y no pudo reprimir un “olé, ese coche potente”. Sonó el móvil: era el whatssap. “Allí nos vemos makina”. Era el albañil que le hizo la reforma del chalet el año pasado. No llegaba a entender el mensaje. Entró otro mensaje: “Ok primo, gracias iremos con los niños de la prima Toñi que no puede ir”. Era su primo Jonathan del que no sabía nada desde el funeral de su tío Antonio. Su móvil comenzó a seguir sonando, entraban mensajes uno detrás de otro. ¿Qué pasa, Paco? Y a Paco se le descompuso la cara, su espejo retrovisor fue testigo. Abrió la aplicación y buscó en “enviados” y descubrió lo que no quería ni pensar. Se llevó la mano a su boca y lanzó un exabrupto que hubiera sido motivo de excomunión hasta no hace mucho. Había enviado a todos sus contactos un mensaje, que escribió esa mañana, y que iba dirigido a Emilio, el dueño del “Pizzaso”. Le había invitado a su caseta a él y a su mujer a la noche del pescaíto. No sabía realmente cuántos contactos tenía, ¿trescientos?, ¿quinientos?…¿mil? ¡Qué importaba! El desastre era el mismo: había invitado a todos los que tenía en su agenda al pescaito. Comenzó a toquetear febrilmente el móvil, había que aclarar el malentendido, debía de mandar otro envío masivo diciendo que todo había sido un error… pero en su agenda tenía a clientes, amigos, familiares a los que ni se le había pasado por la mente de invitarlos en toda la feria. ¡Incluso había invitado a su ex! ¿Cómo iba a quedar él? El triunfador de la familia, el empresario, el emprendedor que salió de nada… ¿Qué vas a hacer, Paco?. Y pensado esto se le cayó el móvil entre los asientos del coche. Tras unos momentos de angustia, logró sacarlo y se dio cuenta que lo había apagado. Volvió a encenderlo, nervioso, y marcó el pin sin pensarlo. Error. Insultó al mundo entero y a sí mismo y volvió a teclear. Error. Le quedaba un solo intento. Comenzó a sudar. ¿No te acuerdas del dichoso PIN, Paco? Tomó aire y volvió a introducir los cuatro números. Y la tragedia sucedió, de nuevo se había equivocado y ahora le pedían el PUK. ¿Qué es eso? Tiró el móvil entre gritos y comenzó a manotear el volante. ¿Cómo es posible, Paco? Intentó pensar con frialdad y para eso encendió el aire acondicionado. Los 18ºC obraron el milagro y por un momento no vio la cosa tan negra. ¿Qué no es tan negra la cosa, Paco? ¡Vas a hacer el ridículo! Cuando se presenten en la caseta el ciento y la madre diciendo que son tus invitados, ¿qué cara van a poner los otros socios? Aquellos a los que tuviste que untar bien de billetes para que te dejaran entrar como socio en la caseta más exclusiva de la feria: “Los de taco… y medio”. Estuvo años detrás de ese objetivo; la caseta era una gran oportunidad de negocio y de entrar en la buena sociedad. Le había costado mucho llegar hasta allí para que este error, ¡un error estúpido!, lo echara a perder.

Fue a casa de su novia Yoli y abriendo con sus llaves entró empujando la puerta violentamente; ella, que estaba detrás, cayó al suelo pero el traje de flamenca amortiguó el golpe. Sobre los gritos y maldiciones varias, una palabra: “el móvil, déjame el móvil”. Yoli le señaló la mesa y Paco se lanzó sobre él. “¿Qué pasa Paco?” No dejaba de decir Yoli mientras se recomponía el mantoncillo y los alfileres. Paco balbuceó al comienzo y luego ya pudo explicárselo mientras miraba absorto al móvil. Yoli intentó tranquilizarlo pero era imposible. “¿Qué vas a saber tú? Anda cállate y déjame pensar.” Yoli lo miró seria y apagó las sevillanas que sonaban en el YouTube de la televisión y vio como Paco se pasaba la mano por la cara, él, el “rey de los caracoles ultracongelados”. Se acercó y lentamente le dijo: “Paco, ¿y si la caseta no se abriera? ¿Y si una llamada anónima a la policía dijera que en la cocina de la caseta no se cumplen las reglas sanitarias? Es un poné, Paco.” “Olé y olé mi niña, ¡qué lista eres! Si es que además de buena cocinera eres una genia… pero ¿cómo lo hacemos?, yo no puedo llamar… y el número lo verían….” “No te preocupes Paquito, tranquilo, déjame a mí, se lo diré a mi hermano Ricardo, él llamará y dirá que en la cocina hay bichos y que no hay refrigeración… ya se le ocurrirá algo, ya sabes cómo es él” Paco aún recordaba al hermano de Yoli, lo tuvo trabajando en el primer negocio de caracoles que montó con Yoli y su madre, era un prenda y nunca se había fiado del todo de él. Pero ahora las cosas estaban como estaban y vio bien la idea de Yoli. “¿Has visto cariño?, tu Yoli te lo soluciona todo. Y luego me llevas a la Feria, y lo de la caseta ya lo arreglaremos. Mañana, cuando vean que no hay nada, se abrirá y todo solucionado. Pensarán que habrá sido alguien de la competencia que te tiene envidia, Paco, envidia…” Él se sentó y respiró hondo. “Voy a llamar a Ricardo en la cocina, aquí no tengo cobertura de móvil”. Yoli miró a Paco, ahora era como un niño al que parecía que sus padres no lo llevarían a los cacharritos de la feria.
“Richi, ya está, llama ya, ¿seguro que has preparado todo? ¿Has echado eso en las ollas, verdad? No hace falta exagerar mucho porque las porquerías que le pone Paco a los caracoles ya son suficientes, pero aún así hay que asegurarse. Bien, bien, perfecto. Todo va a salir bien, tal como pensamos. Se creía que nos iba a quitar tan tranquilamente la fórmula de los caracoles que a mamá tanto trabajo le costó. Recuerda recoger a mis niños y a mamá, el vuelo sale a las diez. El dinero ya lo tengo todo en la cuenta de allí. Vale, vale, te quiero,”.
Yoli salió sonriente y mirando a Paco, el “rey de los caracoles ultracongelados”, le dijo: “Ea, todo arreglado! Pon música cari, ¡alegría, alegría,que estamos en Feria!”.
Pablo Romero Gabella
Profesor Geografía e Historia
IES Cristóbal de Monroy