Las luces estaban ya todas apagadas. Y el silencio se enseñoreó por todo el instituto. El alboroto de las horas de clase debía esperar, pero solo por unas pocas horas. Solo las pequeñas luces de emergencia y las del hall de entrada seguían desafiando a la oscuridad. Pero también esa noche había luz en un aula de la tercera planta. Una de las nuevas pantallas estaba encendida. La luz iluminaba a Alicia que sentada sobre una mesa frente a la reluciente pantalla balanceaba sus piernas y estiraba sus brazos. Durante varias noches no había podido salir, justamente los días en que habían retirado las viejas pantallas por las nuevas. Saltó y comenzó su paseo nocturno, como solía hacer desde hacía ya tanto tiempo. Miró divertida las orlas que colgaban en el pasillo de secretaría y trasteó un poco la biblioteca tras hacerse con las llaves de conserjería. Ella ya tenía sus trucos, muchos de ellos se los había enseñado el Conejo Blanco que hacía unos años o décadas, no sabría decirles, le acompañó en una de estas excursiones nocturnas.

Imagen generada con IA
Todo estaba como siempre, tranquilo y en silencio, pero estando en la primera planta sintió algo que rozaba sus piernas. Se asustó y chocó con un sillón que formaba parte de un atrezzo dedicado Jane Austen que habían puesto (seguro que le hubiera gustado a Su Majestad la Reina de Corazones) en el hall de dirección. El ente peludo que saltaba a sus rodillas le era conocido.
– ¡Totó! ¿Qué haces aquí? ¿Y Dorothy?.
El perillo le lamía ahora que lo tenía en brazos, hasta que giró su cabecilla hacia las escaleras. Llegaba Dorothy.
-¡Pero aquí todo son escaleras! Ali, tía, ¿qué haces aquí?. -Alicia le respondió sonriendo:
-¿”Tía”? ¿pero Dorothy…? Ayy… ya no recordaba que eres una yanqui. Chica, vaya cara, que es una broma, ya sabes cómo somos los súbditos de Su Graciosa Majestad la Reina Victoria.
La americana se recompuso el lazo que recogía su pelo y le dijo que estaba preocupada y mucho. La noche anterior había salido de una pantalla antigua, que aún seguía en funcionamiento en un primero de la ESO, acompañada por León.
-Ya sabes cómo es, quería demostrarse a sí mismo que podía pasar toda la noche en un edificio del que le habían dicho que uno debía ser muy valiente para entrar en él. Cuando llegó la hora de volver, no apareció y me tuve que volver sin él. Tía, casi me pillan los conserjes que abrían el instituto.
Alicia siguió acariciando a Totó y le propuso que podían buscarlo.
-Antes todo era diferente, ¿verdad? Me refiero cuando salíamos de las pizarras que no borraban tras las clases. Ahora con internet, la IA y los algoritmos en un pis pas cruzamos. Se ha perdido la magia…
Dorothy asintió sin convicción y le señaló por dónde podrían buscar: el gimnasio.
Las dos chicas y el perro corrieron por los pasillos y escaleras hasta llegar a una de las puertas del gimnasio.
-No me digas que ahora León quiere de verdad ponerse en forma, del Hombre de Hojalata podría esperarse eso, pero… Dorothy la interrumpió:
-Calla, calla, que oigo algo dentro, ¿no lo oyes, hermana?-Alicia se sorprendió de nuevo:
-¿Hermana? -y comenzó a reírse.
– Calla, calla…, abre que creo que hemos dado con él.
Y efectivamente allí estaba León, sobre una colchoneta, perezoso como un gato grande y riéndose a carcajadas.
-“¡Vaya susto, chicas!… ¡Totó siempre tan, tan simpático, hermano”.
Ambas se miraron: “¡¿Hermano?!” Las risas de las niñas se aplacaron al ver, que junto a él, había una figura pequeña.
– Pero, ¿quién te acompaña?.
-Ah, un amigo que he hecho aquí… se llama Gato, y vive por el barrio, me dice que por la noche suele entrar aquí.
Gato, pequeño y atigrado, les dedicó un maullido de bienvenida que fue respondido por un ladrido de Totó.
– Leoncito, ¿cómo has podido esconderte todo este tiempo?, ¡eh, dime, me tenías preocupada!. -León se rascó la cabeza.
-Pues, os lo explico, durante toda la mañana estuve con un grupo que estaba disfrazado de animales de la selva, porque exponían no sé qué trabajo sobre los ODS, en concreto sobre la bio… bio…
-Biodiversidad, leoncito.
-¡Exacto, Dorothy! Pues oye, tan ricamente, me tomaron por un alumno, porque mucha pinta de león de verdad no tengo, tengo que reconocerlo; y luego, por la tarde, estuve con el grupo de teatro, que estaban ensayando una obra y… ¿Qué obra era?… adivinad chicas… tachán: ¡”El rey león”! ¡Por una vez he sido el protagonista! ¡Estoy deseando contárselo a estos dos! ¡Van a flipar!
“¡¿Flipar?!” Las risas y carcajadas volvieron a inundar el gimnasio, hasta que unas luces azules que venían del exterior les hicieron callar.
-“¡Agua, agua, la poli”, -exclamó el león.
Se despidieron de Gato y corrieron escaleras arriba hasta la tercera planta, buscando la pantalla encendida. Como tantas veces anteriormente hicieron con las pizarras, volvieron a su mundo para, más tarde, regresar otra noche a soñar con ser aquellos que de día los leían y seguirán leyendo.
Pablo Romero Gabella
Profesor Geografía e Historia
IES Cristóbal de Monroy