“Lux”, el nuevo disco de Rosalía en cuya portada aparece vestida con una especie de hábito, y “Los Domingos”, película  que cuenta la historia de una chica que quiere entrar en un convento, han despertado en España la “monjamanía”. Y de eso vamos a tratar en estos artículos que aquí proponemos. Pero nuestra particular “monjamanía” se va a centrar en una religiosa muy especial: Sor Juana Inés de la Cruz (1651-1695). Oriunda del Virreinato de Nueva España, además de monja jerónima fue una escritora excepcional del Barroco español, especialmente en el campo de la poesía.

Nació en Tepetlixpa (municipio a unos 70 kilómetros de la ciudad de Méjico) con el nombre de Juana Inés de Asbaje Ramírez.  Fue “hija natural” de padres criollos (descendientes de españoles nacidos en tierras americanas) ya que no estaban casados, cosa que no era bien vista en la época. Su madre, Isabel Ramírez, tuvo otros hijos con otro hombre con el cual tampoco se casó Este hecho siempre sería ocultado por Sor Juana.

Imagen generada por IA a partir de un retrato de Sor Juana Inés de la Cruz conservado en el Convento de Santa Paula de Sevilla

Hasta los 10 años vivió con sus abuelos en una finca cercana a la capital virreinal, luego su familia la situó en la corte del virrey de Nueva España y cuando cumplió los 18 años ingresó en el Convento de San Jerónimo. Su biógrafo, el padre Calleja, nos habla de su amor por las letras, el estudio y el conocimiento desde niña. Ella misma se refiere que ya con 3 añitos…

“…me encendí yo de manera en el deseo de saber, que engañando, a mi parecer, a la maestra [de su hermana mayor], le dije que mi madre ordenaba me diese lección…y supe leer en tan breve tiempo, que ya sabía cuando lo supo mi madre, a quien la maestra lo ocultó…y yo lo calleé, creyendo que me azotarían por haberlo hecho sin orden.”

Este fragmento pertenece a un texto extraordinario que escribió en 1690, ya siendo religiosa, y que se titula “Respuesta de la poetisa a la muy ilustre Sor Filotea de la Cruz”. Es un texto autobiográfico que tiene la función de replicar a otro de su amigo, el obispo de Puebla Manuel Fernández de Santa Cruz. El obispo le pedía que se centrara más en escribir textos religiosos que en profanos, sobre todo se refería a su encendida poesía amorosa. En la respuesta, un ejercicio de libertad poco común en la época, Juana Inés expone sus inquietudes literarias, intelectuales e incluso filosóficas. Volveremos más adelante a este maravilloso documento.

Con solo 16 años, viviendo en la corte del virrey Marqués de Mancera, que se convirtió en su protector, realizó un curioso examen ante más de 40 eruditos de la capital virreinal. Esto se debió a que era sorprendente que una chica tan joven atesorara tan vastos conocimientos y estudios. El virrey llamó a cuanto erudito, hombre de letras o estudioso encontró en la Universidad y en toda la ciudad de Méjico. En palabras del padre Calleja, el virrey “quiso desengañarse de una vez y saber si era sabiduría tan admirable, o infusa, o adquirida, o artificio, o no natural…” De tan particular examen salió victoriosa la joven Juana, de tan solo 17 años, frente a la élite intelectual mejicana. El padre Calleja reproduce las palabras que, al parecer, dijo el Marqués de Mancera sobre tan particular combate intelectual entre una adolescente y casi medio centenar de eruditos:

“…a la manera de un galeón real se defendería de pocas chalupas, que la embistieron, así se desembarazaba Juana Inés de las preguntas, argumentos y réplicas, que tantos, cada uno en su clase, la propusieron. ¿Qué estudio, qué entendimiento, qué discurso y qué memoria sería menester para esto?

Apenas pasado un año de esta victoria intelectual, Juana Inés tomó los hábitos de la orden jerónima. Comenzaba la parte definitoria de su vida. Pero de ella trataremos en el próximo artículo.