Como cada lunes, hoy publicamos una nueva actualización de la obra de Gustavo Adolfo Bécquer. En este caso, Yanira Muñoz Caraballo, Jorge Vela López, Hugo Borrallo Boje y Aarón Gutiérrez García de 4ESO A han renovado la leyenda «La cruz del diablo».

En un pueblecillo llamado Alcalá, yacía un hombre llamado Jorge. Era el chatarrero más conocido de todo este pueblo, todo el mundo contactaba con él para que le vendiera sus piezas. Era un hombre alto, podríamos decir que media 1’75. Su pelo era corto, liso y de color marrón. Además, no era ni gordo ni flaco, tenía un tipito normal.

Un día cuando este mismo estaba llegando a su casa después de un largo y duro día, pudo ver una nota algo rara en su puerta. Al cogerla pudo divisar que decía que o pagaba lo que debía o sería desalojado de su casa a la fuerza. Al ver esto, fue consciente de todas las malas ventas, los problemas con su esposa Emma, el insuficiente transporte de chatarra. Su desesperanza fue tal que al entrar a su casa rompió varias cosas. Por suerte su esposa no se encontraba en ella. Para calmar su enojo y desespero, fue directo a un parque llamado Oromana. Allí podía respirar la paz que necesitaba. No se encontró ni un alma, ni un niño o chillidos molestos. Entonces, fue directo a adentrarse en el pequeño bosque, y después de un largo y gran paseo, finalmente llegó al estanque de los patos al lado de un molino abandonado. Se sentó en un escalón y en este mismo empezó a alimentar a los patos.

Mientras agarraba una hogaza de pan para darle de comer a los patos, se le acercó un hombrecillo de aspecto cadavérico. Era muy moreno y calvo, y llevaba ropa posiblemente de hace tres o cuatro siglos. Este hombre se presentó ante él como Kok, el sacerdote. Jorge se extrañó por su nombre y le preguntó de dónde procedía, pero este no quiso dar más explicaciones y procedió a decirle: ‘Hola, Jorge. Sé que estás pasando por un mal momento económico y yo puedo solucionarlo, pero debes hacerme un favor’.

Jorge le dijo: ‘Claro, ¿tú eres aquel Merlín que puede resolver mis problemas?’.

Riéndose, se levantó y se fue caminando hacia su casa. Cuando llegó, encontró a su esposa Emma con otro hombre, un tal Sergio. Este era un hombre atractivo y resultó ser el hijo del herrero del pueblo. Jorge, devastado, agarró un mazo y trató de atacar a Sergio, pero él huyó junto a Emma. En un arrebato de furia, Jorge destrozó su casa, y cuando solo quedó un montón de polvo y escombros, decidió sentarse a reflexionar.

Entonces, aquel misterioso hombrecillo volvió a aparecer. ‘Jorge, ¿quieres que la vida te sonría con riquezas y que puedas comprar el negocio de aquel herrero traidor?’ Jorge, confundido, pero pensando que no tenía mucho más que perder, aceptó. Le dio la mano al hombrecillo y sintió el fuego abrasador recorriendo su mano, una sensación horrible. El hombre, ahora con aspecto del mismísimo Lucifer, le dijo: ‘Ahora yo soy tu dios y creador. No obedecerás a nadie más, ¿entiendes?’ Jorge, asustado, aceptó. El demonio le dijo: ‘Y aquí tienes estos planos. Debes construir esta cruz invertida y guardarla contigo, porque si no, volveré y arrastraré tu podrida alma y calavera hacia el pozo más oscuro del infierno.

Jorge se encontró en un dilema aterrador. A pesar de las promesas de riqueza, la presencia demoníaca le llenaba de miedo y desconfianza. No obstante, sentía que no tenía otra opción. Aceptar el trato con el diablo parecía la única manera de vengarse de Sergio y recuperar la vida que había perdido.

Decidió ocultar los planos de la cruz invertida cuidadosamente en un lugar secreto en su casa en ruinas, mientras lidiaba con el torbellino de emociones que se agolpaban en su mente. La promesa de riquezas tentadoras chocaba con el terror de servir al mismísimo Lucifer.

Con el tiempo, Jorge comenzó a reunir materiales y a trabajar en la construcción de la cruz invertida de acuerdo con los planos misteriosos. Cada martillazo, cada soldadura, era un recordatorio constante de la oscura promesa que había hecho. La ansiedad y la culpa se apoderaban de él mientras avanzaba en su tarea.

Mientras tanto, Jorge se dio cuenta de que su vida comenzaba a cambiar. Los negocios iban bien, y pronto tuvo suficiente riqueza para comprar el taller del herrero traidor. La venganza estaba al alcance de su mano, pero a un precio terrible.

A medida que terminaba la construcción de la cruz invertida, Jorge se debatía entre sus deseos de riqueza y su creciente conciencia de que había hecho un pacto diabólico. La historia de Jorge se convirtió en un conflicto constante entre su codicia y la lucha por liberarse de las garras del diablo que había aceptado en un momento de desesperación.

Con el avance de la construcción de la cruz invertida, la tensión en la vida de Jorge alcanzó su punto máximo. Cada noche, se encontraba en el taller, escuchando susurros siniestros que parecían emanar de la madera y el metal. Pesadillas lo atormentaban, y la culpa lo perseguía como una sombra incesante.

Finalmente, llegó el día en que la cruz invertida estuvo completa. Las promesas del diablo se hicieron realidad: riqueza, poder y venganza contra Sergio. Sin embargo, cuando Jorge sostenía la cruz en sus manos, sintió un escalofrío que le recorrió la espina dorsal. La presencia demoníaca se hizo más fuerte, y comprendió el precio real de sus elecciones.

En un acto de valentía y desesperación, Jorge decidió no usar la cruz. En lugar de entregar su alma al diablo, buscó redimirse. Regresó a la casa en ruinas donde había ocultado los planos, encontrándolos y destruyéndolos. Luego, con determinación, desmanteló la cruz invertida, reduciéndola a escombros.

A medida que los restos ardían en una pira improvisada, Jorge sintió una sensación de alivio y liberación. Aunque su camino hacia la redención sería arduo y lleno de desafíos, sabía que había tomado la decisión correcta al rechazar al diablo. La lección que aprendió sobre las consecuencias de la codicia y la tentación se convirtió en una advertencia constante en su vida, recordándole que el camino hacia la riqueza a menudo conduce a la perdición.