Foto de la Ceremonia de entrega de Premios, con la familia de Medina de Haro, los ganadores de este certamen, la jefa del departamento de Lengua y Literatura y la Directora del Instituto Cristóbal de Monroy.

De Izquierda a derecha: Juan David Medina, Miguel Medina, Esperanza López, Gabriella Perellano, Miguel Medina, Doña Micaela, Manuel Sánchez, Athenea Pavón, Efraín Ríos, Isabel López-Cepero, María Quirós.

Disfrutad de los relatos de los premiados en esta convocatoria.

LOS CONSEJOS DE MI BISABUELO. Escrito por Pluma Salvaje.
Hola a todos. Me llamo Manuel. Me pusieron ese nombre por mi abuelo y mi bisabuelo, siempre quise ser como ellos, Aún más cuando me ocurrió el acto que me marcó la vida. Todos decían que yo tenía mucha suerte, porque todavía tenía a mis bisabuelos conmigo, la verdad es que yo también lo pensaba, pero no me había dado cuenta de la gran suerte que era hasta aquel día. Ese simple suceso nocturno me hizo darme cuenta de algo que muchas personas viven sin saberlo y eso me entristece mucho. Pero espero que esta historia ayude a esas personas a no tener
que afrontar algo así de manera errónea.
Yo me desperté como en cualquier día normal, no sabía que me iba a deparar ese día. Me preparé, era sábado, no tenía clases porque era verano y mis padres no estaban en casa, así que me fui a casa de mis bisabuelos a pasar la mañana, ya que no tenía nada mejor que hacer. Me fui andando, porque en ese momento yo no era mayor de edad, y no tenía coche. De todas maneras la casa de mis bisabuelos estaba muy cerca de la mía. Como siempre, mis bisabuelos, María y Manuel, me recibieron con gran entusiasmo, a pesar de que ya los visité ayer. Mi bisabuela estaba sentada con la ropa-camilla por encima y tejiendo una bufanda que llevaba literalmente tres meses tejiendo. Mientras mi bisabuelo preparaba el almuerzo. Ellos se repartieron las tareas de la casa y andaban juntos para todos lados, ir a comprar el pan o ir a buscar al gato Copito que a cada momento se escapaba de la casa y tenían que ir a buscarlo. Los tres nos sentamos en el sofá a hablar, normalmente hablábamos de cómo andaba la familia. Me gustaba, mi bisabuelo era como el jefe sabio de la familia, era aquel hombre al que ibas si necesitas consejo, él conocía a toda la familia, incluidos primos quintos o sextos que yo no sabía ni que existían. También hablábamos de las batallitas de cuando ellos eran jóvenes, también me gustaba, me hacía darme cuenta de cómo era la vida antes y de cómo ha cambiado, a veces a mejor y otras no, pero viene bien saberlo, para poder cambiarlo. Yo no le daba mucha importancia a esas historias, solo miraba la moraleja, no me interesaba la historia en sí. Ese día de lo que hablamos era de las batallitas de mi abuelo, esa vez lo contó con más entusiasmo de lo normal, aunque él siempre lo hacía con ilusión, esta vez era diferente. En ese momento no le di especial importancia. Cuando empecé a sospechar fue cuando me las contaba muy seguido, terminaba la historia y a los cinco minutos empezaba de nuevo la misma; en las dos horas que estuve allí me contó dos historias, cada una más repetida que la otra. No era para nada normal en él. Me empecé a preocupar un poco, él solo me repetía las historias dos veces a la semana, esta vez fueron cuatro veces una historia en una hora. Al llegar a casa, fui a preguntarle a mi madre lo que le podría estar pasando al bisabuelo. Ella me dijo que eso era por la edad, que no me preocupara. Estaba un poco asustado, pero lo dejé pasar, ya que mi madre es muy propensa a preocuparse y en ese momento no lo estaba.
A la semana siguiente, fui de nuevo a casa de mis bisabuelos a hablar, esa vez mi bisabuelo me estuvo contando la historia de cuando mi tío era pequeño y se cayó de una tirolina de cinco metros y se rompió el brazo. La moraleja era que no me subiera a una tirolina sin protección, para que no me pasara como a mi tío. Las siguientes 4 semanas estuvimos hablando de lo mismo, pero cada vez me repetía con más frecuencia las historias, yo pensaba que era para que no me olvidara de ellas. Así que cada vez que iba a visitar a mis bisabuelos, me llevaba el móvil para grabar las conversaciones y al llegar a mi casa transcribirlas en un cuaderno que compré para eso mismo.
Un día, teníamos una comida familiar, cada uno llevaba algo para poder llenar entre todos la mesa y disfrutar de un almuerzo en familia. Los primos pequeños estuvieron todo el rato jugando y molestando a los demás, pero todos disfrutamos de aquella tarde. Vinieron familiares que yo no sabía ni que tenía. Estuvimos hablando y charlando de todo lo que habíamos disfrutado las vacaciones de verano. Todo iba bien, estaba siendo un gran día, hasta que mi bisabuelo empezó a sentirse mal. Se agarraba el pecho y el brazo y cayó de bruces en el suelo, según dijo mi tío,
que era médico, le había dado un infarto. Todos estábamos muy asustados cuando la ambulancia se lo llevó, mi abuela Teresa que es la hija de Manuel, mi bisabuelo, se fue con él en la ambulancia. La familia entera acompañó a mi bisabuela a su casa. Algunos se quedaron con ella a dormir, ya que la memoria le fallaba y en mitad
de la noche se podría asustar al ver que su marido no estaba allí.
Pasaron dos semanas y mi bisabuelo seguía en el hospital. Habíamos hecho turnos y horarios para saber quién se quedaría esa noche en el hospital con el bisabuelo y quien se quedaba el día con mi bisabuela María. Aquel fatídico día me tocó a mi y a mi madre ir al hospital. Me lleve el móvil porque supuse que me iba a contar otra historia. Nada más entrar a la sala, mi bisabuelo nos vio a los dos y quiso moverse para darnos un abrazo, pero estaba cansado y conectado a muchos tubos y líquidos que le impedían moverse mucho. Mi madre fue la primera en darle un abrazo y
después me tocó a mi. He de admitirlo, tenía miedo, miedo de que a mi bisabuelo se le pudieran complicar las cosas más de las que las tenía; miedo de que no pudiera volver a ver a Maria; miedo de que no pudiéramos despedirnos como es debido de él; o miedo de que no hubiéramos sido una familia lo bastante unida como él siempre quiso. Me dijo al oído uno de sus chistes malos para tranquilizarme. Él era un adivino de las emociones, siempre sabía que te ocurre o que te rondaba la cabeza, por eso siempre tenía las palabras adecuadas para decirte.

La visita duró dos horas. En todo ese tiempo estuvimos hablando y le contamos al bisabuelo como estaba su mujer. Hablamos de política y del testamento, esto último no me gusto nada, hablar de eso era como si mi bisabuelo creyese que le faltaban días de vida. Eso me horrorizaba, pensar en un mundo sin los consejos de mi bisabuelo sería una vida muy triste. Él siempre bromeaba de que ya no hacía falta en este mundo y que sus días deberían estar ya contados por Dios para llevarle a otro mundo, completamente distinto y maravilloso, pero sin su familia. La visita terminó, mi madre y yo ya estábamos listos para irnos, solo faltaba que mi madre cogiera el bolso para poder irnos. Mi bisabuelo nos mando un beso de despedida y nos dirigimos a la salida. Los enfermeros nos despidieron muy
amablemente y educados.
Ya llegando a casa, a mi madre se le había olvidado que esa noche teníamos una comida familiar. A mí no me apetecía ir, no quería ir a una fiesta familiar sin el recurrente anfitrión. Pero hice un esfuerzo por mi bisabuela, que había pasado una semana sin su marido. En aquella fiesta apareció toda la familia, todos estábamos dando apoyo a mi bisabuela Maria y a mi abuela Teresa por lo que le había pasado al bisabuelo. Todos comían, jugaban o charlaban. menos yo, yo no podía disfrutar de la fiesta sin mi bisabuelo que me hacía compañía. Yo no era muy sociable ni hablador, tenía problemas en el instituto, pero con mi bisabuelo, yo podía ser la persona más abierta y habladora de todo Alcalá, puede que de toda España, pero hoy, yo era la persona más cerrada y callada de todo el universo. Mi madre me animaba a jugar con mis primos, pero yo me negaba rotundamente. Mi espacio estaba reservado para mi y mi bisabuelo, a veces mis padres, pero yo no podría vivir sin mi bisabuelo. Ya finalizando la comida, mi abuela se me acerca y me pregunta si me gustaría ir a dormir a su casa. Siempre, los sábados, mi abuela me ofrecía quedarme en su casa, y yo normalmente aceptaba, ya que su casa estaba muy cerca de la de mis bisabuelos. Pero esa noche era distinta, mi bisabuelo no estaría a la mañana siguiente en su casa, y tendría que aburrirme en su casa viendo la televisión. Pero me convenció diciendo que cocinaremos algo los dos juntos para llevarlo al hospital y que mi bisabuelo lo probara. Iba a ver a mi bisabuelo, y cocinar con mi bisabuela, eso sería una mañana redonda. A mi y a mi abuela nos encantaba cocinar, y más si era para que alguien lo probara. Mi abuela y yo habíamos cocinado de todo, desde una pizza, hasta un solomillo Wellington. En vez de ir a mi casa con mis padres, mi abuela me llevó en su coche a su casa. Mientras me duchaba, peinaba y secaba mi pelo, a mi abuela le dio tiempo de preparar la cama y plantear la cena. Le ayudé a preparar la tortilla de patatas y el revuelto de verduras con queso. He de admitir que todo a mi abuela le sale delicioso. Nunca se pasa de sal ni se que corta, todo lo que cocina está al punto perfecto. Una vez ya cenamos, mientras mi abuela fregaba, yo comprobaba que tenía todo para cocinar mañana. Íbamos a cocinar una paella y unas sardinas fritas, esa era la comida preferida de mi bisabuelo. También le compramos unos juegos de mesa para que jugara con la gente que le fuera a visitar, así no sería tan aburrida la estancia en el hospital.
Nos acostamos sobre las doce de la noche, pero yo me dormí sobre la una y media, ya que estuve viendo la tele y al quitarla sobre la una menos cuarto no podía dormir por los ronquidos de mi abuela. A la mañana siguiente, me desperté sobre las nueve y media de la mañana, mi abuela aún no se había despertado, así que hice mi cama
y preparé el desayuno para los dos. Tardé unos cinco minutos en preparar el zumo pero tardé bastante más en preparar las tostadas y los chilaquiles, que son una comida mexicana que aprendió mi abuela a hacerla en su viaje a la ciudad de México en el dosmil. Tengo muy buen recuerdo de cuando yo era pequeño y me enseñó a hacerlos, desde entonces, siempre que estoy aquí, le preparo a mi abuela un plato, para que reviva buenos momentos. Mi abuela no lo está pasando muy bien desde que mi abuelo Manuel murió el año pasado, no me imagino como lo debe de estar pasando ahora que su padre está en el hospital.
Mi abuela se despertó muy tarde, pero eso me permitió terminar el desayuno y preparar la mesa. Al bajar, mi abuela se quedó perpleja y conmocionada. Desayunamos tranquilamente, hablamos y empezamos a preparar el plato que le
íbamos a llevar a mi bisabuelo. Estuvimos preparando el plato durante unas horas, haciendo tiempo para que cuando terminemos serían las horas especiales de visita al hospital. Nos preparamos en poco tiempo para no llegar tarde al hospital y tardamos media hora en llegar al mismo.
Cuando llegamos, los enfermeros nos recibieron con gran tristeza, yo no quería ponerme en lo peor, pero era lo que parecía. Los enfermeros nos llevaron a una sala con el médico que estaba encargado de mi bisabuelo. Nos hizo sentarnos y nos dio la peor noticia que yo pude oír en mi vida. Nos dijo que hace una hora, Manuel había muerto. En ese momento sentí que mi corazón se paraba, mi mundo se reducía a un espacio blanco sin nadie, ni nada, ni un ruido, solo mi corazón latiendo. Tenía ganas de gritar, huir y encontrar a mi bisabuelo en casa y ver que todo era
una broma pesada. Cuando salí del trance, vi que mi abuela estaba llorando, más fuerte de lo que nunca había visto a nadie. Al verlo, mi corazón se paró por un instante, me giré y abracé a mi abuela, tan fuerte que creo que la deje sin
respiración.

El médico nos dijo algo que nos hizo el mal trago más suave, nos dijo que sentía mucho la muerte de Manuel, que solo estuvo allí una semana y a cada enfermero o médico que estaba allí con él le daba un consejo. Nos dijo que a él le ayudó con un asunto de conflicto con su hija, y que le agradece mucho las palabras sabias que le dejó. El médico nos ayudó a contactar con la familia y darles la terrible noticia de que nuestro bisabuelo había abandonado este plano de la existencia. Hubo personas que colgaron nada más oír esta noticia y hubo otros que les oímos llorar a moco tendido. Había gente que se lo tomaba con enfado, porque creen que los médicos no habían querido esforzarse en ayudarlo y otros que lloraban tristes porque no iban a volver a ver al jefe de la familia y no pudieron despedirse. En conclusión, creo que todos lo mismo, un vacío en el corazón y en el alma.
El funeral sería en unos días y teníamos que preparar todo para ese día. Yo no quería que llegara ese día, porque significaba que ya mi abuelo se había ido, yo no quería aceptarlo. Mi madre llegó al hospital tan rápido como pudo para recogernos a mi abuela y a mi. Yo fui en el coche de mis padres y mi abuela en su coche pero conducido por mi padre. En el coche, reinaba el silencio, la tranquilidad, y la pena. Al llegar a mi casa, me encerré en mi cuarto con la esperanza de que las sábanas y mi cama me absorbieran. Pasé todo el día en mi cuarto, solo salí para coger comida o ir al baño. Estaba desolado, sentí que mi corazón lloraba a la par que latía. Esa noche no pude dormir, me sentía como una piedra. El día siguiente fue igual, yo en mi cuarto, y mis padres preocupados por mí, intentando darme charlas y ánimos para seguir adelante a pesar de esta pérdida, pero cada vez que salía una palabra de su boca, mi mente desconectaba y apagaba el sentido de la audición.
Ese día, tampoco pude dormir, ni el siguiente, ni el siguiente a ese. Mis padres ya estaban empezando a preocuparse más de lo que estaban antes. El día anterior al funeral tampoco pude conciliar el sueño, pensaba que mañana, mi abuelo se habría ido de verdad. Pero esa noche, era distinto, sentí otra vibra en mi cuarto. No supe como, pero me había dormido. Pero algo más era distinto, no tenía un sueño normal, como una historia, solo había una sala blanca con ventanas. En ese momento, una silueta apareció de la nada en la habitación. Tardé un instante en darme cuenta de quien era, mi bisabuelo. Corrí tan rápido como una bala para llegar a abrazarlo, no le quería soltar por nada en el mundo, ni aunque me pagaran millones de euros. Le pregunté qué hacía aquí, en mi sueño y me dijo que quería
enseñarme una cosa. Primero fuimos a una de las ventanas, el simple hecho de que nos hubiéramos puesto delante hizo que se encendiera una luz en el interior de la ventana. De repente, una imagen emerge de la ventana. Se ve un pueblo con mucha belleza, árboles por doquier. Había niños jugando en las calles con una rueda y unos palos.

Le pregunté a mi bisabuelo, “¿qué era ese sitio?, ¿quiénes eran aquellos niños? y ¿por qué pasaba esto?” Mi bisabuelo me respondió riendo que esa era una de las escenas de su vida, ya que me quería mostrar parte de la gran y afortunada vida que tuvo. Vimos una escena de su primera celebración de cumpleaños, él tenía diez años y su familia había ahorrado mucho dinero para poder comprarle una peonza. ¡Él se veía tan feliz por aquel simple juguete! Su fiesta no era mucho, aparecía un pastel que había hecho su abuela y un potaje para la celebración de su cumpleaños. Él parecía el niño más feliz del mundo. Además vimos su primer noviazgo, que fue con mi bisabuela, estuvieron un año juntos, pero después, mi abuelo apareció en la “mili”. Allí, también tuvo una novia, pero al volver de la “mili” se quedó con mi bisabuela. Vimos una época en la que mi bisabuelo y mi bisabuela vivían en una casa cerca del río, y que cada vez que subía el nivel del agua, la casa se inundaba, y mi bisabuelo junto a mi bisabuela, cogían sus zapatos y se sentaban en el techo de la asa. Vi también su boda, se les veía tan felices. Toda la familia estaba allí, sus padres, abuelos, tíos, primos, hermanos, sobrinos, y amigos cercanos. Fue muy divertido ver a gente que yo conocía y verlos de jóvenes. Vi a mis bisabuelos bailar, se les veía tan felices, tan enamorados, fue súper tierno ver ese recuerdo. También contemplamos una broma que gastó mi bisabuelo a sus compañeros de habitación en la “mili”, diciéndoles que Franco había enviado naves con bombas al centro para ver si los aspirantes a soldados estaban preparados para un ataque. La reacción de sus compañeros fue tronchante, salieron de sus habitaciones para alertar al edificio entero. Pero cuando todos ya estaban despiertos por las alarmas de los compañeros, mi bisabuelo les dijo que era una broma, sus compañeros tenían cara de querer matarlo y por la broma, el general les hizo correr la noche entera alrededor del bosque que había al lado.
Llegamos a la parte de cuando nació mi abuela Teresa. Nunca me imaginé que vería a mi abuela tan risueña y feliz de tan pequeña. Fue un momento mágico ver esos recuerdos de la vida de mi bisabuelo. Cada vez que cambiábamos de ventana salía un recuerdo distinto, no necesariamente en el mismo orden cronológico. La vida de mi bisabuelo era fascinante. Siempre estaba dando consejos a todas las personas de su alrededor, podría ser hacia un familiar o simplemente hacia la persona que estaba delante de él en la fila del supermercado. Fue un hombre que daba amor y buenos consejos con la esperanza de que fueras por el camino correcto.

“¿A qué viene este bisabuelo?” pregunté. Yo no sabía el verdadero motivo por el que mi bisabuelo estaba haciendo esto. Era muy divertido y nostálgico, además de poder pasar tiempo con mi abuelo después de fallecer él. Pero me dijo con una amplia sonrisa y ojos de alegría. “Para que entiendas que no hay por qué tener miedo a la muerte, ya que todos tenemos una vida digna, y ese es el precio por ella. por eso es importante dar un sentido a cada día de tu vida. para que cuando pagues por el regalo, no sea una estafa”. Yo la verdad es que lo entendía. Mi abuelo se
despidió de mí y me desperté, ya era por la mañana y ese día era el funeral de mi bisabuelo. A diferencia de los otros días, me levanté de la cama y desayuné en el salón. Mis padres estaban orgullosos de que ya se me hubiera pasado la etapa de negación. Mis padres me preguntaron el motivo de mi estado de ánimo de hoy. Les dije que ya no sentía tristeza por la muerte de mi bisabuelo, ya que él murió en paz y había tenido una vida digna. Mis padres no podían creer lo que escuchaban. Me dieron un abrazo y se empezaron a preparar el desayuno.
Todos, después de desayunar, nos metimos en nuestros respectivos cuartos para vestirnos para el funeral. Mi madre se vistió con un vestido negro, con accesorios blancos. Mientras que mi padre con un esmoquin negro y azul oscuro. Yo en cambio no quise ir de negro, ya que mi bisabuelo odiaba el negro, decía que era un color muy triste y apagado. No quería acudir a su funeral con un color que no le gustara a él, así que me vestí con una camisa blanca con puntos azules y unos pantalones también blancos. Recogimos a mi bisabuela, y a mi abuela Teresa.
Al llegar al cementerio, toda mi familia llegó desconsolada a sus asientos. Al comenzar el funeral, mi bisabuela dio un discurso de esperanza dirigido a Dios, diciendo que cuidara de su marido hasta que ella llegara allí. Mi abuela Teresa también dio un discurso con el que todos nos sentimos mejor. El cura preguntó si alguien más quería mostrarle sus respetos al señor Manuel Fernández. De repente, se vio una mano entre los allí presentes, la mía. Me levanté y llevé conmigo el cuaderno que transcribí con los consejos del bisabuelo.
“Hola a todos, quería decir unas palabras en nombre de mi bisabuelo, empezando por, no estén tristes, sé que suena algo absurdo después de lo que ha pasado pero piénsenlo, ustedes creen que por estar tristes le mostramos respeto a los difuntos, yo no lo creo. Si fuera yo, me sentiría mal, porque mis seres queridos lo están pasando mal y yo no puedo hacer nada por ellos. Creo que nadie quiere que Manuel Fernández se sienta culpable por descansar de todos estos años. Además, la vida de Manuel ha sido una maravilla, se casó, tuvo una infancia con apoyo y cariño,
tuvo hijos con los que compartir su sabiduría, a su vez con sus nietos, y bisnietos. Además, no faltaron risas. Creo recordar que los amigos de la “mili” están entre nosotros. Él me contó que en una broma de las suyas, os hizo creer que Franco iba a bombardear el centro. (Todos se empezaron a reír) Y seguro que hubo más bromas. Lo que importa es que sí tenéis permitido echar de menos al bisabuelo, pero no hagamos que el sienta pena por nosotros, algún día, volveremos a ver a Manuel, con la misma sonrisa, el mismo horrible corte de pelo, y con la misma fuerza al abrazarnos. Ahora quiero que oigáis uno de sus consejos que me dio: “Te estaré esperando con los brazos abiertos, puedes aceptar que me veras pronto, o puedes buscar para no encontrarme” Así que, aceptemos que no está ahora pero que el adiós no es para siempre”
Regresé a mi sitio y allí estaba mi bisabuela para darme un abrazo mientras me decía al oído: “Bien hecho Manuel, el bisabuelo estaría orgulloso”. Yo también lo creía, eso esperaba yo, necesitaba saber que mi abuelo estaba allí presente, así que dije en mi cabeza: “Bisabuelo, si estás aquí, por favor haz algo que anime el ambiente”. Pasaron unos minutos y creí que no estaba aquí, pero de repente en los altavoces del micrófono salió la canción favorita de mi Bisabuelo, “Estrella blanca” En ese momento supe que mi bisabuelo estaba presente en su propio funeral y no
en el ataúd, si no en forma de espíritu para animar la fiesta.
Volvimos a casa todos un poco menos deprimidos de como llegamos. La familia cercana nos quedamos en casa de mi abuela Teresa para almorzar, mi abuela preparó un festín entero para todos. Todo estaba delicioso. Estuvimos bailando y jugando todos juntos. Ese día yo si era sociable con mis primos. Toda la familia jugamos al jenga, a la oca, al escondite y al juego favorito de mi bisabuelo, el ajedrez. Hicimos un campeonato y ganó mi tío, pero yo quedé en segundo puesto. Aquel día me lo pase genial. Y este fue el día que me cambió la vida, mi forma de percibir a mis seres queridos, mi forma de percibir la muerte, mi forma de reaccionar a la pérdida. Espero que aprender de esta historia te ayude a afrontar mejor la pérdida y la injusticia y que tu regalo no venga defectuoso».

EL DOLOR DE MATEO, escrito por La Flor.

Capítulo 1 : UN EXTRAÑO SENTIMIENTO DE PAZ

Se despertó y ya estaba el sol fuera, esos tres primeros segundos tras despertarse fueron los mejores. Y justo después se acordó de todo lo que había pasado, ese recuerdo hizo que volviera a sentir lo que había sentido hace un año. Porque sí, todo había ocurrido hacía justo un año. Un día que empezó relativamente bien y después todo se torció, un día que pensó iba a ser el mejor de su vida y que terminó siendo el peor. El día en que se lo arrebataron todo tan rápido que no pudo darse cuenta hasta días después de que todo lo que había pasado era real y que no podía hacer nada para cambiarlo. ¿Qué podía sospechar él de que todo ocurriría ese día sin poder darse cuenta de nada, de que se lo arrebatarían todo y no podría hacer nada al respecto?

Sin embargo, todo ocurrió y él ya no podía arreglar nada… A pesar de ello, seguía despertándose cada noche pensando en sí podría haber hecho algo. ¡Ojalá! -pensaba cada vez que se despertaba- que esa llamada no hubiera tenido que llegar nunca. No obstante llegó y justo entonces estaba a punto de abrir el que pensaba sería el mejor regalo que hubiera recibido nunca, pero tras esa llamada nunca más volvió a tocar lo que había dentro de la caja y pensaba que jamás lo volvería a tocar; sentado en la cama de su cuarto tuvo por primera vez en mucho tiempo el deseo de abrir esa caja y tocar el piano, porque ese era exactamente el regalo que con tanta ansia esperaba recibir ese día. El día en que recibió la llamada diciéndole que sus padres ya no volverían nunca más a casa, que ya nunca podría volver a abrazarlos, que ya nunca los iba a volver a ver. Y así con ese nuevo pensamiento salió de su cuarto y por primera vez en mucho tiempo tomó el pasillo a la izquierda yendo hacia la escalera que conducía al desván y subiendo esa escalera sintió por primera vez un extraño sentimiento de paz, sentimiento que sería el primer paso para vencer todos sus miedos y dejar atrás todos sus malos recuerdos para dar paso a los nuevos que más pronto que tarde crearía. Pero, claro, eso aún él no lo sabía.

Capítulo 2 : EL DESVÁN

El desván de la casa de Mateo no era como los de las películas, no era oscuro pues había una gran ventana por la que entraba mucha luz, no estaba sucio pues su abuela se ocupaba muy a menudo de subir a limpiarlo entero. Bueno, entero no, pues había una parte que nadie se había atrevido a tocar desde el accidente, era el sitio en el que estaba el piano de Mateo. Él amaba la música, pero sobre todo amaba más que cualquier cosa en el mundo tocar el piano. El desván era muy grande, sin embargo nada más subir la escalera sintió como si una cuerda tirara de él hacia el piano, no tuvo ni tan siquiera que intentar buscarlo, era como si supiera exactamente dónde estaba. Mateo andaba pero no había ordenado a sus piernas que se movieran. Así, cuando quiso darse cuenta, estaba enfrente del piano como tantas veces lo había estado antes, no obstante aquella vez no fue capaz de sentarse a tocarlo, solo rozarlo le hacía recordar a sus padres. Estuvo varias horas allí sentado, hasta que escuchó que sonaba el timbre de la puerta. Será el cartero, pensó Mateo, sin embargo estaba equivocado minutos después la puerta del desván se abrió y entró su mejor amigo. Jorge iba todas las mañanas a su casa y siempre le repetía la misma pregunta ¿Quieres salir a dar un paseo? Y, aunque siempre recibía la misma respuesta negativa por parte de Mateo, él nunca se cansaba de intentarlo. Sin embargo, aquel día al verlo allí sentado llorando no le preguntó nada, tan solo se sentó allí a su lado. Pero inevitablemente la pregunta para la que Mateo no tenía respuesta llegó:

-¿Qué haces aquí?- le preguntó y la única respuesta que Mateo pudo darle fue:

– No lo sé- porque Mateo no tenía respuesta mejor que aquella, seguramente fuera porque realmente esa pregunta era la que también Mateo se hacía en su interior, sin encontrar respuesta alguna. Viendo su amigo la situación, le preguntó señalando al piano: ¿Me tocas algo?

Capítulo 3: EL PIANO

Mateo se sorprendió ante la pregunta de su amigo. Jorge era una de las únicas personas que sabían lo que había pasado, sabía la sensación de tristeza que le producía pensar en tocar el piano, pensar siquiera en rozarlo ya le rompía en mil pedazos el corazón. Así que le preguntó a su amigo:

– ¿A qué viene esa pregunta?-
Mateo no esperaba la respuesta de su amigo

– La única manera de que superes tu miedo, de que pases página y dejes atrás todo lo que pasó es enfrentándote a tu pasado, enfrentándote a lo que te hace daño. Ya es momento de que pases página, es momento de que dejes atrás todo y dejes a tu corazón que se cure, es el momento de que te perdones, pues tú no podrías haber hecho nada aunque hubieras querido.
Y así escuchando el consejo de su amigo se sentó en la butaca del piano y sintió cómo por todo su cuerpo corría una inmensa sensación de alegría, una sensación que no sentía desde hacía mucho tiempo. Esa sensación hizo que casi sin darse cuenta empezara a tocar el piano tocando la canción más bella que nunca se haya oíd, una canción que hizo que Mateo sanara su corazón y así casi sin darse cuenta Mateo se convirtió en una persona más fuerte, un niño que aquel día tocando el piano, tras haber vencido sus miedos se sentía capaz de todo, un niño que realmente era capaz de todo.

COMO EL HUMO, escrito por Veneko.

Algunas veces me hago muchas preguntas que no sé si  van a tener respuesta, porque es imposible, hasta ahora, entrar en la mente de las personas, aunque ya lo están experimentando…

Y algunas veces tengo miedo de que ocurran cosas que  no puedo evitar de ninguna forma, cosas que me matarían de dolor. Es tan doloroso ver sufrir a una  persona que quieres y saber que no puedes ayudarla, aunque quieras.

Siento impotencia al verla levantarse sin ganas de nada: ni de hablar, ni de comer, ni de vivir. ¿Pero qué es lo que le pasa? ¿Cómo puedo ayudarla?  Presiento, solo presiento, lo que pasa por su mente, pero no es la solución. No recuerdo bien en qué momento empezó todo, pero lo que sí recuerdo son los  momentos tan buenos que pasábamos juntos de pequeños , jugando, luchando, paseando con las bicis por el parque y merendando sentados en el césped del jardín.

Y sin motivo aparente, de repente un día empezó a vestirse de colores oscuros y oscuro se volvió su mundo, un mundo de oscuridad del que todavía no consigue salir.

El confinamiento no ayudó nada, todo lo contrario. El tiempo se le escurre entre las manos en ese maldito móvil que no suelta. Tengo que suplicarle que me hable y veamos aunque sea una peli juntos, porque pasar un rato con ella y hacerla reír, aunque sea un poco, es mi misión favorita cada día.

Hoy he tenido un sueño muy feo. He soñado que estaba dormido en mi cama y ella estaba junto a mí, mirándome con ojos vacíos y negros; yo me preguntaba por qué no se movía. Intenté cogerle la mano y la atravesé como si fuera humo, y aun así no se movía, quieta y sin hablarme. Se da la vuelta y empieza a caminar y yo me levanto de un salto y la sigo. Salgo de casa, camino hacia el río y allí en la orilla la veo tumbada, mirando al sol y yo me pregunto qué hace allí. Cuando me acerco ha desaparecido y me despierto de un salto totalmente asustado. Fui corriendo a comprobar si estaba bien, y casi me muero de felicidad cuando la veo dormida en su cama. 

A partir de ese día, el sueño se repite de otras formas, cada cual más aterradora. Estoy sentado en el sofá y, de repente, la veo pasar ante mí y sin mirar atrás se asoma al balcón y salta como si fuese un pájaro. Me levanto corriendo y me asomo temiendo verla abajo en el suelo, pero no hay nadie; entonces me doy la vuelta rápidamente para bajar a ver dónde ha ido y me la encuentro frente a mí totalmente ensangrentada, la intento abrazar y como la vez anterior la atravieso y se deshace como humo.

Otro día soñé que paseábamos por el parque y, de repente, se para y me tiende las manos para que la agarre, porque el suelo se la está tragando. Yo intento cogérselas para ayudarla, pero como siempre se me escapa como humo.

Ya no sé ni cuántos sueños macabros he tenido,  cada cual más horrible.  No sé si es mi miedo que se manifiesta en forma de sueños, pero la verdad es que necesito descifrar cuál es el significado. He decidido que a  partir de hoy voy a dormir con la webcam grabando a ver si puedo averiguar algo más al respecto.

Como cada noche he tenido otro sueño horrible, estábamos sentados cenando y, de repente, veo que su sombra se mueve, se dirige al espejo de la entrada y se mete dentro. Ella está quieta en la silla, no se ha movido; me levanto y voy al espejo a ver si veo la sombra y no hay nada. Cuando me vuelvo, ella no está en la silla; me vuelvo de nuevo al espejo y la veo allí, pero lejos; se aleja dentro del espejo, no mira hacia atrás, se aleja y se aleja. Me despierto sobresaltado y cojo la cámara, para ver lo que ha grabado, pero me quiero morir cuando empiezo a verlo. Estoy tumbado en la cama y ella entra en la habitación lentamente, se acerca a mi cama y se queda junto a ella, mirándome. Se agacha y me habla al oído, solo se va poco antes de que me despierte.

Sigo grabando varios días y pasa exactamente lo mismo. ¿Qué es lo que está pasando?  ¿Qué quieres decirme? La última noche soñé que estábamos caminando por un puente muy alto y se disponía a saltar, yo hago lo mismo, me agarro a la baranda y le digo :si saltas tú, salto yo. Se me queda mirando con una expresión tristísima, me coge de la mano y retrocede para  ponerme a salvo. Esta vez la mano no se deshace como humo, la noto de carne y hueso.

Cuando me despierto voy corriendo a ver la grabación y lo entiendo todo. Se acerca a mi cama y empieza a hablarme al oído como siempre. De repente, veo como para de hablar, me mira con la misma expresión triste del sueño, me coge un momento  la mano y sale de la habitación.

A partir de ese día todo fue diferente. Empezó a sonreír más, me buscaba para ver una peli, comía con apetito y hasta se compró una camiseta amarilla. Lo que entendí por fin fue que ella me quería tanto, incluso más que yo a ella, que solo cuando vio que si a ella le pasaba algo yo no lo podría superar, hizo lo imposible por cambiar su situación.

Me parece mentira que haya pasado todo, es muy duro vivir con miedo continuamente y  parece que fue hace mucho cuando en realidad ocurrió solo hace unos meses, pero estoy muy contento. Parece que todo ha sido solo un sueño que se ha desvanecido como el humo.

DESCONOCIDOS, escrito por Nathan Drake

Comenzó un 1 de septiembre, cuando el aire aún llevaba el susurro tímido del verano despidiéndose. Clara caminaba hacia clase con el corazón lleno de expectativas y la mochila cargada de libros. Clara se había mudado hace poco a la ciudad y no conocía a nadie, se pasó todo el primer día sola escuchando música. Pero cuando estaba escuchando
su canción favorita le entró un poco de hambre así que se dirigió a la cafetería, se puso en la cola cuando un chico alto pasaba a su lado, y cruzaron miradas siendo simples desconocidos. se puso roja como un tomate al ver a ese chico, pero pensó: “a chicos como ese nunca le gustaría una chica como yo”
Clara fue directamente a su segundo día en el instituto (mientras desayunaba por el camino) decidida a hacer amigos. Cuando por fin llegó a su clase se dio cuenta de que había un chico alto sentado en una esquina al fondo de la clase. Con determinación, se acercó a la esquina donde él estaba sentado.
— Hola, ¿puedo sentarme aquí? —preguntó Clara tímidamente señalando el asiento vacío junto al chico.
Él levantó la mirada de sus apuntes y le sonrió amigablemente.
— Claro, adelante. Soy Alex, ¿y tú?
La chica, nerviosa pero contenta por dar este paso, respondió:
— Soy Clara. Acabo de mudarme a la ciudad, y no conozco a mucha gente todavía. Alex asintió comprensivo.
— Yo también soy nuevo este año. ¿Te gustaría unirte a nuestro grupo durante el almuerzo? Seguro que te sentirás más cómoda.
Clara aceptó la invitación, y durante el almuerzo, conoció a otros chicos del grupo de Alex. Pronto, se dio cuenta de que todos eran amables y acogedores. A lo largo de la semana, Clara se integró más en el grupo, compartiendo risas y experiencias. Alex llevaba consigo la carga de adaptarse a un entorno completamente diferente al que estaba acostumbrado. A pesar de su estatura imponente, Alex era un chico amable y cálido. Estudiante comprometido, se esforzaba por destacar en sus estudios y hacer nuevas amistades.

En las semanas siguientes, Clara y Alex se hicieron muy cercanos. Compartieron sus gustos musicales, hablaron sobre sus asignaturas favoritas y descubrieron que tenían mucho en común. Clara ya no se sentía sola en el instituto; tenía amigos que la apoyaban y aconsejaban.
Un día, mientras caminaban juntos después de clases, Alex le preguntó a Clara si le gustaría ir al “El festival de las rosas» que se celebra todos los años para dar comienzo a la primavera.
—¡Claro! —respondió Clara, emocionada—. Será genial.
A medida que el tiempo pasaba, Clara aprendió que las apariencias a veces podían engañar, y que los chicos como Alex sí podían interesarse por una chica como ella. La amistad que comenzó con un simple cruce de miradas se convirtió en algo más profundo. Asistieron juntos al concierto y después disfrutaron de un romántico picnic en el parque, entre árboles adornados con velas y rosas. Compartieron risas y una deliciosa comida, culminando la velada con un beso bajo la luz de la luna y contemplando las estrellas.
Aunque no todo era color de rosa, A medida que el tiempo avanzaba, Clara y Alex se encontraron enfrentando a discusiones diarias que se volvieron más frecuentes e intensas. A pesar de sus esfuerzos, la brecha entre ellos se ampliaba, y la chispa inicial que encendió su romance parecía apagarse. Clara se sentía confusa, no sabía qué le pasaba, ese chico alto que tanto le gustaba y que hacía que su corazón se pusiera a latir como si se le fuera a salir el pecho, terminó no conectando con ella. Por otro lado, Alex estaba preocupado por el futuro de la relación, y frustrado por no poder encajar tanto como le gustaría con Clara.
Al final, ambos decidieron que lo mejor sería dejar la relación, aunque este camino sería doloroso al principio, se llevarán con ellos las experiencias vividas y el desarrollo personal adquirido.
Clara en su descanso del instituto pensó que sería buena idea ir a la cafetería para desayunar, por su lado pasó un chico alto y cruzaron miradas siendo simples desconocidos.
La vida continuaba, llena de encuentros y despedidas, pero las experiencias compartidas dejarían una huella imborrable en sus corazones.

RELATO ZOO-ILÓGICO, escrito por William Minerva.

-Ya que insistís tanto, os voy a contar una anécdota más que interesante:

“Todo comenzó cuando fui a hacerme la manicura al centro del pueblecito donde vivía. Las nubes corrían en busca del horizonte, que se alejaba por cada paso que yo daba. La gente parecía divertirse; era el día del amor, era San Valentín… Llegando al establecimiento en cuestión, noté algo raro; una presencia inerte que me observaba cual felino desde las sombras. No quise girar la cabeza, pero sabía, estaba segura de que había algo que vigilaba mis pasos. Continúe andando y entré en el establecimiento.
Cuando me disponía a pagar a la amable dependienta, hurgando en mi bolsito en busca de mi cartera, entró alguien por la puerta. Alguien que yo conocía. Era mi exnovio. Iba encapuchado y con todo el cuerpo tapado por una gabardina negra como el tizón. Solo pude discernir sus ojos, supe instantáneamente que era él. Había algo raro en su mirada; sus pupilas alternaban formas esféricas y lineales como si de una danza se tratara.

-“Sempronio” dije yo, esperando algo, no sé el que, como respuesta.

Él se quitó la gabardina, dejando ver su cuerpo desnudo. La dependienta y yo soltamos un grito, aunque nos quedamos paralizadas ante lo que vimos: tenía torso de toro y patas de ciervo; sus ojos eran de felino y su cabeza de buitre; en lugar de brazos tenía alas de pingüino y como emate final, de su cabeza sobresalían dos cuernos de alce diminutos.
-“Es una larga historia” dijo él.
La dependienta, por petición mía, cerró la tienda y nos dejó el trastero para que hablásemos. Nos sentamos en el suelo y me contó su fatídica historia.

-“Un día me desperté y en lugar de piernas, tenía patas” me contaba Y así siguió la inexplicable transformación. Me contó que comenzó a sufrir las mutaciones poco después de que yo rompiera con él.

-“Cuando me dejaste, intenté cambiar…Pero tú ya sabes todos los problemas que tengo”.

La verdad es que Sempronio tenía muchos problemas: se crió con su padre porque su madre los abandonó; la primera pareja que tuvo le fue infiel; siempre ha querido ser oculista, como su padre, pero sus malos resultados en el instituto se lo impidieron; su padre siempre fue muy duro con él, desde pequeño… Todo eso llevó a que, cuando yo le conocí, fuera una persona prepotente, irascible y en busca de formas para inflar su ego.

-“De verdad, cambié… Saqué todos mis demonios, todos mis animales fuera…” me decía.

-“Demasiado fuera” dije yo.

Me miró serio y soltó una gran carcajada. Nos quedamos callados, pensando, un momento, hasta que yo dije:
-¿Y porque has venido?

-No se me ocurría nadie mejor a quien acudir; tú eras muy buena resolviendo problemas- Me sorprendía cuanto había cambiado- Quizás hay alguna forma… no sé… de meter todos mis problemas de vuelta a mis adentros.

-No sé la verdad… – dije aprensiva.

Los dos nos quedamos mirando una revista donde una modelo aparecía muy maquillada. Al lado suya había un texto que ponía “¡No tengo ni un problema!”
-Qué perfectas son algunas vidas…- dijo Sempronio, con aire taciturno.

-Una vida perfecta puede surgir ignorando los problemas o plantándoles cara. Y creo que esa tía no ha afrontado un problema en su vida- Él volvió a soltar una carcajada, que cada vez, me parecía mas similar a como se reiría un caballo.

-¿Cómo te va? – dijo, poniendo sus atentos ojos felinos en mí.

-Bien… – No sabía que responder, la que era mi pareja se había largado de casa sin decir nada. Todavía no se lo había contado a nadie. – La verdad es que…
La puerta del trastero se abrió, asomándose por ella la dependienta.

-“Chica, yo me voy ya, que la Luna me llama, cierra tú ¿vale?” dijo, mientras me guiñaba un ojo. Cerró la puerta y se fue.

Sempronio y yo continuamos hablando; le conté mis problemas y él a mí los suyos. Nos reímos, sonreímos, sollozamos y nos dimos abrazos de consuelo.
De repente, Sempronio comenzó a mirarme la cabeza fijamente, con cara de incredulidad.

-“Ay mujer… ¡Qué te han salido orejas de cervatillo!” dijo. Yo no me lo podía creer, así que salí corriendo hacia la recepción para mirarme en el espejo que había allí. Efectivamente tenía orejas de cervatillo.
-“Parece que decir tus problemas te hace un animal”-dijo Sempronio mientras se reía.
-“No, mis problemas se materializan en animales… Me dejaron abandonada ¡Como a un cervatillo!” dije yo, como si hubiera descubierto el sentido de la vida.

-“¡Eureka!” dijo Sempronio “Mi sueño frustrado es ser un oculista…”. “¡Por eso los ojos de gato!”- dije yo, creyéndome Poirot. Ambos nos reímos durante un largo rato.
Cuando nos disponíamos a irnos, mientras él se ponía la gabardina, una mujer nos vio a través del escaparate. Iba vestida de forma… extravagante; era una prostituta. Se quedó allí quieta, mirándonos, mientras el humo de su cigarro danzaba alrededor de su cara. Él se escondió instintivamente, pero yo, en cambio, fui a abrir la puerta para que nos viera, para que nos observara. No tenía miedo.

-“Sempronio, sal” dije yo. Él, dando pasos lentos salió, resguardándose en su gabardina.

La prostituta se acercó hacia nosotros. Tenía andares curiosos y unas botas rosas como el carmín de las princesas.
Cuando se acercó lo suficiente nos dijo:
-No os preocupéis eh… Que yo, Amparito de Valderrama, he visto más animales que veces el sol. Pero vosotros… vosotros sois otro tipo de animal; sois animales valientes, que afrontan la desgracia. ¡Cómo debe ser! No sois ni cobardes ni pecáis de avaricia.
-Gracias…- dijimos los dos avergonzados, mientras sonreíamos. Por lo menos en mi caso, nunca me habían dicho algo así.
-Pero que no temáis eh…- dijo Amparito- que lo de ser animales, se os quita… se os quita una vez que aceptáis los problemas. Que la cosa está en aceptarlos no olvidarlos, nena- los dos nos reímos- Y ahora iros de aquí, que la Luna se come a los sinceros de corazón…
Los dos nos fuimos mirando a Amparito alejarse con sus curiosos andares.

-“Te acompaño” dijo Sempronio.

Yo accedí. Las estrellas tintineaban como si nos felicitaran. Cuando llegamos a la puerta de mi casa, tras darnos un largo abrazo de despedida, yo le dije:
-No sé si te has dado cuenta, pero… ya no tienes ojos de gato- Me di cuenta hace un rato, sin embargo, no quise decírselo hasta que nos despidiéramos.
-¿En serio?- dijo él. Yo asentí- Supongo… Su…Supongo que… ¡Supongo que la cosa está en aceptarlos no en olvidarlos, nena! – Yo me reí a carcajadas mientras él seguía imitando los gestos que Amparito había hecho.
Antes de irse, se me acercó al oído, teniendo cuidado de no darme con sus diminutos cuernos de alce. Me susurró una frase al oído, que, por privacidad de la narradora, o sea yo, no voy a contaros.

Mientras se alejaba me quedé pensando en lo que me había dicho, ensimismada; y es que hoy en día sigo pensando y acordándome de ese día, de San Valentín. Para mí, no es un día donde se ama; es un día para aceptarse a uno mismo, para dejar aflorar a tus animales y a tus demonios y abrazarlos en la alegría de los sollozos; es un día en el que se escuchan frases que no volverás a escuchar nunca, frases especiales, inigualables y únicas para cada persona, que hacen a cualquiera, amarse un poco más en este loco zoológico de animales reprimidos.”

-¿Os ha gustado?

ÁMBAR, escrito por Hannah Pugliese

Hola, mi nombre es Ámbar, mis padres me llamaron así porque en mi familia el ámbar siempre ha sido muy especial. El ámbar es una piedra formada a partir de la savia fosilizada de un árbol que existió hace millones de años. Gracias a este la ciencia ha podido averiguar cómo era la vida en esa época. Además, dicen que tiene
propiedades curativas y energéticas. Fuera de lo que he dicho antes, el ámbar es una piedra que me parece muy bonita por sus colores cálidos combinados con su transparencia tan única. Para mí esta piedra tiene un significado muy especial, porque me recuerda a mis raíces, a lo que yo más amo, mi familia y mi tierra.

Nací en La Búcara, Santiago. Es un municipio ubicado en la cordillera más alta de toda la isla y del Caribe. Mi papá, José, trabajaba en la mina de mi pueblo, al igual que lo hicieron mi abuelo y mi bisabuelo. Un hombre cariñoso, humilde y bastante trabajador. Mi mamá, Yanira, nos cuidaba a mí y a mi hermana melliza Claribel. Ellas son amables, tiernas y unas grandes luchadoras.

Yo vivía en una casita de madera pintada de azul. Tenía dos dormitorios y un salón que también era la cocina. En el salón teníamos una foto de la Virgen de la Altagracia con una velita que siempre estaba encendida. Nuestro baño era el patio. El agua que venía de la montaña, con ayuda de una manguera, la guardábamos en tanques para usarla luego. Todas las paredes del interior de la casa eran también azules. El patio poseía plantas de todo tipo: plátanos, mangos, aguacates… y flores, muchas flores.

Todas las mañanas me despertaba con el olor del café recién hecho en la vieja greca de mi abuela materna. Desayunábamos todos juntos hasta que papá se despedía para ir a trabajar. Salía a las 5:00, regresaba para comer sobre las dos, se iba a la mina otra vez y ya volvía a las 20:00. Así era todos los días.

Trabajar en una mina es muy duro; son lugares muy peligrosos y se encuentran a mucha profundidad. En este trabajo los mineros ganan una miseria, mientras que los dueños de las minas se llenan los bolsillos de dinero vendiendo la producción a precios exagerados.

Nosotras nos organizábamos las tareas del hogar entre las tres, siempre había algo que hacer: fregar, lavar y tender la ropa, cocinar, podar el jardín… Cada día intentábamos hacer algo distinto. Ya por la tarde, al terminar todo, mi hermana y yo nos íbamos marotear. También jugábamos a la pelota con nuestros vecinos, nos íbamos a bañar al río o nos reuníamos todos los niños del barrio en casa de Doña Masiel, mi vecina de enfrente, para ver la televisión.

Mi vida era sencilla, algo monótona a veces, pero era muy feliz. Hasta que todo cambió.

Lo recuerdo como si fuera hoy. Eran las 22:15 y papá aún no llegaba. Era algo muy extraño de él ya que siempre llegaba a casa puntual. Estábamos muy preocupadas. De repente, apareció por la puerta siendo sostenido por dos compañeros de trabajo. Preguntamos inmediatamente qué había ocurrido y nos explicaron que tuvo un accidente en el trabajo, una piedra le había caído encima de la pierna derecha. Lograron levantar la roca, pero mi padre no podía ni pararse. Al ver la situación, mi hermana se fue corriendo a casa de Doña Masiel para pedirle que por favor nos llevase en su coche al hospital. Ella nos ayudó. Una vez allí se lo llevaron a urgencias, le hicieron un montón de pruebas. Tenía una fractura enorme en la pierna que se le había infectado. Tuvieron que extirparle la pierna.

A pesar del tiempo y los cuidados nunca mejoró. Estuvo hasta el final de sus días sufriendo por aquello. Antes de morir, me regaló un collar con una pieza de ámbar ovalada. Sus últimas palabras fueron: “Este collar te va a traer mucha suerte, así que, nunca te lo quites”. Así lo hice.

Una vez mi padre murió, mi madre tuvo que sacarnos adelante como pudo. A mis ocho años, nos mudamos a la capital. Era un mundo nuevo para mí. No conocía a casi nadie y había un montón de gente. Decenas de torres de pisos de lujo y centros comerciales. Nos quedamos a vivir en casa de una de mis tías durante varios años.
Yo nunca me quité el collar de mi padre.

Mi mamá comenzó a trabajar como limpiadora en casa de unos señores muy buenos, nunca recibió malos tratos por su parte y tenía un salario que no era mucho, pero si lo suficiente para ir ahorrando. Con estos ahorros pagaba cursos de estética. Su sueño era poder tener su propio salón de belleza. Mi hermana y yo empezamos a ir al colegio. Nos costó mucho adaptarnos, pero si algo teníamos claro era que con esfuerzo muchas cosas se pueden lograr. Con el tiempo todo mejoró. Nos mudamos a un piso para nosotras tres, mi mamá pudo hacer sus cursos y empezó a trabajar en un centro de belleza. A la vez que mi hermana y yo empezamos a ir a la universidad.

Con mucho esfuerzo, paciencia y dedicación (además compaginando los estudios con el trabajo), Claribel y yo logramos graduarnos e independizarnos. Ella lo hizo en administración de empresas y yo en filología hispánica. Ese mismo año mi madre pudo abrir su salón de belleza al que llamó “De Yanira’s saloon” y tuvo mucho éxito.
Hoy en día tiene varias sucursales en toda la capital. Mi hermana se casó, tuvo y hijos y es una empresaria muy importante en el país. Yo me he dedicado a escribir libros, viajar por todo el mundo y contar mi historia. Lo mejor, que nunca me he quitado mi collar de ámbar y no pretendo hacerlo jamás, porque esa piedra es un pedacito de mi padre que se ha quedado aquí conmigo para cuidarme.

Al final de curso, publicaremos también los relatos finalistas.

Departamento de Lengua y Literatura