Desde el primer día de este curso escolar, son muchos los alumnos/as que me han preguntado cuál es el motivo de mi sonrisa continua. Siempre he alegado causas y motivos que no faltan en grado mínimo a la verdad: la extraordinaria condición humana de mi alumnado; la profunda vocación que siento por el ejercicio de mi profesión; la existencia de unos compañeros/as que posibilitan la plena libertad docente con los primeros, mi alumnado.  Sin embargo, la motivación real de querer compartir mis posesiones dentales, que en gran valor las tengo, es el carácter simbólico que para mí tienen los pasillos que ando, paseo y, esporádicamente, corro. 

Son múltiples los autores que han visto en el carácter irreversible del camino-río la analogía de una vida que va topando con las inclementes chumberas y los inexorables cardos; que se va saciando de los palos reales y metafóricos de El árbol de la ciencia o de la vida; que se va agotando o colmando de la externa e incontrolable lluvia, bien sea por exceso o bien sea por alopecia – inexistencia – de la misma. No obstante, desde el balcón ocular de mis párpados, nada me parece que plasme mejor la pluralidad emocional irreversible que la realidad y verdad de un pasillo de instituto, auténtico Iter Vitae.

Ese lugar que transitamos y vivimos desde lo poliédrico de nuestras emociones, del miedo al amor, desde la liberación posclase a la claustrofobia de quien ostenta llegar a ella. Porque quién no ha sentido el movimiento sísmico que provoca el terremoto volcánico de una mirada que se mantiene en la eternidad de, al menos, un segundo; la ilusión temblona del contacto en un pasillo, que no es el que te corresponde; el miedo a quien no tolera la diversidad y se deconstruye en la inocencia de tu persona; la tristeza de un año escolar lleno de las presentes ausencias del pasado. Cómo se le va a imperar a un chiquillo/a que se meta para adentro, cuando exclusivamente se quiere participar del abanico-arcoiris de todas las emociones y sentimientos de cinco décadas de profesores y alumnado sostenidos en su espacio pasillo. El pasillo de todas las personas amalgamadas de todos los tiempos.  

Y, en tanto, cómo no me voy a sonreír por estos pasillos que tanta vida viva tienen. Pasillos-vida que se llenan de las personas, palabras y emociones de quienes lo recorren día a día, sin retorno.