por Virginia Pablos Castillejo 2ºBACH C 

Como ya sabéis, hoy es un día en el que experimentamos una sucesión interminable de sentimientos y emociones, que probablemente nos resulten imposibles de explicar. Aún nos quedan restos de la inquietud que nos ha acompañado durante estos días en Selectividad, pero también estamos desbordantes de alegría y alivio, porque nuestro esfuerzo ha dado sus frutos y hemos logrado todo por lo que hemos estado trabajando e invirtiendo tantas horas. 

Además, nos encontramos muy agradecidos por haber contado con la ayuda de todas las personas que nos han prestado su apoyo durante este camino tan largo. Ha sido una etapa dura, sofocante y difícil, pero hemos conseguido superarla con los mejores resultados posibles. Nada habría sido lo mismo sin vosotros. 

Lo primero de todo: gracias a los padres, por el apoyo incondicional y el frecuente cariño, que a veces no resulta precisamente agradecido. Habéis sido la voz de la razón en muchas ocasiones, y lo seguiréis siendo en adelante. Nos habéis dado lo más valioso del mundo: la oportunidad de vivir y las instrucciones para hacerlo. Gracias por los interminables consejos, los besos de buenas noches y vuestra infinita paciencia. Esperamos que este nuevo paso de nuestra vida os llene de felicidad y satisfacción, porque a pesar de nuestros constantes berrinches y muestras de rebeldía, uno de nuestros objetivos ha sido siempre que estéis orgullosos de nosotros. 

Gracias también a nuestros profesores, por ejercer su labor con admirable profesionalidad y por animarnos cuando lo dábamos todo por perdido. Vuestra extrema dedicación ha servido para enseñarnos muchas cosas más aparte de comentarios de arte, análisis sintácticos o tiempos verbales. Habéis implantado en nosotros la semilla de la confianza, de la iniciativa y de la madurez, que nos acompañarán para siempre y nos recordarán en todo momento lo mucho que os debemos. Hoy sois protagonistas también, porque nosotros somos la prueba de vuestro éxito. 

Mención especial a nuestros tutores, por su empatía y determinación. En especial a Saray, a la que tanto queremos y admiramos. Gracias por tu constante trabajo, por tener siempre alguna palabra reconfortante para tranquilizarnos en todos los momentos de estrés y por haber dedicado gran parte de tu tiempo a conocernos y aceptarnos. Este año has sido sin duda una increíble mentora y a veces incluso has tenido que actuar como madre para salvarnos de algún despiste. Ha sido un honor poder presenciar cada día tu incansable entrega y tu infinitas muestras de buena voluntad. 

Gran parte de nuestro mérito es también tuyo y por ello vamos a recordarte siempre. Has sido como un oasis en medio del desierto, como la calma después de la tormenta. Verte nos da tranquilidad y hablar contigo cada día ha sido el mejor ejemplo de terapia para aliviar la tensión durante este curso. Queremos que sepas que nos has servido de inspiración durante todo el último año y que seguirás siendo un gran referente durante la nueva etapa que nos espera. Nos alegra enormemente que te hayas cruzado en nuestros caminos y es genial saber que contamos con una gran amiga a la que siempre llevaremos en el corazón. 

Es precisamente a los amigos a los que vengo a referirme ahora. Muchos de nosotros nos conocemos desde esa tierna etapa de nuestra vida donde permitíamos que nos vistieran como quisieran y nuestra máxima preocupación era no llegar demasiado tarde a casa para no perdernos nuestro programa favorito. Esa fase de nuestra vida donde no conocíamos con exactitud el nombre de nuestros profesores, y los llamábamos simplemente “seño” o “profe”. Muchas de estas amistades han perdurado hasta ahora, pero muchas otras se han trazado durante nuestra etapa en el increíble instituto que nos acogió cuando teníamos apenas 11 o 12 años. 

A lo largo de estos seis últimos años, las paredes del Monroy han sido testigo de nuestras risas, llantos, bromas y otras ocurrencias que no voy a mencionar. Jamás

olvidaremos los momentos entre clase y clase, cuando salíamos al pasillo a buscar a nuestros amigos para comentar lo aburrida que nos había parecido la última lección de matemáticas o para presumir de un sobresaliente en sintaxis. Tampoco ha faltado la diversión dentro de las aulas, como cuando pedíamos de rodillas que nos hicieran un Kahoot para evitar avanzar temario o aquellas divertidas clases de historia del arte donde sacábamos a relucir todo nuestro potencial artístico (aunque no resultara precisamente atractivo). 

Sin embargo, no todo han sido buenos momentos. Casi a mediados de nuestra estancia en el instituto nos afectó la pandemia y nos convertimos inesperadamente en la generación del confinamiento, de las mascarillas, de las clases online y de los micrófonos que fingíamos no tener para evitar contestar a las preguntas que nos realizaban al otro lado de la pantalla. 

No obstante, fue durante esta época cuando muchos dimos nuestro primer acercamiento a la madurez, y las cosas comenzaron a ir realmente en serio desde entonces, porque nos esperaban los dos años más intensos de nuestra vida: el bachillerato. 

Estos últimos cursos nos han enseñado que no hay que temer a los momentos difíciles, porque de ellos salen siempre las mejores cosas. La importancia de aferrarnos a un objetivo es aquello que más nos ha servido para mantenernos firmes en nuestros deseos y es gracias a nuestra fuerza de voluntad por lo que estamos hoy aquí. Nuestra incansable entrega y nuestro innegable interés por tallar nuestro futuro nos hacen hoy merecedores de nuevas oportunidades que serán la clave de nuestro futuro. 

Lo que sinceramente no esperábamos era la cantidad de personas que íbamos a conocer durante toda esta experiencia. No hablo simplemente de amigos que se han vuelto inseparables, sino de profesores que han sabido ayudarnos y guiarnos de muchas formas. 

En mi caso, y hablando en nombre de todo el grupo de humanidades, ha habido una persona que se ha convertido en estos últimos años en un pilar base de nuestra vida: nuestro profesor de latín y griego: Antonio Ortiz. 

Jamás olvidaremos el día en que te vimos entrar a nuestra pequeña clase con tu maletín y tus libros bajo el brazo. En aquel momento, ninguno de nosotros te conocía en persona y todos habríamos jurado que eras un profesor de lo más común, sin nada de especial. Lo que nunca habríamos imaginado es que poco a poco te irías convirtiendo en uno de nuestros mejores amigos y en nuestro principal apoyo dentro del instituto. 

Gracias por llenar tus clases de música, cine, teatro, literatura, diversión, respeto y amor. Tú nunca nos has puesto barreras a la hora de decidir qué hacer con nuestro futuro, sino que nos has apoyado y aconsejado sin condición. Contigo no hemos aprendido simplemente a hacer análisis sintácticos en latín o a traducir a Jenofonte, sino que hemos luchado junto a Héctor y Paris en la Guerra de Troya, hemos acompañado a Leónidas en la famosa Batalla de las Termópilas y hemos viajado junto a Filípides hasta Atenas tras la Batalla de Maratón. 

Aunque no sabemos muy bien cómo, has conseguido unir de forma inexplicable los caminos de dieciséis jóvenes que han pertenecido a la misma clase, pero que hoy tienen el honor de sentirse casi de la misma familia. Tú nos has enseñado que lo más importante de esta vida no puede verse ni tocarse – e incluso tampoco puede estudiarse – sino que ha de sentirse con el corazón, cosa que hacemos cada día en tus clases y que no sabemos si volveremos a repetir con ningún profesor en los años venideros. Por todo, gracias. 

En este momento, todo lo mencionado forma ya parte de nuestro pasado, pero ha llegado el momento de vivir el ahora y aguardar con entusiasmo lo que nos espera. El futuro tiene muchos nombres. Para los débiles es lo inalcanzable, para los temerosos, lo desconocido y para los valientes es la oportunidad. Hoy todos formamos parte del último grupo.