Accedo al Instituto por el lateral izquierdo de su fachada principal. Y me reciben mensajes imprescindibles.

Recién despierto al quehacer de ordenanzas y madrugadores, el Monroy acoge los buenos días primigenios, educados, sinceros, esperanzados. Los aburridos, murmurados o silenciados logran colarse, pero de eso no van estas palabras.

Camino por las zonas de lo cotidiano, mientras miro, pienso  y siento: miro a la gente que suma, sonríe, crece y se esfuerza; pienso en todo lo que aportan y  me  emociona seguir disfrutando momentos eternos.  Veo silencios y oigo oscuridad que intenta atraparme, pero aquí no serán protagonistas.

Porque los pasillos interdisciplinares se confabulan a mi favor

Cualquier rincón es magia para los sentidos.

Converso con la inocencia, la madurez, las ganas y  la experiencia, para debatir, concienciar, pensar, expresar, sentir y disfrutar con pequeños y grandes logros; pasos que hacen camino, miradas, abrazos, susurros, agradecimientos… Los gritos, tropezones, desencuentros o  miedos  no caben en  estas líneas.

Por cada rincón del Monroy, aparecen ejemplos de verdad.

El segundo trimestre va llegando a su fin, con un maremágnum de acontecimientos y actividades extraescolares y complementarias.  Las dificultades o el tiempo robado tampoco los dejaré colarse ni en bambalinas.

Las paredes del Instituto me trazan un sendero, me muestran un horizonte, me arropan, me dibujan un futuro,…

Son la certidumbre de que todo espacio creativo me anima a  seguir descubriendo gente bonita en el Monroy. 

Mi deambular culmina y me despiden manos colaboradoras, símbolo de la simiente de la tarea educadora.

Isabel López-Cepero Salud, profesora del Instituto Cristóbal de Monroy.