Tal como dije en la primera entrega de esta serie, tan poco esperada como interesante a mi modesto parecer de copista fiel de la historia, comenzamos a transcribir lo consignado por un soldado anónimo de nuestra Guerra de la Independencia contra el pérfido Napoleón.

Las primeras páginas del legajo aparecen arrancadas y de algunos trozos de páginas, aún cosidos a sus hermanas, podemos leer palabras sueltas. Tales son “Gabriel”, “pastor, “…de Gallinejas”, “en un pueblo…” 

La primera página  legible tiene una gran mancha de tinta que oculta su comienzo, a lo que sigue:

”…en la taberna. Las noticias decían que los franceses habían sido derrotados en Bailén en el día de la Virgen del Carmen y un monje, que por allí había, comenzó una especie de sermón. Su lengua parecía pegada al paladar tal como tenía su mano pegada a su jarrillo de vino de Montilla. Sólo se podía entender de su sermón beodo que lo mismo que la Virgen del Rosario nos dio la gloriosa victoria en Lepanto contra los sarracenos, la Virgen del Carmen hizo derrotar a los impíos hijos del mayor de los demonios: el Napoleón. Toda la parroquia comenzó a dar vivas y alaridos; “¡doble ración de vino y chorizo!” -gritó un cosario de Mairena. En plena jerigonza, entró un panadero muy conocido en el pueblo y que llevaba una talega al hombro. A fe que por la forma de mirar a quienes estábamos en la taberna que buscaba a alguien. Yo seguía con mis quehaceres propios de mi trabajo, que era limpiar aquella taberna que más que taberna era porqueriza. Y fue entonces cuando sentí una mano que me agarró por el brazo que tenía libre, mientras el otro se afanaba en recoger lo que el monje beodo había derramado en el suelo. Y una voz dijo; “¡Éste, alguacil, éste es el transeúnte del que le hablé y que no acudió al alistamiento para el sorteo de los mozos!”. Y fue entonces cuando todo se me vino a la mente y mi corta inteligencia pareció desmerecer su poca valía al atar cabos.  Sabía que el hijo del panadero había sido agraciado con la papeleta de “soldado” en el sorteo que se había hecho el miércoles anterior pasado. Como yo no era del pueblo y estaba de paso pues… pero es aquí  donde quiero dejar para la posterioridad que no fue culpa mía, ni deshonrar quiero a la patria, pero el problema estaba en las ovejas que… (a partir de ahí la tinta se corrió en algún momento y apenas se puede leer lo que en ellas se dice, pero al parecer era pastor y algo no se qué pasó con las ovejas, un toro y un presbítero)

… Y como la ley así lo permitía, el alguacil que lo acompañaba, que  yo no había visto entrar junto al panadero, me agarró como si yo fuera una de mis ovejas y tal que así, me llevó a la cárcel para esperar el momento en que partiera a Sevilla junto a los otros ocho mozos del lugar que habían salido en suerte como soldados. Esa noche previa a la partida, no cruzamos palabra pensando en lo que nos esperaba. Pero en medio de la noche, entre la oscuridad, uno me dijo: “po tú, montañé, ar meno te va con eza talega llena de regañá”. Era este el pago que me dio el panadero por ir a la guerra por su hijo.

Continuará…