Me emociona seguir aprendiendo de mis compañeros, pues mantienen el entusiasmo en el oficio y trabajan por enseñar para la vida, a través de su participación en las numerosas iniciativas culturales y educativas de nuestro Centro. 

Disfruto del lado creativo del alumnado en tareas que son ventanas a sus talentos. Como muestra, he seleccionado algunas creaciones de mi alumnado de 4º de ESO en la Materia de Literatura. 

_Escribid lo que las musas os canten, partiendo de este título «Los martes en Marte», les indico. Y recibo trocitos de alma, como estos: 

De Lucía Pozo:

“_¿Alguna vez has viajado a Marte?” le pregunté seriamente a aquella elegante mujer, que me miraba atentamente.

Cuando era pequeña vivía con mi abuela y mi tío maternos en una casa pequeña bastante antigua. Mi abuela siempre me apoyaba y me daba ánimos para que estudiara, pero siempre me costó mucho concentrarme y hacer las cosas bien. No se metían conmigo ni nada por el estilo, pero siempre era desplazada.

Mi tío y yo nunca nos llevamos bien. Siempre me gritaba y me castigaba por todo, pero cuando más agresivo se ponía era cuando los profesores hablaban con él de cómo me iba en clase. A veces nada más llegaba de trabajar por las noches me castigaba y me pegaba, aunque no hubiese ocurrido nada nuevo, lo que me provocó un terrible insomnio por el miedo e inseguridad que sentía por las noches.

Mientras más avanzaba el curso, peor me iba y más agresivo se volvía mi tío hasta que los abusos se volvieron diarios, a excepción de los martes. Los martes mi tío salía sobre las seis de la mañana de casa y no volvía hasta la madrugada del día siguiente, borracho y con un olor nefasto a tabaco. Yo aprovechaba esas ocasiones para descansar tanto como pudiese. Mi abuela me preparaba mi plato favorito y hacíamos crucigramas juntas. Por la noche, cuando mi abuela se quedaba dormida, iba a la cocina y, sigilosamente, cogía un par de pastillas relajantes de mi abuela y me las tragaba como podía, con el propósito de poder dormir tranquilamente al menos un día a la semana.

Los martes eran los únicos días en los que soñaba al dormir. Soñaba que podía navegar por el espacio y que a veces visitaba varios planetas, pero mi favorito era Marte. Allí conocí a una mujer que se llamaba Saray. Me encantaba estar allí, pues era el único momento de paz absoluta que podía tener. Allí estaba a salvo. Saray me escuchaba hablar por horas, mientras acariciaba mi pelo y me reconfortaba con sus dulces palabras. Ella era la única persona en la que podía confiar.

Un día, despidieron a mi tío del trabajo por una crisis económica, y la cosa empeoró mucho. Casi nunca salía de casa, ni siquiera los martes, y muchas veces reñía a mi abuela por darme de comer, aunque ella a pesar de eso decidía darme algo de comer a escondidas. Todo se volvió totalmente oscuro para mí. Mi abuela dejó de comprar sus relajantes y dejé de poder dormir, al igual que dejé de soñar los martes. Echaba mucho de menos a Saray, tanto que la dibujaba en todos lados: en mis brazos, en mis libros de clase, en los cuadernos, en las mesas del instituto… Hasta que mi tío me echó de casa.

Deambulando exhausta por la calle de noche, me paré enfrente de un contenedor de vidrios, y cuando no hubo nadie alrededor, fui a Marte en un sueño eterno».

De Lola Herrera:
«Son las tres y cuarto cuando entras por la puerta, como cada martes. Observo como te descalzas y me
saludas, preguntándome por mi día, y hablamos en la cocina mientras preparas el almuerzo. Te cuento
como me ha ido el examen de historia y tú me cuentas tus avances en la constante guerra que
mantienes con el ordenador del centro de salud.
Los minutos parecen pasar lentamente, aunque ambas sabemos que antes de darnos cuenta
miraremos hacia atrás y extrañaremos estos pequeños momentos que ahora compartimos. Sé que
nuevas etapas de mi vida se avecinan, y que ni siquiera la inmadurez o incertidumbre podrán hacer
nada por frenarlas. Sé que pronto tendré que decidir qué hacer el resto de mi vida; sé que no puedo
seguir evitando ver las noticias con tal de no envenenarme de todas las desgracias del mundo; sé que
mis responsabilidades aumentan cada instante que pasa. Sé que mi futuro depende únicamente de mi y
que el tiempo apremia, que el reloj avanza. Sé que inevitablemente debo crecer. Sin embargo, no
puedo evitar sentir miedo y lágrimas inundando lentamente mis ojos cada vez que este pensamiento
cruza mi cabeza.
Mientras te miro poner a hervir el agua pienso en todas las veces que me has consolado y asegurado
que este ya recurrente sentimiento es natural y que su intensidad aminorará con el tiempo, aunque yo
no te haya creído ninguna de esas veces. Me gusta hablar de mis preocupaciones contigo porque me
siento a salvo y la versión más auténtica de mi misma, sin tener que aparentar ni expectativas, y le
estoy eternamente agradecida al universo por poner en mi camino a alguien capaz de transmitir tanta
paz.
Sin embargo, veo también las canas que tanto te costaron dejar de teñir y las cada vez más
pronunciadas arrugas alrededor de tu boca, provocadas por tu sonrisa. Y de repente recuerdo que tú
también estás creciendo, pero esta vez parece bello y natural, digno de presenciar, como una hoja
cayendo sin ningún tipo de prisa de un árbol en el frío otoñal.
¿Tú no tienes miedo? Siempre has estado ahí para asegurarme que todo saldrá bien, pero ¿quién te lo
asegura a ti? ¿No te asusta ver cómo los meses pasan cada vez más rápido? ¿No te da miedo pensar
que nuestros caminos terminarán separándose? ¿No te apena que tal vez no puedas ver las arrugas de
mi sonrisa ser tan profundas como lo son las tuyas? ¿No te sobrecoge pensar que algún día te irás y
que sólo podré verte al mirar al firmamento, buscando entre las estrellas?
Me aterroriza pensar que un día no estarás aquí a mi lado para ver mis canas, y no tendré a quién
acudir en busca de paz y amor incondicional. Espero que cuando te vayas, pasees entre planetas
mirando cada puesta de sol, observando mientras inevitablemente sigo creciendo; espero incluso
entonces poder enorgullecerte haciendo las líneas de alrededor de tu boca más amplias que los anillos
de Saturno. Y, ¿quién sabe? Tal vez cuando yo me vaya también pasee entre planetas, esperando con
ansias nuestras quedadas de los martes a las tres y cuarto para hablar de nuestro día en Marte».

De Victoria Espinosa:

Desierto lo que veo

a la par en tus ojos

y su suelo.

Fría tu alma,

pareja a su atmósfera

y mi pasado duelo.

Rojo, como el lazo

que une nuestros dedos, 

rompible con un 

simple sobrevuelo.

Deseo que fluye en mi 

interior por aquel día

de mis anhelos.

Sintiendo el temblor

a su llegar,

donde poder verte,

el segundo, 

frente a frente.

Para finalizar, en la Materia de Aprendizaje Social y Emocional, como parte de la Efeméride del Día de la Salud Mental pedí que escribiesen algún texto creativo para conmemorarla. Como muestra, un Poema de Aitor Sillero:

Mi mariposa

remendada de costuras,

aguja e hilo,

retazos cosidos a las heridas

de tus alas de papel.

Te desvaneces en las llamas

de las que una vez resurgiste.

No dejaré que te rompas

en miles de pedazos

Mariposa quebrada, rota

que te pierdes

en el frío de cada primavera.

Gracias, por transmitir vuestro gran potencial.