A veces escucho voces que me hablan de igualdad y me siento como el joven actor del Sexto sentido. La piel del antebrazo se me eriza, mis ojos se abren hasta un extremo jamás imaginado y la boca se me desencaja. Realmente siento miedo, tengo mucho miedo. Miedo de quienes hacen un uso inadecuado de la palabra igualdad, miedo de quienes la aprovechan en beneficio propio, miedo de quienes excluyen y separan bajo un mal entendido empoderamiento igualitario. 

La igualdad no es una bandera que usar a conveniencia, no pertenece a ningún grupo. La igualdad es propiedad de la Humanidad. 

La igualdad no es una palabra apta para debates, entre progresistas y conservadores, entre hombres y mujeres… La igualdad lleva implícita la diferencia. 

La igualdad no es una protesta en fechas señaladas ni una lucha diaria. La igualdad es una forma de vida. 

La igualdad es ver el mundo lleno de injusticias, de abusos de poder, de discriminación, de agresiones, de violencia… y tener un sueño. Soñar que la justicia, la integración y el respeto son posibles. 

Yo a veces me despierto en sueños. Salgo de casa y me encuentro la calle llena de amor. Un joven ayuda a una anciana, dos chicas pasean cogidas de la mano, la directora del banco atiende con cortesía a un desafortunado sin recursos que solicita un préstamo, todos los papeles están en las papeleras y la gente sonríe. 

A veces veo gestos que hablan de igualdad y me siento como Heidi en su columpio. El corazón me late con fuerza y una sonrisa me inunda los labios, mientras mi pecho se llena del aire puro de las montañas. Realmente me siento feliz. 

Confieso: me declaro un hombre sensible.

Miguel Ángel Franco Ordóñez, Coordinador de Igualdad del Instituto Cristóbal de Monroy.