Estimado y rodado señor:

Faltaría a la verdad si afirmase que esperaba el inamovible movimiento constante de su fotografía. Apenas recuerdo el momento en el que se produjo la aparición de la izquierda impar e irracional motorizada presencia de su vejez ante la inconsciente cámara que hubo de atestiguar su lección de vida. Que eso es usted, o tú, que de tanto verle ya es más parte de mí que de sí mismo. Sí, innegablemente es usted una enseñanza vital manque se empecine en lo contrario. Porque pese a las riendas y control y pensamiento cerebral y racional que intento aplicar a mi vida, so pretexto de madurar, su rápido circular por las vías reservadas para el peatón ejemplar, con su alopecia de cráneo y casco, demuestra que siempre ha de prevalecer lo imaginado a lo real tangible y limitado; demuestra que los ojos son el peor sitio para unas gafas que bien pueden ejercer de inútil cascarón cerebral. Caminar sin ver; aunque, por supuesto, siempre con el cofre trasero repleto de toda la desvergüenza que le hace ejemplar. Y esa es la lección: recordar que a la vida superlativa solo se llega por la vereda de polvo que ciega la razón y ocasiona el florecer de la amapola de la juventud perenne. Vivir rápido. Sin casco. Sin gafas. Sin miedo. 

Gracias, quien quiera que seas.