Es habitual leer a profesionales de la pedagogía o, simplemente a intelectuales de esos llamados  «todólogos» (y que, por supuesto, también sientan cátedra en educación) comentar que los  profesores no pueden seguir anclados en el siglo XX, que los profesores tienen que innovar y que  tienen que ser imaginativos y creativos. Las nuevas leyes de educación, de hecho, van en esa línea y ya no solo fomentan, sino que establecen por ley este nuevo tipo de aprendizaje motivador y  creativo. 

Todo muy bonito y muy guay, estoy de acuerdo. Seguro que casi todo el mundo desde fuera esto lo  ve superbien. Basta ya de clases chapadas a la antigua; de exámenes, ejercicios y explicaciones al  estilo clásico. Hay que ser originales, conseguir motivar al alumnado, enseñar divirtiendo y hasta  evaluar divirtiendo. Y no solo eso, además sorprendiendo. Pero qué fantástico todo. Pero qué  maravilla de educación estamos construyendo. El «docere/delectare» del poeta latino Horacio por  fin llevado a la práctica. 

No obstante, toda esta filosofía tan modernísima y chupimegafenomenal lleva aparejado algo que  pasa desapercibido para todo el mundo, incluso hasta para el propio profesorado. Me refiero a esa  perífrasis verbal de obligación que aparece tan habitualmente cuando sale a colación este tema:  «tienen que». En este caso, los profesores tienen que ser creativos, originales e innovadores.  Básicamente, los profesores tienen que ser creadores. 

Se trata de otro «tienen que» que sumar a otros ya plenamente establecidos para este gremio: – Los profesores tienen que acompañar psicológicamente al alumnado en la etapa más compleja de  su vida, más sensible y con más cambios. Básicamente, los profesores tienen que ser psicólogos. – Los profesores tienen que saber cómo resolver los mil y un conflictos diferentes que se producen  en el aula o en el centro en general, encontrando siempre la solución ideal que contente a todos.  Básicamente, los profesores tienen que ser mediadores. 

– Los profesores tienen que ayudar a alumnos conflictivos y criados en ambientes de exclusión  social para que se integren y conseguir que se labren un futuro digno. Básicamente, los profesores  tienen que ser trabajadores sociales. 

– Los profesores tienen que estar atentos para detectar cualquier situación de acoso o abuso, aunque  sea fuera del aula, así como actuar rápidamente en esos casos. Básicamente, los profesores tienen  que ser vigilantes. 

– Los profesores tienen que realizar infinidad de programaciones, informes, autorizaciones,  observaciones, actas y demás trabajo burocrático que, además, cada año se multiplica. Básicamente, los profesores tienen que ser administrativos. 

– Los profesores tienen que dominar todo tipo de programas, aplicaciones, plataformas e  instrumentos de carácter informático, tecnológico o audiovisual. Básicamente, los profesores tienen  que ser informáticos. 

– Los profesores tienen que saber gestionar situaciones no solo con el alumnado, también en algunos casos con familias y escuchar, calmar o resolver quejas o reclamaciones, ya sea hacia otros  docentes, alumnos, el centro o la propia administración. Básicamente, los profesores tienen que ser  diplomáticos. 

– Los profesores tienen que hacer chorrecientas mil actividades evaluables y puntuar infinitos  criterios de evaluación para medir el rendimiento de cada alumno al milímetro (todo para que  después en la nota solo puedas poner un número entero). Básicamente, los profesores tienen que ser  calculadoras. 

Todos estos «tienen que» (y otros muchos que me dejo) se han ido añadiendo en las últimas décadas  a la labor primigenia, diríamos, de un docente y que se da por sentada, como es conocer su materia  y transmitirla de forma clara y adecuada. Esta adición paulatina de funciones se ha ido produciendo  sin objeción alguna por parte del profesorado y sin mejora de nuestras condiciones laborales, ni  descarga de trabajo en otros aspectos.  

Desde luego, no seré yo quien cuestione la absoluta necesidad de todas las funciones que he  comentado (bueno, unas más que otras). Al contrario, soy totalmente partidario y favorable. El tema es si estamos preparados para ello. Si se dedican los suficientes recursos para que toda esta  concepción de la educación tan estupenda y tan moderna funcione. Porque es muy fácil pedir y  pedir al profesorado, exigir y exigir cada vez más en lugar de facilitarnos la tarea dándonos las  herramientas que necesitamos. 

En este sentido va mi crítica a la LOMLOE y a todos aquellos que se llenan la boca hablando de  innovación en el aula. Os aseguro que comparto al 100% el espíritu de la ley, pero es muy fácil  decir que tienes que hacer tropecientas situaciones de aprendizaje cuando desde la administración  no te proporcionan ni un modelo de cómo hacerlas. “Que se las inventen los profesores, que para  eso les pagamos” pensarán. Como si crear algo fuera fácil. Como si un músico se inventara una  partitura nueva cada día o un dramaturgo una obra cada tarde. Una administración realmente  competente e interesada habría tenido un equipo amplio de personas creando todo un corpus de  situaciones de aprendizaje y otras herramientas para cada contenido de cada materia, con idea de  que los docentes solo tengamos que seleccionarlas e implementarlas, cuando y como creamos  conveniente. No imponiendo algo que ni ellos mismos tienen claro cómo realizar, sino dando  facilidades para que el cambio se vaya dando poco a poco. 

Sí, lo sé, sé que lo que estoy diciendo es ciencia-ficción y que los tiros nunca han ido en la línea de  descargar de trabajo al profesorado y darnos facilidades. Si fueran por ahí, antes que cambiarnos la  ley cada X años, lo que se habría hecho ya hace tiempo es bajar la ratio a la mitad. Porque ninguna  de las funciones comentadas anteriormente es posible llevarlas a cabo con un mínimo de eficiencia  cuando tienes 35 alumnos por grupo. Eso para empezar, como primera y más urgente medida de un  montón que habría que tomar y que solo dependen de la palabrita mágica: INVERSIÓN.

Daniel Piñero Fernández