Tengo que reconocer que siempre me dio confianza ser andaluz de un filito del mapa, pues, de pequeño, me sentía seguro al encontrar mi pueblo con facilidad al buscarlo en el atlas. Ser andaluz es tener un lugar al que volver, es sentirse en casa. 

Pero Andalucía es también un ‘no lugar’. Es una manera de sentir y ver el mundo, porque Andalucía se toca, se come, se bebe, se llora… Es un calor que te alegra la panza, te llena el alma y te hace sonreír. Para mí, Andalucía es como escuchar la voz de mi madre al teléfono desde la distancia.

No quiero fronteras que dividen y enfrentan, ni nacionalismos chovinistas que segregan y desprecian. Pero nací junto a un mar que jugaba con las brisas de Doñana, que sonaba a carnaval y a feria, que olía a azahar y a hierbabuena. Racionalmente quisiera ser ciudadano del mundo, pero cerrando los ojos, con las vísceras en las manos, no puedo serlo. 

Soy andaluz, un ciudadano andaluz del mundo.

Miguel Ángel Franco Ordóñez, profesor del Departamento de Geografía e Historia